Cómo el antiglobalismo de Trump podría ser contraproducente
La fuerte dependencia de Estados Unidos del capital global es potencialmente una gran vulnerabilidad. Si los flujos de capital extranjero se redujeran como consecuencia de nuevos aranceles, políticas tributarias corporativas, un dólar fuerte u otras decisiones políticas, los estadounidenses tendrían que consumir menos, lo que se percibiría como una disminución de su nivel de vida.
PRINCETON – Si bien el presidente estadounidense Donald Trump no ha dejado dudas sobre su amor por los aranceles, el mundo todavía está esperando ver exactamente qué hará. Ha nombrado a China, Canadá y México como sus primeros objetivos, pero aún está por verse si quiere un golpe contundente o medidas más condicionales vinculadas a otras cuestiones de política (como la adquisición de TikTok). Por ahora, la única certeza es que su administración utilizará los aranceles para obtener concesiones donde pueda.
Sin embargo, la cuestión es complicada, porque los aranceles interactúan estrechamente con otros componentes de la política económica, como el tipo de cambio. En teoría, unos aranceles más altos deberían reducir la demanda de importaciones y hacer subir el tipo de cambio, con lo que, en última instancia, los bienes extranjeros volverían a ser más baratos. Por eso Trump afirmó anteriormente que los aranceles en realidad no cuestan nada a los estadounidenses, con el argumento de que son los socios comerciales de Estados Unidos quienes pagan.
Pero las políticas comerciales y cambiarias suelen estar a cargo de organismos diferentes –el Departamento de Comercio y el Departamento del Tesoro, respectivamente– y el conflicto ha sido una característica frecuente de sus interacciones. En los años 30, el mundo terminó profundamente dividido porque los negociadores comerciales afirmaron que no podían hacer nada hasta que se fijaran los tipos de cambio, mientras que los funcionarios monetarios argumentaron que no era posible ningún acuerdo cambiario hasta que hubiera una apertura general del comercio. En ese momento, el proteccionismo se intensificó.
Para complicar aún más las cosas, desde entonces ha cobrado importancia otro mecanismo: la balanza de pagos. Como un país con un gran déficit comercial, como Estados Unidos, debe pagar de algún modo sus importaciones, depende de que los extranjeros compren sus títulos o inviertan en sus empresas. Esas entradas de fondos extranjeros a Estados Unidos son muy elevadas, porque los estadounidenses no ahorran mucho. El país importa ahorros del resto del mundo para pagar su déficit comercial. Si no lo hiciera, los estadounidenses tendrían que consumir menos, lo que se percibiría como una disminución de su nivel de vida.
Los aranceles más altos ponen en peligro este acuerdo, porque Estados Unidos necesita inversión extranjera para impulsar su crecimiento futuro. El expresidente Joe Biden entendió que el capital extranjero era necesario para “reconstruir mejor”, y Trump debería saber que no puede cumplir su prometida “edad de oro” sin él. Tal vez por eso algunos de sus primeros invitados en la Casa Blanca fueron Masayoshi Son, del gigante de inversiones japonés SoftBank, el presidente de Oracle y el director ejecutivo de OpenAI, el “gran capital y gente de alta calidad” detrás de una nueva empresa de 100 mil millones de dólares (Stargate) para construir infraestructura de inteligencia artificial.
La ironía debería ser obvia. El intento de Trump de recuperar la soberanía y marcar el comienzo de una “nueva era de éxito nacional” depende de la misma combinación de tecnología y finanzas globalizadas que erosionó a la clase media estadounidense y convirtió a muchos estadounidenses en votantes de Trump en primer lugar. Pero esta dependencia del capital global no es sólo irónica; también deja a Estados Unidos vulnerable. Si el dinero extranjero se agotara, el milagro prometido por Trump se convertiría en una pesadilla.
Una advertencia temprana sería si los mercados de bonos se preocuparan por la capacidad de Estados Unidos para pagar la enorme deuda que ha acumulado. Desde 2022, cuando la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, hizo una apuesta similar por el crecimiento, el mercado de bonos ha regresado como una fuerza que ni siquiera los estadounidenses pueden ignorar. El “privilegio exorbitante” de emitir la principal moneda de reserva mundial no significa que se pueda hacer absolutamente cualquier cosa. El sentimiento del mercado puede cambiar y, cuando lo hace, suele ser bastante dramático, como en 1931 o 1971. La credibilidad puede caer víctima de la sospecha y la duda de la noche a la mañana, especialmente en un mundo donde el dólar estadounidense se ha utilizado como arma para diversos fines políticos.
Si bien el presidente estadounidense Donald Trump no ha dejado dudas sobre su amor por los aranceles, el mundo todavía está esperando ver exactamente qué hará. Foto: Wikimedia.
La financiación extranjera también podría disminuir si el futuro brillante que se ha prometido de repente parece exagerado o si la tecnología decepciona. A muchos inversores ya les preocupa que las altísimas valoraciones actuales de las acciones tecnológicas puedan indicar una burbuja. Una gran apuesta por este nuevo motor potencial de crecimiento requerirá enormes inversiones, pero si la burbuja estalla, muchos proyectos se convertirán en activos varados.
Otra razón más para que la financiación extranjera pueda terminar es que ciertos gobiernos intervengan para impedir que los ciudadanos y las empresas de sus países inviertan en Estados Unidos. Esta es una posible respuesta a una nueva guerra comercial o a un régimen de dólar fuerte. Si el vino francés, los automóviles alemanes o los automóviles, aviones y paneles solares chinos no pueden venderse de manera competitiva en Estados Unidos, esos gobiernos podrían empezar a sopesar sus opciones y personajes como Son podrían enfrentar más obstáculos al intentar traer empleos e inversiones a Estados Unidos.
De hecho, una de las maneras más fáciles para que los gobiernos afecten los flujos transfronterizos de capital es revisar la forma en que se gravan las inversiones extranjeras. Ahora que los gigantes tecnológicos estadounidenses ya se quejan a Trump del trato fiscal desfavorable que reciben en otros lugares, especialmente en Europa, la política fiscal podría convertirse en otro problema más que se utilice como arma. El impuesto mínimo corporativo global negociado por la OCDE está claramente en peligro, ya que Trump y los republicanos del Congreso parecen ansiosos por reducir los impuestos corporativos tanto como puedan.
Si así fuera, los europeos podrían tener aún más razones para tomar represalias aumentando los impuestos no sólo a las empresas extranjeras en Europa, sino también a las inversiones de sus propias corporaciones y ciudadanos en Estados Unidos. De hacerlo, se podrían desviar algunos fondos europeos de vuelta a Europa, y al mismo tiempo se le haría aún más difícil a Estados Unidos equilibrar su cuenta corriente.
Las modas económicas son contagiosas. Es sólo cuestión de tiempo que alguien siga la lógica del propio Trump y proponga un plan para “Hacer que Europa vuelva a ser grande”. Una crisis de deuda estadounidense podría ser el resultado perverso de la campaña de su administración contra el globalismo.
Harold James es profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Especialista en historia económica alemana y en globalización, es coautor de El euro y La batalla de ideas , y autor de La creación y destrucción del valor: el ciclo de la globalización , Krupp: una historia de la legendaria empresa alemana . Creación de la Unión Monetaria Europea , La guerra de las palabras y, más recientemente, Siete crisis: las crisis económicas que dieron forma a la globalización (Yale University Press, 2023).
Sin embargo, la cuestión es complicada, porque los aranceles interactúan estrechamente con otros componentes de la política económica, como el tipo de cambio. En teoría, unos aranceles más altos deberían reducir la demanda de importaciones y hacer subir el tipo de cambio, con lo que, en última instancia, los bienes extranjeros volverían a ser más baratos. Por eso Trump afirmó anteriormente que los aranceles en realidad no cuestan nada a los estadounidenses, con el argumento de que son los socios comerciales de Estados Unidos quienes pagan.
Pero las políticas comerciales y cambiarias suelen estar a cargo de organismos diferentes –el Departamento de Comercio y el Departamento del Tesoro, respectivamente– y el conflicto ha sido una característica frecuente de sus interacciones. En los años 30, el mundo terminó profundamente dividido porque los negociadores comerciales afirmaron que no podían hacer nada hasta que se fijaran los tipos de cambio, mientras que los funcionarios monetarios argumentaron que no era posible ningún acuerdo cambiario hasta que hubiera una apertura general del comercio. En ese momento, el proteccionismo se intensificó.
Para complicar aún más las cosas, desde entonces ha cobrado importancia otro mecanismo: la balanza de pagos. Como un país con un gran déficit comercial, como Estados Unidos, debe pagar de algún modo sus importaciones, depende de que los extranjeros compren sus títulos o inviertan en sus empresas. Esas entradas de fondos extranjeros a Estados Unidos son muy elevadas, porque los estadounidenses no ahorran mucho. El país importa ahorros del resto del mundo para pagar su déficit comercial. Si no lo hiciera, los estadounidenses tendrían que consumir menos, lo que se percibiría como una disminución de su nivel de vida.
Los aranceles más altos ponen en peligro este acuerdo, porque Estados Unidos necesita inversión extranjera para impulsar su crecimiento futuro. El expresidente Joe Biden entendió que el capital extranjero era necesario para “reconstruir mejor”, y Trump debería saber que no puede cumplir su prometida “edad de oro” sin él. Tal vez por eso algunos de sus primeros invitados en la Casa Blanca fueron Masayoshi Son, del gigante de inversiones japonés SoftBank, el presidente de Oracle y el director ejecutivo de OpenAI, el “gran capital y gente de alta calidad” detrás de una nueva empresa de 100 mil millones de dólares (Stargate) para construir infraestructura de inteligencia artificial.
La ironía debería ser obvia. El intento de Trump de recuperar la soberanía y marcar el comienzo de una “nueva era de éxito nacional” depende de la misma combinación de tecnología y finanzas globalizadas que erosionó a la clase media estadounidense y convirtió a muchos estadounidenses en votantes de Trump en primer lugar. Pero esta dependencia del capital global no es sólo irónica; también deja a Estados Unidos vulnerable. Si el dinero extranjero se agotara, el milagro prometido por Trump se convertiría en una pesadilla.
Una advertencia temprana sería si los mercados de bonos se preocuparan por la capacidad de Estados Unidos para pagar la enorme deuda que ha acumulado. Desde 2022, cuando la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, hizo una apuesta similar por el crecimiento, el mercado de bonos ha regresado como una fuerza que ni siquiera los estadounidenses pueden ignorar. El “privilegio exorbitante” de emitir la principal moneda de reserva mundial no significa que se pueda hacer absolutamente cualquier cosa. El sentimiento del mercado puede cambiar y, cuando lo hace, suele ser bastante dramático, como en 1931 o 1971. La credibilidad puede caer víctima de la sospecha y la duda de la noche a la mañana, especialmente en un mundo donde el dólar estadounidense se ha utilizado como arma para diversos fines políticos.
La financiación extranjera también podría disminuir si el futuro brillante que se ha prometido de repente parece exagerado o si la tecnología decepciona. A muchos inversores ya les preocupa que las altísimas valoraciones actuales de las acciones tecnológicas puedan indicar una burbuja. Una gran apuesta por este nuevo motor potencial de crecimiento requerirá enormes inversiones, pero si la burbuja estalla, muchos proyectos se convertirán en activos varados.
Otra razón más para que la financiación extranjera pueda terminar es que ciertos gobiernos intervengan para impedir que los ciudadanos y las empresas de sus países inviertan en Estados Unidos. Esta es una posible respuesta a una nueva guerra comercial o a un régimen de dólar fuerte. Si el vino francés, los automóviles alemanes o los automóviles, aviones y paneles solares chinos no pueden venderse de manera competitiva en Estados Unidos, esos gobiernos podrían empezar a sopesar sus opciones y personajes como Son podrían enfrentar más obstáculos al intentar traer empleos e inversiones a Estados Unidos.
De hecho, una de las maneras más fáciles para que los gobiernos afecten los flujos transfronterizos de capital es revisar la forma en que se gravan las inversiones extranjeras. Ahora que los gigantes tecnológicos estadounidenses ya se quejan a Trump del trato fiscal desfavorable que reciben en otros lugares, especialmente en Europa, la política fiscal podría convertirse en otro problema más que se utilice como arma. El impuesto mínimo corporativo global negociado por la OCDE está claramente en peligro, ya que Trump y los republicanos del Congreso parecen ansiosos por reducir los impuestos corporativos tanto como puedan.
Si así fuera, los europeos podrían tener aún más razones para tomar represalias aumentando los impuestos no sólo a las empresas extranjeras en Europa, sino también a las inversiones de sus propias corporaciones y ciudadanos en Estados Unidos. De hacerlo, se podrían desviar algunos fondos europeos de vuelta a Europa, y al mismo tiempo se le haría aún más difícil a Estados Unidos equilibrar su cuenta corriente.
Las modas económicas son contagiosas. Es sólo cuestión de tiempo que alguien siga la lógica del propio Trump y proponga un plan para “Hacer que Europa vuelva a ser grande”. Una crisis de deuda estadounidense podría ser el resultado perverso de la campaña de su administración contra el globalismo.