Un entorno geopolítico volátil, la pérdida de Estados Unidos como socio confiable, el retroceso democrático en algunos estados miembros y la disminución de la competitividad económica son solo algunos de los desafíos que la UE tendrá que enfrentar en 2025. La forma en que los aborde determinará su futuro como actor global.
MADRID – Este año iba a ser importante para la Unión Europea, dado el inicio de un nuevo mandato de la Comisión Europea, un Parlamento Europeo relativamente nuevo y un cambio en la dirección del Consejo Europeo. Pero los acontecimientos recientes –incluido el colapso del gobierno alemán, el comienzo de negociaciones de coalición lideradas por la extrema derecha en Austria, el fin de los flujos de gas ruso a la UE a través de Ucrania y la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos– han aumentado significativamente las expectativas.
Además, Europa se enfrenta a un entorno geopolítico volátil. Más allá de la guerra desgarradora en Ucrania, en Oriente Medio se está produciendo una violenta reconfiguración, ejemplificada por el colapso del régimen del dictador Bashar al-Assad en Siria y las campañas militares de Israel en Gaza, Líbano y otros lugares. El Sahel también está sumido en la agitación, con países como Mali y Níger que sufren regímenes militares y brutalidad intracomunitaria. El cercano Sudán está en caída libre, con una violencia generalizada que ha provocado un colapso económico , desplazamientos masivos y una crisis humanitaria en aumento.
Todos estos acontecimientos exigen respuestas de la UE. Entre otras cosas, Europa debe recalibrar su estrategia hacia África, coordinándose con sus aliados para ofrecer un apoyo que atienda a las necesidades de desarrollo, seguridad y ayuda humanitaria. Y debe proporcionar un apoyo cada vez mayor a Ucrania, tanto para sostener la resistencia del país contra Rusia como para avanzar en el esfuerzo hercúleo de reconstrucción que ya está en marcha.
Esos esfuerzos serán aún más importantes –y más complicados– con Trump en la Casa Blanca. Si bien es imposible decir con precisión qué hará una vez en el cargo –su última obsesión que genera pánico parece ser tomar el control de Groenlandia– nadie debería contar con el compromiso de Estados Unidos de apoyar a sus aliados. Por el contrario, la promesa de Trump de poner fin a la guerra en Ucrania inmediatamente después de asumir el cargo augura una capitulación ante Rusia, lo que subraya la necesidad de una mayor ayuda de la UE a Ucrania y un rápido fortalecimiento de la capacidad de defensa de Europa.
La UE sabe muy bien que debe asumir una mayor responsabilidad por su propia seguridad: el tema de la presidencia semestral polaca del Consejo de la UE, que comenzó el 1 de enero, es “¡Seguridad, Europa!”. Pero para que esto sea más que un eslogan, la UE tendrá que impulsar la inversión en investigación y desarrollo, aplicar estrategias para fomentar la innovación y mejorar la colaboración entre los Estados miembros.
Esas iniciativas también pueden reforzar los esfuerzos de la UE para hacer frente a la disminución de la competitividad económica en un momento en que el envejecimiento de la población está presionando los presupuestos públicos e impidiendo el crecimiento de la productividad en muchos países. Es esencial estimular la inversión en sectores avanzados como la inteligencia artificial, la defensa y la energía verde, en particular dada la presión económica adicional que implican para la UE los aranceles a las importaciones que Trump amenaza con introducir .
Lo que Europa no debe hacer es recurrir a un proteccionismo indiscriminado, incluso contra China. De hecho, la UE necesita una estrategia hacia China que evite que se la arrastre a una confrontación generalizada y logre un equilibrio entre mantener relaciones mutuamente beneficiosas, preservar alianzas fundacionales y defender el orden internacional de los intentos de desestabilizarlo.
Pero los acontecimientos externos son sólo una parte del problema. En el plano interno, Europa se enfrenta a una erosión democrática generalizada. Si bien Hungría está a la vanguardia de esta tendencia, no es el único país: incluso Francia y Alemania –los motores tradicionales de la integración europea– parecen estar en riesgo de sufrir un retroceso democrático. Elon Musk, amigote de Trump, no ayuda, ya que respalda a partidos de extrema derecha como Alternative für Deutschland (AfD).
También hay un considerable desacuerdo entre los Estados miembros sobre una serie de cuestiones, desde el acuerdo comercial con el Mercosur, que se acordó en principio el mes pasado, hasta las evaluaciones de amenazas en relación con la guerra en Ucrania. Mientras Polonia sigue firme en que la guerra debe terminar con el retorno a las fronteras reconocidas, Francia insta ahora a Ucrania a participar en “discusiones realistas sobre cuestiones territoriales”. Mientras tanto, el primer ministro de Eslovaquia, amigo del Kremlin, amenaza con recortar el apoyo financiero a los refugiados ucranianos en su país.
La ampliación de la UE es otra fuente de tensión. Desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en 2022, la UE ha iniciado conversaciones de adhesión con Bosnia y Herzegovina, Moldavia y Ucrania, y ha concedido a Georgia la condición de país candidato. Pero la incorporación apresurada de nuevos miembros sólo socavaría la cohesión y agravaría las ineficiencias en la toma de decisiones. Es muy necesaria una metodología clara y realista para la adhesión basada en criterios objetivos, así como una evaluación sobria de si cada candidato puede integrarse eficazmente en el marco estructural de Europa.
Mientras tanto, las medidas prácticas y los acuerdos de facto pueden profundizar los vínculos de la UE con los futuros Estados miembros y reforzar su avance hacia la adhesión. La integración de Ucrania a la red de telefonía móvil de la UE y los acuerdos comerciales, así como la sincronización de su red eléctrica con la red continental europea, ofrecen un modelo útil.
Un último imperativo para la UE en 2025 es reformar sus estructuras institucionales y sus procesos de toma de decisiones. Esto debe incluir una revisión de las regulaciones ideológicas contenidas en la legislación actual (el Pacto Verde Europeo, en el centro del primer mandato de Ursula von der Leyen, es un excelente ejemplo) y esfuerzos para mejorar la transparencia, la rendición de cuentas y la eficiencia dentro de las instituciones europeas, mejorando así su capacidad de respuesta y fiabilidad. Promover un mayor compromiso con los ciudadanos mediante una comunicación clara y abierta desde Bruselas, junto con iniciativas impulsadas por los ciudadanos, también ayudaría a fortalecer la legitimidad y la resiliencia de la UE. Para avanzar en cualquiera de estos frentes se requerirá una considerable determinación política de los legisladores en Bruselas.
La forma en que la UE afronte este complejo abanico de desafíos internos y externos durante el próximo año determinará su futuro como actor global. Es de esperar que en 2025 prevalezcan el pragmatismo, la unidad y el pensamiento a largo plazo.
Ana Palacio, ex ministra de Asuntos Exteriores de España y ex vicepresidenta senior y consejera general del Grupo del Banco Mundial, es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.
Además, Europa se enfrenta a un entorno geopolítico volátil. Más allá de la guerra desgarradora en Ucrania, en Oriente Medio se está produciendo una violenta reconfiguración, ejemplificada por el colapso del régimen del dictador Bashar al-Assad en Siria y las campañas militares de Israel en Gaza, Líbano y otros lugares. El Sahel también está sumido en la agitación, con países como Mali y Níger que sufren regímenes militares y brutalidad intracomunitaria. El cercano Sudán está en caída libre, con una violencia generalizada que ha provocado un colapso económico , desplazamientos masivos y una crisis humanitaria en aumento.
Todos estos acontecimientos exigen respuestas de la UE. Entre otras cosas, Europa debe recalibrar su estrategia hacia África, coordinándose con sus aliados para ofrecer un apoyo que atienda a las necesidades de desarrollo, seguridad y ayuda humanitaria. Y debe proporcionar un apoyo cada vez mayor a Ucrania, tanto para sostener la resistencia del país contra Rusia como para avanzar en el esfuerzo hercúleo de reconstrucción que ya está en marcha.
Esos esfuerzos serán aún más importantes –y más complicados– con Trump en la Casa Blanca. Si bien es imposible decir con precisión qué hará una vez en el cargo –su última obsesión que genera pánico parece ser tomar el control de Groenlandia– nadie debería contar con el compromiso de Estados Unidos de apoyar a sus aliados. Por el contrario, la promesa de Trump de poner fin a la guerra en Ucrania inmediatamente después de asumir el cargo augura una capitulación ante Rusia, lo que subraya la necesidad de una mayor ayuda de la UE a Ucrania y un rápido fortalecimiento de la capacidad de defensa de Europa.
La UE sabe muy bien que debe asumir una mayor responsabilidad por su propia seguridad: el tema de la presidencia semestral polaca del Consejo de la UE, que comenzó el 1 de enero, es “¡Seguridad, Europa!”. Pero para que esto sea más que un eslogan, la UE tendrá que impulsar la inversión en investigación y desarrollo, aplicar estrategias para fomentar la innovación y mejorar la colaboración entre los Estados miembros.
Esas iniciativas también pueden reforzar los esfuerzos de la UE para hacer frente a la disminución de la competitividad económica en un momento en que el envejecimiento de la población está presionando los presupuestos públicos e impidiendo el crecimiento de la productividad en muchos países. Es esencial estimular la inversión en sectores avanzados como la inteligencia artificial, la defensa y la energía verde, en particular dada la presión económica adicional que implican para la UE los aranceles a las importaciones que Trump amenaza con introducir .
Lo que Europa no debe hacer es recurrir a un proteccionismo indiscriminado, incluso contra China. De hecho, la UE necesita una estrategia hacia China que evite que se la arrastre a una confrontación generalizada y logre un equilibrio entre mantener relaciones mutuamente beneficiosas, preservar alianzas fundacionales y defender el orden internacional de los intentos de desestabilizarlo.
Pero los acontecimientos externos son sólo una parte del problema. En el plano interno, Europa se enfrenta a una erosión democrática generalizada. Si bien Hungría está a la vanguardia de esta tendencia, no es el único país: incluso Francia y Alemania –los motores tradicionales de la integración europea– parecen estar en riesgo de sufrir un retroceso democrático. Elon Musk, amigote de Trump, no ayuda, ya que respalda a partidos de extrema derecha como Alternative für Deutschland (AfD).
También hay un considerable desacuerdo entre los Estados miembros sobre una serie de cuestiones, desde el acuerdo comercial con el Mercosur, que se acordó en principio el mes pasado, hasta las evaluaciones de amenazas en relación con la guerra en Ucrania. Mientras Polonia sigue firme en que la guerra debe terminar con el retorno a las fronteras reconocidas, Francia insta ahora a Ucrania a participar en “discusiones realistas sobre cuestiones territoriales”. Mientras tanto, el primer ministro de Eslovaquia, amigo del Kremlin, amenaza con recortar el apoyo financiero a los refugiados ucranianos en su país.
La ampliación de la UE es otra fuente de tensión. Desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en 2022, la UE ha iniciado conversaciones de adhesión con Bosnia y Herzegovina, Moldavia y Ucrania, y ha concedido a Georgia la condición de país candidato. Pero la incorporación apresurada de nuevos miembros sólo socavaría la cohesión y agravaría las ineficiencias en la toma de decisiones. Es muy necesaria una metodología clara y realista para la adhesión basada en criterios objetivos, así como una evaluación sobria de si cada candidato puede integrarse eficazmente en el marco estructural de Europa.
Mientras tanto, las medidas prácticas y los acuerdos de facto pueden profundizar los vínculos de la UE con los futuros Estados miembros y reforzar su avance hacia la adhesión. La integración de Ucrania a la red de telefonía móvil de la UE y los acuerdos comerciales, así como la sincronización de su red eléctrica con la red continental europea, ofrecen un modelo útil.
Un último imperativo para la UE en 2025 es reformar sus estructuras institucionales y sus procesos de toma de decisiones. Esto debe incluir una revisión de las regulaciones ideológicas contenidas en la legislación actual (el Pacto Verde Europeo, en el centro del primer mandato de Ursula von der Leyen, es un excelente ejemplo) y esfuerzos para mejorar la transparencia, la rendición de cuentas y la eficiencia dentro de las instituciones europeas, mejorando así su capacidad de respuesta y fiabilidad. Promover un mayor compromiso con los ciudadanos mediante una comunicación clara y abierta desde Bruselas, junto con iniciativas impulsadas por los ciudadanos, también ayudaría a fortalecer la legitimidad y la resiliencia de la UE. Para avanzar en cualquiera de estos frentes se requerirá una considerable determinación política de los legisladores en Bruselas.
La forma en que la UE afronte este complejo abanico de desafíos internos y externos durante el próximo año determinará su futuro como actor global. Es de esperar que en 2025 prevalezcan el pragmatismo, la unidad y el pensamiento a largo plazo.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/eu-facing-acute-internal-and-external-challenges-in-2025-by-ana-palacio-2025-01