Los ocho obstáculos que amenazan el crecimiento mundial en 2025
A medida que aumentan las tensiones geopolíticas y la economía mundial continúa fracturándose, varias fuerzas y tendencias poderosas amenazan con impedir el crecimiento del PIB, lo que generará inestabilidad social y política. Las autoridades y los inversores tendrán que adaptarse a una era de mayor incertidumbre y fragmentación creciente.
NUEVA YORK – Al entrar en el segundo cuarto del siglo XXI, el lento crecimiento económico seguirá siendo el desafío más persistente del mundo, trascendiendo las fronteras nacionales y afectando por igual a los países desarrollados y en desarrollo.
Se prevé que las economías de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón crecerán menos del 3% anual en el futuro previsible, el umbral necesario para duplicar el ingreso per cápita en una generación (25 años). Al mismo tiempo, se espera que las grandes economías emergentes como Brasil, Argentina y Sudáfrica también experimenten un crecimiento lento durante la próxima década.
Si bien el PIB mundial total ha aumentado a 110 billones de dólares , el progreso sigue estando distribuido de manera desigual, lo que amenaza con erosionar los niveles de vida. Peor aún, la economía mundial enfrenta fuertes vientos en contra que podrían sofocar el crecimiento, la innovación y la inversión, y desencadenar inestabilidad política y social.
Los gobiernos y los líderes empresariales deben ajustar sus modelos y supuestos en consecuencia. Ante los importantes cambios de política, los inversores tendrán que repensar sus estrategias de inversión y asignación de recursos para transitar una era definida por la incertidumbre y el crecimiento desigual.
De cara al futuro, se destacan ocho riesgos para el crecimiento del PIB mundial: fisuras geopolíticas; políticas internas divisivas; disrupción tecnológica y auge de la inteligencia artificial; tendencias demográficas; creciente desigualdad entre países y dentro de ellos; escasez de recursos naturales; deuda gubernamental y políticas fiscales laxas; y desglobalización. En conjunto, estos obstáculos serán un impedimento persistente para el crecimiento económico en los próximos años.
No hay orden mundial
El primer obstáculo para el crecimiento global es la escalada de tensiones geopolíticas –en particular entre Estados Unidos, China y Rusia–, agravada por las amenazas adicionales de Irán y Corea del Norte. A medida que se amplía la brecha entre las economías desarrolladas y las que están en desarrollo, los países en desarrollo se suman cada vez más a alianzas económicas como el bloque BRICS, que a principios de 2024 contaba con cinco miembros y a fines de ese año con nueve. En el corto plazo, existe un riesgo creciente de que este tira y afloja geopolítico se transforme en un conflicto militar abierto.
En los últimos 50 años, la economía mundial pasó de ser un juego de suma positiva a un juego de suma negativa. La era de suma positiva, impulsada por la cooperación económica y global, alcanzó su apogeo durante el período del Consenso de Washington, que se destacó por la caída del Muro de Berlín en 1989 y la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001. Pero después de la crisis financiera de 2008, el mundo entró en un período de suma negativa, marcado por una caída del crecimiento, una intensificación de la competencia y un aumento de las tensiones internacionales, agudizadas aún más por la pandemia de COVID-19, la invasión rusa de Ucrania y la guerra de Gaza.
Las fisuras geopolíticas cada vez más profundas han dejado al descubierto vulnerabilidades profundas. China, por ejemplo, es uno de los mayores acreedores extranjeros de Estados Unidos, con más de 770.000 millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense, lo que le da una importante ventaja sobre Estados Unidos, cuyos responsables políticos la ven cada vez más como un rival político e ideológico. En este contexto, la intensificación de la carrera entre China y Occidente por el dominio tecnológico en inteligencia artificial, computación cuántica y semiconductores ha fracturado la economía digital, dando lugar a una “ splinternet ” balcanizada.
A medida que décadas de cooperación multilateral dieron paso a la fragmentación económica, nuevas alianzas entre países debilitaron el orden internacional liderado por Estados Unidos y las instituciones de Bretton Woods, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El bloque ampliado de los BRICS –liderado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– es la más importante de estas alianzas, ya que representa más del 40% de la población mundial y el 36% del PIB global.
Mientras tanto, los llamados “estados bisagra” como Turquía, Arabia Saudita y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo están rediseñando las rutas comerciales globales, reconfigurando las cadenas de suministro y redirigiendo los flujos de inversión, alterando la distribución y los precios de productos básicos clave como alimentos y minerales críticos.
Además de sofocar el crecimiento del PIB mundial, estas divisiones geopolíticas están obstaculizando los esfuerzos colectivos para abordar los riesgos climáticos, ya que las economías desarrolladas y en desarrollo siguen profundamente divididas sobre la urgencia, el alcance y la agresividad de las reformas regulatorias y políticas necesarias para combatir el cambio climático y avanzar en la transición hacia la energía limpia.
Populismo y política interna
Muchas economías avanzadas también enfrentan una polarización política cada vez más profunda en sus países. El regreso del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, a la Casa Blanca –al igual que el Brexit y su primera victoria electoral en 2016– anuncia un período de incertidumbre generalizada y grandes transformaciones políticas.
En medio de estos vendavales populistas, los presupuestos de las economías desarrolladas se ven cada vez más presionados por la ampliación de los programas de bienestar social. En 2022, por ejemplo, la UE gastó 3,1 billones de euros (3,3 billones de dólares) –el 19,5% de su PIB y casi el 40% de su gasto total– en protección social.
A medida que aumenten las exigencias a los presupuestos gubernamentales, el deterioro de la situación fiscal hará que a muchos países les resulte cada vez más difícil proporcionar bienes públicos esenciales, como atención sanitaria, educación e infraestructura. Las presiones fiscales resultantes probablemente profundicen la polarización y generen más volatilidad en las políticas.
La IA y la disrupción tecnológica
Si bien el rápido ritmo de los avances tecnológicos, en especial la IA generativa, tiene un enorme potencial para impulsar la productividad y el crecimiento económico, también conlleva riesgos significativos. En el lado positivo, PwC proyecta que la IA podría agregar 16 billones de dólares al PIB mundial para 2030, lo que podría marcar el comienzo del primer gran superciclo económico en medio siglo. El último superciclo, que comenzó en la década de 1980, fue impulsado por la reestructuración de las cadenas de suministro que acompañó décadas de globalización. Pero desde principios de la década de 2000, los niveles de productividad de los países desarrollados se han estancado, lo que contribuye a su declive económico relativo.
Los primeros indicios del posible impacto de la IA en la productividad y la eficiencia corporativa son muy alentadores. Un estudio de 2023 realizado por Erik Brynjolfsson y coautores concluyó que las herramientas de IA generativa aumentaron la productividad de los trabajadores en un 14 % en promedio y en un 34 % en el caso de los trabajadores nuevos y poco calificados. Dado que la productividad representa hasta el 60 % de las diferencias de crecimiento entre países, estos avances sugieren que la IA está preparada para convertirse en un poderoso motor del crecimiento del PIB mundial.
La mala noticia es que la IA podría desplazar a millones de trabajadores y crear una enorme subclase de desempleados. Un informe de Goldman Sachs de 2023 estimó que la automatización podría eliminar 300 millones de empleos a tiempo completo, mientras que una encuesta del Foro Económico Mundial sugiere una pérdida neta significativamente menor de 14 millones de empleos. Aun así, la transición a un mundo impulsado por la IA planteará desafíos sin precedentes para los responsables de las políticas y los líderes empresariales.
Además, existen preocupaciones válidas de que el rápido crecimiento de la IA, junto con las enormes cantidades de energía necesarias para operar los centros de datos, está en contradicción con los esfuerzos por mitigar los peores efectos del cambio climático y lograr una transición energética fluida. Los líderes empresariales ya están advirtiendo sobre redes eléctricas sobrecargadas y precios de energía en aumento, impulsados por mayores costos de transmisión y distribución. En un mundo que depende cada vez más de tecnologías de alto consumo energético, estos avances podrían tener consecuencias de largo alcance.
En el corto plazo, la sobreinversión podría conducir a una importante asignación incorrecta de capital, ya que los inversores se apresurarán a sacar provecho del auge de la IA. En 2023, las “siete magníficas” (las principales empresas tecnológicas de Estados Unidos) destinaron más de 200.000 millones de dólares a investigación y desarrollo, lo que representó más de la mitad del gasto total en I+D de los sectores público, privado y sin fines de lucro de Europa.
La tasa actual de inversión de capital de riesgo en IA es de aproximadamente 60 mil millones de dólares y, según las tendencias de crecimiento recientes, podría superar fácilmente los 100 mil millones de dólares en el futuro cercano. Los ingresos necesarios para justificar esa cantidad de inversión probablemente sean del orden de 25 mil millones de dólares por año. Dada la falta de una “aplicación revolucionaria” de IA (la tasa de ingresos de OpenAI es de solo unos 4 mil millones de dólares), parece probable que una cantidad significativa de inversiones de capital de riesgo en IA terminen siendo inútiles. Y es muy improbable que haya retornos sostenidos. En cambio, es probable que muchas empresas fracasen, lo que resultará en enormes sumas de capital perdido.
Los cambios demográficos podrían obstaculizar el crecimiento
El mundo está experimentando profundos cambios demográficos que afectan tanto al tamaño de la población mundial como a la calidad de la fuerza laboral. Según las Naciones Unidas, se espera que la población mundial crezca de aproximadamente ocho mil millones de personas en la actualidad a 10.4 mil millones en 2100. Si bien esta cifra principal es sorprendente, oculta dinámicas subyacentes que, si no se abordan, podrían limitar el crecimiento del PIB.
Una tendencia particularmente preocupante es la relación inversa entre el crecimiento demográfico y el desempeño económico. Los países con poblaciones en rápida expansión están experimentando un crecimiento económico más lento, mientras que las poblaciones de las economías de alto desempeño tienden a crecer más lentamente. Pocos países logran ambas cosas, lo que genera preocupación por una trayectoria descendente del ingreso per cápita mundial.
China es un claro ejemplo. El FMI prevé que el crecimiento del PIB del país, que actualmente ronda el 5%, caerá por debajo del 3,5% en 2029. Mientras tanto, la ONU estima que la población de China se desplomará a menos de 800 millones en 2100. En Europa, las economías de crecimiento lento como Italia y Francia tienen tasas de fertilidad muy por debajo de los niveles de reemplazo. En cambio, muchos países más pobres tienen poblaciones mucho más jóvenes pero enfrentan perspectivas de crecimiento igualmente sombrías.
Las tendencias demográficas tienen un impacto enorme en lo que el mundo produce y consume. Por ejemplo, si bien la población de la India ya ha superado a la de China, el país sigue siendo cinco veces más pobre en términos de PIB per cápita. Esta disparidad determina la canasta de consumo mundial, ya que las poblaciones más numerosas y más pobres tienen más probabilidades de consumir productos más baratos, como carbón, en lugar de energía renovable.
En términos más generales, la mayor esperanza de vida y la caída de las tasas de natalidad también podrían reducir la torta del PIB, ya que menos trabajadores producen bienes mientras que el número de consumidores crece. Esta tendencia se refleja en la tasa de dependencia –la proporción de dependientes (personas menores de 15 años o mayores de 64) en relación con la población en edad de trabajar–, que ha aumentado en todas las principales economías. En Estados Unidos, la tasa aumentó de 51,2 dependientes por cada 100 personas en edad de trabajar en 1990 a 54,5 en 2023.
En ausencia de un baby boom o de una mayor apertura a la inmigración, la mayor expectativa de vida ejercerá una presión adicional sobre los ya sobrecargados sistemas de seguridad social y pensiones. La Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos ya ha advertido que el gobierno federal tendrá dificultades para financiar programas de prestaciones sociales como la Seguridad Social, Medicare y Medicaid para 2030.
Para empeorar las cosas, la calidad de la fuerza laboral mundial parece estar deteriorándose, ya que el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) de 2022 de la OCDE reveló fuertes caídas en las puntuaciones de matemáticas, ciencias y lectura entre los estudiantes de las principales economías. Estados Unidos ocupó el puesto 34 en matemáticas entre 81 países, por debajo del promedio de la OCDE, después de registrar algunas de las puntuaciones más bajas “jamás medidas por PISA”. En ciencias, Estados Unidos ocupó el puesto 16.
Disparidades crecientes
Desde hace tiempo se reconoce que la desigualdad –no sólo en ingresos y riqueza, sino también en el acceso a educación, atención sanitaria e infraestructura de calidad– es un lastre para el crecimiento económico. Por ejemplo, un estudio de 2017 del Economic Policy Institute mostró que la desigualdad redujo el crecimiento de la demanda agregada en 2-4 puntos porcentuales del PIB por año entre fines de los años 1970 y 2012. De manera similar, la OCDE concluyó que un aumento de tres puntos en el coeficiente de Gini –el aumento promedio en los países de la OCDE entre 1985 y 2005– desaceleraría el crecimiento en 0,35 puntos porcentuales anuales durante 25 años, lo que resultaría en una pérdida acumulada del PIB del 8,5%.
La creciente desigualdad dentro de los países puede atribuirse en parte a la disminución de la movilidad social. En Estados Unidos, los estudios han demostrado que la probabilidad de pasar de un hogar de bajos ingresos a uno de ingresos más altos se ha reducido a la mitad en varias décadas. Esta disminución ayuda a explicar el descontento de los estadounidenses con la globalización, dado que sus beneficios han ido en gran medida a parar a los inversores y los dueños de empresas, más que a los trabajadores.
Por primera vez en décadas, la desigualdad entre países también está aumentando. Según un informe de Oxfam de 2023 , los 81 mayores multimillonarios del mundo son más ricos que el 50% más pobre de la población mundial. Al mismo tiempo, el crecimiento más lento en los países de ingresos más bajos ha estancado la convergencia económica, ampliando las disparidades globales.
La pandemia de COVID-19 aceleró estas tendencias, empujando a casi 100 millones de personas a la pobreza extrema. Y, como el acceso a la energía y a tecnologías emergentes como la inteligencia artificial se está concentrando en los países desarrollados, las economías más pobres corren el riesgo de quedar aún más rezagadas.
La escasez de recursos y la transición energética
Los recursos naturales –en especial, las tierras cultivables, el agua potable, la energía y los elementos de tierras raras– son cada vez más escasos. Históricamente, la innovación tecnológica ha mitigado esos riesgos, pero la agitación geopolítica y la fragmentación económica actuales amenazan con agravar la escasez, haciendo subir los precios de las materias primas y alimentando la inflación.
Del lado de la demanda, las fuerzas de largo plazo como la urbanización, el crecimiento de la población mundial y el uso de energía relacionado con la inteligencia artificial seguirán impulsando el consumo de una amplia gama de productos básicos. Pero, a medida que los recursos naturales escaseen, los proveedores tendrán que recurrir a regiones remotas o políticamente inestables, lo que implicará mayores costos y riesgos.
Es importante tener en cuenta que las cadenas de suministro de recursos ya son frágiles. China, por ejemplo, representa el 60% de la producción mundial de tierras raras y casi el 90% de su procesamiento y refinación, lo que crea importantes vulnerabilidades geopolíticas.
Los combustibles fósiles enfrentan una dinámica similar, pero la demanda no muestra señales de desaceleración. El consumo mundial de petróleo actualmente asciende a unos 100 millones de barriles por día. Si toda la población mundial adoptara el nivel de vida del estadounidense promedio, el consumo diario se dispararía a 500 millones de barriles, según los niveles de consumo de Estados Unidos en 2023, lo que indica que el 4,2% de la población mundial representa el 20% del consumo de petróleo.
Acelerar la transición a las energías renovables podría ser una posible solución, pero los presupuestos gubernamentales limitados y los altos costos de capital siguen impidiendo el avance. Los 2 billones de dólares que se gastarán en energía limpia e infraestructura en 2024, si bien constituyen un hito histórico, están muy lejos de los 5 billones de dólares de gasto anual necesarios para evitar una catástrofe climática. Con un calentamiento global que va camino de superar los3° Celsius en 2100 (el doble del objetivo de 1,5°C establecido en el acuerdo climático de París de 2015), la necesidad de descarbonización es innegable, pero las inversiones no están a la par.
Presupuestos gubernamentales limitados y presiones fiscales
Las políticas fiscales insostenibles de las mayores economías del mundo, cuya carga de servicio de la deuda pesa sobre los gobiernos y los prestatarios privados, amenazan con erosionar los niveles de vida. Se espera que para fines de 2024, la deuda pública alcance los 100 billones de dólares , o el 93% del PIB mundial. Es preocupante que los ratios deuda/PIB de Estados Unidos y el Reino Unido ya hayan superado el 100% .
Además, el gobierno estadounidense gasta ahora más en pagos de intereses que en defensa, y los préstamos corporativos, a hogares, a estudiantes, a tarjetas de crédito y a automóviles (cada uno de los cuales supera el billón de dólares) están acechados por el espectro del impago. El déficit federal, que se proyecta que alcance el 7% del PIB en 2024, es casi el doble del promedio histórico de 50 años del 3,7%.
Y Estados Unidos no está solo. Muchas economías desarrolladas tienen grandes déficits fiscales, lo que genera un sobreendeudamiento que eleva los costos de endeudamiento y afecta las perspectivas de crecimiento global.
Aceleración de la desglobalización
El retroceso en la globalización amenaza todos los pilares del orden económico internacional: el comercio, los flujos de capital, la inmigración y el multilateralismo. Los aranceles propuestos por Trump –que incluyen un arancel del 10% a todos los bienes importados y un arancel del 60% a todas las importaciones chinas– probablemente acelerarán ese proceso al avivar la inflación, perturbar el comercio global y socavar el crecimiento.
Sin duda, la fragmentación del comercio global viene ocurriendo desde hace años, al menos desde que la globalización alcanzó su punto máximo alrededor de 2007. Si bien los volúmenes comerciales han aumentado desde entonces, el crecimiento sigue siendo relativamente débil, pues los gobiernos de todo el mundo imponen aranceles, cuotas y otras barreras, renegocian acuerdos comerciales y se dividen en bloques comerciales cada vez más excluyentes.
En la fracturada economía mundial actual, los flujos de capital están sometidos a una presión cada vez mayor. En medio de la escalada de tensiones chino-estadounidenses, la administración del presidente estadounidense Joe Biden impuso restricciones a las inversiones en el sector tecnológico chino. En consecuencia, los inversores institucionales estadounidenses asignan solo una parte insignificante de sus carteras a China. Según el Servicio de Investigación del Congreso, los inversores estadounidenses tenían 322.000 millones de dólares en valores chinos a largo plazo en 2023, una disminución del 13,4% con respecto a 2022.
La ruptura del orden multilateral también está intensificando las presiones migratorias. A pesar de endurecer las normas de inmigración, los países occidentales no han podido frenar el flujo de migrantes. El número de desplazados forzosos superó los 120 millones en 2024 (una cifra récord) y, en vista de los múltiples conflictos que azotan el mundo, esa cifra aumentará.
Adaptación a una economía global fracturada
A pesar de estos riesgos, las condiciones globales actuales presentan oportunidades para los inversores, los líderes empresariales y los responsables de las políticas, siempre que asignen el capital sabiamente, gestionen los riesgos de manera eficaz y adhieran a algunos principios rectores.
Para empezar, deben reevaluar sus prácticas financieras, operativas y de contratación. Consideremos, por ejemplo, el tradicional “carry trade”, mediante el cual los inversores captan capital a tasas de interés bajas en mercados como Londres o Nueva York e invierten en activos de mayor rendimiento en países como Brasil, repatriando los rendimientos en forma de dividendos. Esta estrategia, que era adecuada para una economía globalizada, no funcionará tan eficazmente en un panorama financiero más fragmentado.
De manera similar, las cadenas de suministro y las compras transnacionales y descentralizadas funcionan bien en un mundo totalmente globalizado, pero, como demostró la pandemia, este modelo puede desmoronarse rápidamente en una economía en proceso de desglobalización.
Además, las corporaciones se encuentran hoy operando en una era de mayor intervención gubernamental, con regulaciones más estrictas, programas de bienestar social ampliados, impuestos más altos y políticas industriales. Como resultado, es probable que el sector privado se reduzca.
Este cambio ya está en marcha. Desde 1996, el número de empresas que cotizan en bolsa en Estados Unidos ha caído de 7.000 a 3.500. Hay múltiples explicaciones para ello –desde un aumento de las fusiones corporativas hasta la evitación de las cargas regulatorias de la propiedad pública–, pero el resultado es el mismo: una reducción de la amplitud y profundidad de los mercados de capital, que amenaza con limitar la inversión y obstaculizar el crecimiento económico.
Dicho esto, los superciclos gemelos de la IA y la transición energética podrían contrarrestar estos obstáculos y revitalizar la economía global. Mientras tanto, los responsables de la toma de decisiones deben permanecer atentos y concentrarse en generar retornos significativos mediante la asignación estratégica de capital, la identificación de proyectos en los que se pueda invertir y el despliegue eficaz de los recursos.
Pero si persisten estas tendencias, la economía mundial seguirá tambaleándose y las tasas de crecimiento de dos dígitos de fines del siglo XX se perderán cada vez más en el recuerdo. Un estancamiento prolongado podría conducir a una caída de los niveles de vida, lo que aumentaría el riesgo de agitación sociopolítica.
Dambisa Moyo, economista internacional, es autor de cuatro libros superventas del New York Times , entre ellos Edge of Chaos: Why Democracy Is Failing to Deliver Economic Growth – and How to Fix It (Basic Books, 2018).
Se prevé que las economías de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón crecerán menos del 3% anual en el futuro previsible, el umbral necesario para duplicar el ingreso per cápita en una generación (25 años). Al mismo tiempo, se espera que las grandes economías emergentes como Brasil, Argentina y Sudáfrica también experimenten un crecimiento lento durante la próxima década.
Si bien el PIB mundial total ha aumentado a 110 billones de dólares , el progreso sigue estando distribuido de manera desigual, lo que amenaza con erosionar los niveles de vida. Peor aún, la economía mundial enfrenta fuertes vientos en contra que podrían sofocar el crecimiento, la innovación y la inversión, y desencadenar inestabilidad política y social.
Los gobiernos y los líderes empresariales deben ajustar sus modelos y supuestos en consecuencia. Ante los importantes cambios de política, los inversores tendrán que repensar sus estrategias de inversión y asignación de recursos para transitar una era definida por la incertidumbre y el crecimiento desigual.
De cara al futuro, se destacan ocho riesgos para el crecimiento del PIB mundial: fisuras geopolíticas; políticas internas divisivas; disrupción tecnológica y auge de la inteligencia artificial; tendencias demográficas; creciente desigualdad entre países y dentro de ellos; escasez de recursos naturales; deuda gubernamental y políticas fiscales laxas; y desglobalización. En conjunto, estos obstáculos serán un impedimento persistente para el crecimiento económico en los próximos años.
No hay orden mundial
El primer obstáculo para el crecimiento global es la escalada de tensiones geopolíticas –en particular entre Estados Unidos, China y Rusia–, agravada por las amenazas adicionales de Irán y Corea del Norte. A medida que se amplía la brecha entre las economías desarrolladas y las que están en desarrollo, los países en desarrollo se suman cada vez más a alianzas económicas como el bloque BRICS, que a principios de 2024 contaba con cinco miembros y a fines de ese año con nueve. En el corto plazo, existe un riesgo creciente de que este tira y afloja geopolítico se transforme en un conflicto militar abierto.
En los últimos 50 años, la economía mundial pasó de ser un juego de suma positiva a un juego de suma negativa. La era de suma positiva, impulsada por la cooperación económica y global, alcanzó su apogeo durante el período del Consenso de Washington, que se destacó por la caída del Muro de Berlín en 1989 y la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001. Pero después de la crisis financiera de 2008, el mundo entró en un período de suma negativa, marcado por una caída del crecimiento, una intensificación de la competencia y un aumento de las tensiones internacionales, agudizadas aún más por la pandemia de COVID-19, la invasión rusa de Ucrania y la guerra de Gaza.
Las fisuras geopolíticas cada vez más profundas han dejado al descubierto vulnerabilidades profundas. China, por ejemplo, es uno de los mayores acreedores extranjeros de Estados Unidos, con más de 770.000 millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense, lo que le da una importante ventaja sobre Estados Unidos, cuyos responsables políticos la ven cada vez más como un rival político e ideológico. En este contexto, la intensificación de la carrera entre China y Occidente por el dominio tecnológico en inteligencia artificial, computación cuántica y semiconductores ha fracturado la economía digital, dando lugar a una “ splinternet ” balcanizada.
A medida que décadas de cooperación multilateral dieron paso a la fragmentación económica, nuevas alianzas entre países debilitaron el orden internacional liderado por Estados Unidos y las instituciones de Bretton Woods, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. El bloque ampliado de los BRICS –liderado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– es la más importante de estas alianzas, ya que representa más del 40% de la población mundial y el 36% del PIB global.
Mientras tanto, los llamados “estados bisagra” como Turquía, Arabia Saudita y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo están rediseñando las rutas comerciales globales, reconfigurando las cadenas de suministro y redirigiendo los flujos de inversión, alterando la distribución y los precios de productos básicos clave como alimentos y minerales críticos.
Además de sofocar el crecimiento del PIB mundial, estas divisiones geopolíticas están obstaculizando los esfuerzos colectivos para abordar los riesgos climáticos, ya que las economías desarrolladas y en desarrollo siguen profundamente divididas sobre la urgencia, el alcance y la agresividad de las reformas regulatorias y políticas necesarias para combatir el cambio climático y avanzar en la transición hacia la energía limpia.
Populismo y política interna
Muchas economías avanzadas también enfrentan una polarización política cada vez más profunda en sus países. El regreso del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, a la Casa Blanca –al igual que el Brexit y su primera victoria electoral en 2016– anuncia un período de incertidumbre generalizada y grandes transformaciones políticas.
En medio de estos vendavales populistas, los presupuestos de las economías desarrolladas se ven cada vez más presionados por la ampliación de los programas de bienestar social. En 2022, por ejemplo, la UE gastó 3,1 billones de euros (3,3 billones de dólares) –el 19,5% de su PIB y casi el 40% de su gasto total– en protección social.
A medida que aumenten las exigencias a los presupuestos gubernamentales, el deterioro de la situación fiscal hará que a muchos países les resulte cada vez más difícil proporcionar bienes públicos esenciales, como atención sanitaria, educación e infraestructura. Las presiones fiscales resultantes probablemente profundicen la polarización y generen más volatilidad en las políticas.
La IA y la disrupción tecnológica
Si bien el rápido ritmo de los avances tecnológicos, en especial la IA generativa, tiene un enorme potencial para impulsar la productividad y el crecimiento económico, también conlleva riesgos significativos. En el lado positivo, PwC proyecta que la IA podría agregar 16 billones de dólares al PIB mundial para 2030, lo que podría marcar el comienzo del primer gran superciclo económico en medio siglo. El último superciclo, que comenzó en la década de 1980, fue impulsado por la reestructuración de las cadenas de suministro que acompañó décadas de globalización. Pero desde principios de la década de 2000, los niveles de productividad de los países desarrollados se han estancado, lo que contribuye a su declive económico relativo.
Los primeros indicios del posible impacto de la IA en la productividad y la eficiencia corporativa son muy alentadores. Un estudio de 2023 realizado por Erik Brynjolfsson y coautores concluyó que las herramientas de IA generativa aumentaron la productividad de los trabajadores en un 14 % en promedio y en un 34 % en el caso de los trabajadores nuevos y poco calificados. Dado que la productividad representa hasta el 60 % de las diferencias de crecimiento entre países, estos avances sugieren que la IA está preparada para convertirse en un poderoso motor del crecimiento del PIB mundial.
La mala noticia es que la IA podría desplazar a millones de trabajadores y crear una enorme subclase de desempleados. Un informe de Goldman Sachs de 2023 estimó que la automatización podría eliminar 300 millones de empleos a tiempo completo, mientras que una encuesta del Foro Económico Mundial sugiere una pérdida neta significativamente menor de 14 millones de empleos. Aun así, la transición a un mundo impulsado por la IA planteará desafíos sin precedentes para los responsables de las políticas y los líderes empresariales.
Además, existen preocupaciones válidas de que el rápido crecimiento de la IA, junto con las enormes cantidades de energía necesarias para operar los centros de datos, está en contradicción con los esfuerzos por mitigar los peores efectos del cambio climático y lograr una transición energética fluida. Los líderes empresariales ya están advirtiendo sobre redes eléctricas sobrecargadas y precios de energía en aumento, impulsados por mayores costos de transmisión y distribución. En un mundo que depende cada vez más de tecnologías de alto consumo energético, estos avances podrían tener consecuencias de largo alcance.
En el corto plazo, la sobreinversión podría conducir a una importante asignación incorrecta de capital, ya que los inversores se apresurarán a sacar provecho del auge de la IA. En 2023, las “siete magníficas” (las principales empresas tecnológicas de Estados Unidos) destinaron más de 200.000 millones de dólares a investigación y desarrollo, lo que representó más de la mitad del gasto total en I+D de los sectores público, privado y sin fines de lucro de Europa.
La tasa actual de inversión de capital de riesgo en IA es de aproximadamente 60 mil millones de dólares y, según las tendencias de crecimiento recientes, podría superar fácilmente los 100 mil millones de dólares en el futuro cercano. Los ingresos necesarios para justificar esa cantidad de inversión probablemente sean del orden de 25 mil millones de dólares por año. Dada la falta de una “aplicación revolucionaria” de IA (la tasa de ingresos de OpenAI es de solo unos 4 mil millones de dólares), parece probable que una cantidad significativa de inversiones de capital de riesgo en IA terminen siendo inútiles. Y es muy improbable que haya retornos sostenidos. En cambio, es probable que muchas empresas fracasen, lo que resultará en enormes sumas de capital perdido.
Los cambios demográficos podrían obstaculizar el crecimiento
El mundo está experimentando profundos cambios demográficos que afectan tanto al tamaño de la población mundial como a la calidad de la fuerza laboral. Según las Naciones Unidas, se espera que la población mundial crezca de aproximadamente ocho mil millones de personas en la actualidad a 10.4 mil millones en 2100. Si bien esta cifra principal es sorprendente, oculta dinámicas subyacentes que, si no se abordan, podrían limitar el crecimiento del PIB.
Una tendencia particularmente preocupante es la relación inversa entre el crecimiento demográfico y el desempeño económico. Los países con poblaciones en rápida expansión están experimentando un crecimiento económico más lento, mientras que las poblaciones de las economías de alto desempeño tienden a crecer más lentamente. Pocos países logran ambas cosas, lo que genera preocupación por una trayectoria descendente del ingreso per cápita mundial.
China es un claro ejemplo. El FMI prevé que el crecimiento del PIB del país, que actualmente ronda el 5%, caerá por debajo del 3,5% en 2029. Mientras tanto, la ONU estima que la población de China se desplomará a menos de 800 millones en 2100. En Europa, las economías de crecimiento lento como Italia y Francia tienen tasas de fertilidad muy por debajo de los niveles de reemplazo. En cambio, muchos países más pobres tienen poblaciones mucho más jóvenes pero enfrentan perspectivas de crecimiento igualmente sombrías.
Las tendencias demográficas tienen un impacto enorme en lo que el mundo produce y consume. Por ejemplo, si bien la población de la India ya ha superado a la de China, el país sigue siendo cinco veces más pobre en términos de PIB per cápita. Esta disparidad determina la canasta de consumo mundial, ya que las poblaciones más numerosas y más pobres tienen más probabilidades de consumir productos más baratos, como carbón, en lugar de energía renovable.
En términos más generales, la mayor esperanza de vida y la caída de las tasas de natalidad también podrían reducir la torta del PIB, ya que menos trabajadores producen bienes mientras que el número de consumidores crece. Esta tendencia se refleja en la tasa de dependencia –la proporción de dependientes (personas menores de 15 años o mayores de 64) en relación con la población en edad de trabajar–, que ha aumentado en todas las principales economías. En Estados Unidos, la tasa aumentó de 51,2 dependientes por cada 100 personas en edad de trabajar en 1990 a 54,5 en 2023.
En ausencia de un baby boom o de una mayor apertura a la inmigración, la mayor expectativa de vida ejercerá una presión adicional sobre los ya sobrecargados sistemas de seguridad social y pensiones. La Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos ya ha advertido que el gobierno federal tendrá dificultades para financiar programas de prestaciones sociales como la Seguridad Social, Medicare y Medicaid para 2030.
Para empeorar las cosas, la calidad de la fuerza laboral mundial parece estar deteriorándose, ya que el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) de 2022 de la OCDE reveló fuertes caídas en las puntuaciones de matemáticas, ciencias y lectura entre los estudiantes de las principales economías. Estados Unidos ocupó el puesto 34 en matemáticas entre 81 países, por debajo del promedio de la OCDE, después de registrar algunas de las puntuaciones más bajas “jamás medidas por PISA”. En ciencias, Estados Unidos ocupó el puesto 16.
Disparidades crecientes
Desde hace tiempo se reconoce que la desigualdad –no sólo en ingresos y riqueza, sino también en el acceso a educación, atención sanitaria e infraestructura de calidad– es un lastre para el crecimiento económico. Por ejemplo, un estudio de 2017 del Economic Policy Institute mostró que la desigualdad redujo el crecimiento de la demanda agregada en 2-4 puntos porcentuales del PIB por año entre fines de los años 1970 y 2012. De manera similar, la OCDE concluyó que un aumento de tres puntos en el coeficiente de Gini –el aumento promedio en los países de la OCDE entre 1985 y 2005– desaceleraría el crecimiento en 0,35 puntos porcentuales anuales durante 25 años, lo que resultaría en una pérdida acumulada del PIB del 8,5%.
La creciente desigualdad dentro de los países puede atribuirse en parte a la disminución de la movilidad social. En Estados Unidos, los estudios han demostrado que la probabilidad de pasar de un hogar de bajos ingresos a uno de ingresos más altos se ha reducido a la mitad en varias décadas. Esta disminución ayuda a explicar el descontento de los estadounidenses con la globalización, dado que sus beneficios han ido en gran medida a parar a los inversores y los dueños de empresas, más que a los trabajadores.
Por primera vez en décadas, la desigualdad entre países también está aumentando. Según un informe de Oxfam de 2023 , los 81 mayores multimillonarios del mundo son más ricos que el 50% más pobre de la población mundial. Al mismo tiempo, el crecimiento más lento en los países de ingresos más bajos ha estancado la convergencia económica, ampliando las disparidades globales.
La pandemia de COVID-19 aceleró estas tendencias, empujando a casi 100 millones de personas a la pobreza extrema. Y, como el acceso a la energía y a tecnologías emergentes como la inteligencia artificial se está concentrando en los países desarrollados, las economías más pobres corren el riesgo de quedar aún más rezagadas.
La escasez de recursos y la transición energética
Los recursos naturales –en especial, las tierras cultivables, el agua potable, la energía y los elementos de tierras raras– son cada vez más escasos. Históricamente, la innovación tecnológica ha mitigado esos riesgos, pero la agitación geopolítica y la fragmentación económica actuales amenazan con agravar la escasez, haciendo subir los precios de las materias primas y alimentando la inflación.
Del lado de la demanda, las fuerzas de largo plazo como la urbanización, el crecimiento de la población mundial y el uso de energía relacionado con la inteligencia artificial seguirán impulsando el consumo de una amplia gama de productos básicos. Pero, a medida que los recursos naturales escaseen, los proveedores tendrán que recurrir a regiones remotas o políticamente inestables, lo que implicará mayores costos y riesgos.
Es importante tener en cuenta que las cadenas de suministro de recursos ya son frágiles. China, por ejemplo, representa el 60% de la producción mundial de tierras raras y casi el 90% de su procesamiento y refinación, lo que crea importantes vulnerabilidades geopolíticas.
Los combustibles fósiles enfrentan una dinámica similar, pero la demanda no muestra señales de desaceleración. El consumo mundial de petróleo actualmente asciende a unos 100 millones de barriles por día. Si toda la población mundial adoptara el nivel de vida del estadounidense promedio, el consumo diario se dispararía a 500 millones de barriles, según los niveles de consumo de Estados Unidos en 2023, lo que indica que el 4,2% de la población mundial representa el 20% del consumo de petróleo.
Acelerar la transición a las energías renovables podría ser una posible solución, pero los presupuestos gubernamentales limitados y los altos costos de capital siguen impidiendo el avance. Los 2 billones de dólares que se gastarán en energía limpia e infraestructura en 2024, si bien constituyen un hito histórico, están muy lejos de los 5 billones de dólares de gasto anual necesarios para evitar una catástrofe climática. Con un calentamiento global que va camino de superar los3° Celsius en 2100 (el doble del objetivo de 1,5°C establecido en el acuerdo climático de París de 2015), la necesidad de descarbonización es innegable, pero las inversiones no están a la par.
Presupuestos gubernamentales limitados y presiones fiscales
Las políticas fiscales insostenibles de las mayores economías del mundo, cuya carga de servicio de la deuda pesa sobre los gobiernos y los prestatarios privados, amenazan con erosionar los niveles de vida. Se espera que para fines de 2024, la deuda pública alcance los 100 billones de dólares , o el 93% del PIB mundial. Es preocupante que los ratios deuda/PIB de Estados Unidos y el Reino Unido ya hayan superado el 100% .
Además, el gobierno estadounidense gasta ahora más en pagos de intereses que en defensa, y los préstamos corporativos, a hogares, a estudiantes, a tarjetas de crédito y a automóviles (cada uno de los cuales supera el billón de dólares) están acechados por el espectro del impago. El déficit federal, que se proyecta que alcance el 7% del PIB en 2024, es casi el doble del promedio histórico de 50 años del 3,7%.
Y Estados Unidos no está solo. Muchas economías desarrolladas tienen grandes déficits fiscales, lo que genera un sobreendeudamiento que eleva los costos de endeudamiento y afecta las perspectivas de crecimiento global.
Aceleración de la desglobalización
El retroceso en la globalización amenaza todos los pilares del orden económico internacional: el comercio, los flujos de capital, la inmigración y el multilateralismo. Los aranceles propuestos por Trump –que incluyen un arancel del 10% a todos los bienes importados y un arancel del 60% a todas las importaciones chinas– probablemente acelerarán ese proceso al avivar la inflación, perturbar el comercio global y socavar el crecimiento.
Sin duda, la fragmentación del comercio global viene ocurriendo desde hace años, al menos desde que la globalización alcanzó su punto máximo alrededor de 2007. Si bien los volúmenes comerciales han aumentado desde entonces, el crecimiento sigue siendo relativamente débil, pues los gobiernos de todo el mundo imponen aranceles, cuotas y otras barreras, renegocian acuerdos comerciales y se dividen en bloques comerciales cada vez más excluyentes.
En la fracturada economía mundial actual, los flujos de capital están sometidos a una presión cada vez mayor. En medio de la escalada de tensiones chino-estadounidenses, la administración del presidente estadounidense Joe Biden impuso restricciones a las inversiones en el sector tecnológico chino. En consecuencia, los inversores institucionales estadounidenses asignan solo una parte insignificante de sus carteras a China. Según el Servicio de Investigación del Congreso, los inversores estadounidenses tenían 322.000 millones de dólares en valores chinos a largo plazo en 2023, una disminución del 13,4% con respecto a 2022.
La ruptura del orden multilateral también está intensificando las presiones migratorias. A pesar de endurecer las normas de inmigración, los países occidentales no han podido frenar el flujo de migrantes. El número de desplazados forzosos superó los 120 millones en 2024 (una cifra récord) y, en vista de los múltiples conflictos que azotan el mundo, esa cifra aumentará.
Adaptación a una economía global fracturada
A pesar de estos riesgos, las condiciones globales actuales presentan oportunidades para los inversores, los líderes empresariales y los responsables de las políticas, siempre que asignen el capital sabiamente, gestionen los riesgos de manera eficaz y adhieran a algunos principios rectores.
Para empezar, deben reevaluar sus prácticas financieras, operativas y de contratación. Consideremos, por ejemplo, el tradicional “carry trade”, mediante el cual los inversores captan capital a tasas de interés bajas en mercados como Londres o Nueva York e invierten en activos de mayor rendimiento en países como Brasil, repatriando los rendimientos en forma de dividendos. Esta estrategia, que era adecuada para una economía globalizada, no funcionará tan eficazmente en un panorama financiero más fragmentado.
De manera similar, las cadenas de suministro y las compras transnacionales y descentralizadas funcionan bien en un mundo totalmente globalizado, pero, como demostró la pandemia, este modelo puede desmoronarse rápidamente en una economía en proceso de desglobalización.
Además, las corporaciones se encuentran hoy operando en una era de mayor intervención gubernamental, con regulaciones más estrictas, programas de bienestar social ampliados, impuestos más altos y políticas industriales. Como resultado, es probable que el sector privado se reduzca.
Este cambio ya está en marcha. Desde 1996, el número de empresas que cotizan en bolsa en Estados Unidos ha caído de 7.000 a 3.500. Hay múltiples explicaciones para ello –desde un aumento de las fusiones corporativas hasta la evitación de las cargas regulatorias de la propiedad pública–, pero el resultado es el mismo: una reducción de la amplitud y profundidad de los mercados de capital, que amenaza con limitar la inversión y obstaculizar el crecimiento económico.
Dicho esto, los superciclos gemelos de la IA y la transición energética podrían contrarrestar estos obstáculos y revitalizar la economía global. Mientras tanto, los responsables de la toma de decisiones deben permanecer atentos y concentrarse en generar retornos significativos mediante la asignación estratégica de capital, la identificación de proyectos en los que se pueda invertir y el despliegue eficaz de los recursos.
Pero si persisten estas tendencias, la economía mundial seguirá tambaleándose y las tasas de crecimiento de dos dígitos de fines del siglo XX se perderán cada vez más en el recuerdo. Un estancamiento prolongado podría conducir a una caída de los niveles de vida, lo que aumentaría el riesgo de agitación sociopolítica.