La media promesa de los medicamentos para bajar de peso
Los esfuerzos por ampliar el acceso a medicamentos contra la obesidad como Ozempic y Wegovy podrían salvar la vida de millones de personas en todo el mundo, pero no debemos confundir los síntomas con la patología subyacente: un sistema alimentario disfuncional que pone en peligro nuestra salud y la del planeta.
LONDRES – Es comprensible que medicamentos innovadores para bajar de peso como Ozempic y Wegovy hayan generado mucho entusiasmo y hayan brindado esperanza a los cientos de millones de personas que luchan contra la obesidad. Cuando se combinan con una dieta más saludable y ejercicio, estos medicamentos, que actúan suprimiendo el apetito, producen una reducción promedio del 10% del peso corporal que puede mantenerse durante años.
En el Reino Unido, más de dos tercios de los adultos y casi tres cuartas partes de los estadounidenses tienen sobrepeso u obesidad (una crisis sanitaria que cuesta a las economías nacionales miles de millones de dólares al año), por lo que se podría perdonar a los médicos y a los responsables de las políticas que adopten estos medicamentos como una panacea. Por ejemplo, el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden propuso hace poco exigir que Medicare y Medicaid cubran los costos de los medicamentos para bajar de peso, lo que ofrecería acceso a ellos a millones de estadounidenses. Pero abordar la obesidad requiere mucho más que una solución tecnológica.
Para ser claro, no estoy sugiriendo que estos medicamentos sean innecesarios o que los profesionales médicos deban evitar recetarlos, pero no abordan el problema que alimenta la crisis mundial de obesidad (y que también contribuye a la crisis climática): nuestro sistema alimentario defectuoso.
El alarmante aumento de la obesidad en los últimos 30 años no es simplemente una consecuencia de un nivel de vida más elevado o de un estilo de vida más sedentario, aunque estos factores desempeñan un papel fundamental. El factor principal parece ser la transformación de nuestro entorno alimentario, que ha alterado fundamentalmente tanto los tipos de alimentos que consumimos como nuestros hábitos alimentarios.
En los últimos años, los científicos y los expertos en salud se han centrado cada vez más en los alimentos ricos en grasas, azúcar y sal (HFSS, por sus siglas en inglés) que impulsan hábitos alimentarios poco saludables. Esta tendencia se puede atribuir a que las empresas están reestructurando el sistema alimentario para producir alimentos ultraprocesados, hiperpalatables y altamente rentables. En consecuencia, las personas comen más bocadillos, comen porciones más grandes y preparan menos comidas por sí mismas. En el Reino Unido, por ejemplo, el mercado de bocadillos ha experimentado un auge, mientras que el tiempo dedicado a preparar las comidas ha disminuido drásticamente.
Estos cambios no sólo han impulsado el rápido aumento del consumo de alimentos ricos en grasas, azúcar y sal, sino que también han provocado un aumento del consumo de carne, especialmente en Europa y América del Norte, donde las dietas ricas en carne se han vuelto demasiado comunes.
Además del mayor riesgo de enfermedades cardíacas y otras afecciones relacionadas con la salud, el consumo excesivo de carne ha tenido efectos devastadores sobre el clima y la biodiversidad. Las investigaciones muestran que los alimentos de origen animal generan el doble de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que las alternativas de origen vegetal. Así como los expertos en salud nos instan a reducir nuestra ingesta de alimentos ricos en grasas, azúcar y sal, los científicos del clima enfatizan constantemente la importancia de reducir el consumo de carne y productos lácteos para mantener el calentamiento global dentro de límites seguros.
En un esfuerzo por evitar un cambio duradero en los hábitos alimentarios de las personas, la industria de la carne está buscando soluciones tecnológicas para reducir las emisiones de GEI. Por ejemplo, la financiación para la investigación sobre cómo reducir las emisiones de las granjas (como los aditivos alimentarios diseñados para reducir los niveles de metano en los eructos de las vacas) ha aumentado notablemente.
Estas soluciones son especialmente atractivas para los gobiernos que se muestran reacios a introducir medidas que influyan en el comportamiento de los consumidores. Temerosos de la oposición del lobby de las grandes empresas alimentarias y recelosos de las acusaciones de extralimitación, políticas como los impuestos al azúcar o a la carne se consideran temas políticos candentes que hay que evitar a toda costa.
Pero las crisis superpuestas que nuestro sistema alimentario defectuoso está alimentando –desde los miles de millones de dólares que se gastan cada año en problemas de salud relacionados con la dieta hasta la degradación ambiental que lleva a nuestro planeta a sus límites– no se pueden eliminar ni solucionar con curitas tecnológicas. Lo que se necesita, en cambio, es un cambio importante en los hábitos alimentarios hacia alimentos que nutran tanto a las personas como al medio ambiente.
Con este fin, la Comisión EAT-Lancet , integrada por los principales expertos mundiales en nutrición y sostenibilidad, aboga por una dieta rica en frutas y verduras frescas, cereales integrales y proteínas vegetales, y por una reducción del consumo de proteínas animales, productos lácteos y azúcares. En conjunto, estas recomendaciones ofrecen un plan claro para garantizar la salud y la sostenibilidad.
Es cierto que no es realista esperar que los consumidores, condicionados por entornos alimentarios diseñados para el lucro en lugar de la salud humana o ambiental, impulsen esta transición por sí solos. Con alimentos poco saludables ampliamente disponibles y comercializados agresivamente, muchos consumidores a menudo tienen dificultades para moderar su ingesta de alimentos y, en algunos casos, desarrollan conductas adictivas.
Los gobiernos y los fabricantes de alimentos deben tomar medidas proactivas para remodelar estos entornos, como ampliar las iniciativas destinadas a reducir el consumo de alimentos HFSS para incluir la carne, alentando así a las personas a comer más alimentos integrales de origen vegetal y alternativas a la carne.
Otra posible solución sería ampliar las prohibiciones a las promociones de alimentos poco saludables para que abarquen los productos cárnicos. También sería útil exigir a las empresas alimentarias que informen sobre los tipos de alimentos que venden, incluidos los alimentos con alto contenido de grasas, azúcar y sal y la proporción de proteínas de origen vegetal y animal. Estas medidas incentivarían a las empresas a priorizar las opciones más saludables y sostenibles en lugar de las menos nutritivas.
Nada de esto quiere decir que la nueva generación de medicamentos para bajar de peso no pueda beneficiar a las personas obesas. Para quienes están atrapados en un ciclo de mala salud, Ozempic y Wegovy podrían incluso salvar vidas, y los esfuerzos por hacer que estos tratamientos estén ampliamente disponibles son un paso positivo.
Pero es esencial que reconozcamos que este enfoque trata los síntomas y no la patología subyacente. Para desactivar las bombas de tiempo de la mala salud y la catástrofe ambiental se necesitan acciones rápidas y decisivas para rehacer nuestro disfuncional sistema alimentario.
En el Reino Unido, más de dos tercios de los adultos y casi tres cuartas partes de los estadounidenses tienen sobrepeso u obesidad (una crisis sanitaria que cuesta a las economías nacionales miles de millones de dólares al año), por lo que se podría perdonar a los médicos y a los responsables de las políticas que adopten estos medicamentos como una panacea. Por ejemplo, el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden propuso hace poco exigir que Medicare y Medicaid cubran los costos de los medicamentos para bajar de peso, lo que ofrecería acceso a ellos a millones de estadounidenses. Pero abordar la obesidad requiere mucho más que una solución tecnológica.
Para ser claro, no estoy sugiriendo que estos medicamentos sean innecesarios o que los profesionales médicos deban evitar recetarlos, pero no abordan el problema que alimenta la crisis mundial de obesidad (y que también contribuye a la crisis climática): nuestro sistema alimentario defectuoso.
El alarmante aumento de la obesidad en los últimos 30 años no es simplemente una consecuencia de un nivel de vida más elevado o de un estilo de vida más sedentario, aunque estos factores desempeñan un papel fundamental. El factor principal parece ser la transformación de nuestro entorno alimentario, que ha alterado fundamentalmente tanto los tipos de alimentos que consumimos como nuestros hábitos alimentarios.
En los últimos años, los científicos y los expertos en salud se han centrado cada vez más en los alimentos ricos en grasas, azúcar y sal (HFSS, por sus siglas en inglés) que impulsan hábitos alimentarios poco saludables. Esta tendencia se puede atribuir a que las empresas están reestructurando el sistema alimentario para producir alimentos ultraprocesados, hiperpalatables y altamente rentables. En consecuencia, las personas comen más bocadillos, comen porciones más grandes y preparan menos comidas por sí mismas. En el Reino Unido, por ejemplo, el mercado de bocadillos ha experimentado un auge, mientras que el tiempo dedicado a preparar las comidas ha disminuido drásticamente.
Estos cambios no sólo han impulsado el rápido aumento del consumo de alimentos ricos en grasas, azúcar y sal, sino que también han provocado un aumento del consumo de carne, especialmente en Europa y América del Norte, donde las dietas ricas en carne se han vuelto demasiado comunes.
Además del mayor riesgo de enfermedades cardíacas y otras afecciones relacionadas con la salud, el consumo excesivo de carne ha tenido efectos devastadores sobre el clima y la biodiversidad. Las investigaciones muestran que los alimentos de origen animal generan el doble de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que las alternativas de origen vegetal. Así como los expertos en salud nos instan a reducir nuestra ingesta de alimentos ricos en grasas, azúcar y sal, los científicos del clima enfatizan constantemente la importancia de reducir el consumo de carne y productos lácteos para mantener el calentamiento global dentro de límites seguros.
En un esfuerzo por evitar un cambio duradero en los hábitos alimentarios de las personas, la industria de la carne está buscando soluciones tecnológicas para reducir las emisiones de GEI. Por ejemplo, la financiación para la investigación sobre cómo reducir las emisiones de las granjas (como los aditivos alimentarios diseñados para reducir los niveles de metano en los eructos de las vacas) ha aumentado notablemente.
Estas soluciones son especialmente atractivas para los gobiernos que se muestran reacios a introducir medidas que influyan en el comportamiento de los consumidores. Temerosos de la oposición del lobby de las grandes empresas alimentarias y recelosos de las acusaciones de extralimitación, políticas como los impuestos al azúcar o a la carne se consideran temas políticos candentes que hay que evitar a toda costa.
Pero las crisis superpuestas que nuestro sistema alimentario defectuoso está alimentando –desde los miles de millones de dólares que se gastan cada año en problemas de salud relacionados con la dieta hasta la degradación ambiental que lleva a nuestro planeta a sus límites– no se pueden eliminar ni solucionar con curitas tecnológicas. Lo que se necesita, en cambio, es un cambio importante en los hábitos alimentarios hacia alimentos que nutran tanto a las personas como al medio ambiente.
Con este fin, la Comisión EAT-Lancet , integrada por los principales expertos mundiales en nutrición y sostenibilidad, aboga por una dieta rica en frutas y verduras frescas, cereales integrales y proteínas vegetales, y por una reducción del consumo de proteínas animales, productos lácteos y azúcares. En conjunto, estas recomendaciones ofrecen un plan claro para garantizar la salud y la sostenibilidad.
Es cierto que no es realista esperar que los consumidores, condicionados por entornos alimentarios diseñados para el lucro en lugar de la salud humana o ambiental, impulsen esta transición por sí solos. Con alimentos poco saludables ampliamente disponibles y comercializados agresivamente, muchos consumidores a menudo tienen dificultades para moderar su ingesta de alimentos y, en algunos casos, desarrollan conductas adictivas.
Los gobiernos y los fabricantes de alimentos deben tomar medidas proactivas para remodelar estos entornos, como ampliar las iniciativas destinadas a reducir el consumo de alimentos HFSS para incluir la carne, alentando así a las personas a comer más alimentos integrales de origen vegetal y alternativas a la carne.
Otra posible solución sería ampliar las prohibiciones a las promociones de alimentos poco saludables para que abarquen los productos cárnicos. También sería útil exigir a las empresas alimentarias que informen sobre los tipos de alimentos que venden, incluidos los alimentos con alto contenido de grasas, azúcar y sal y la proporción de proteínas de origen vegetal y animal. Estas medidas incentivarían a las empresas a priorizar las opciones más saludables y sostenibles en lugar de las menos nutritivas.
Nada de esto quiere decir que la nueva generación de medicamentos para bajar de peso no pueda beneficiar a las personas obesas. Para quienes están atrapados en un ciclo de mala salud, Ozempic y Wegovy podrían incluso salvar vidas, y los esfuerzos por hacer que estos tratamientos estén ampliamente disponibles son un paso positivo.
Pero es esencial que reconozcamos que este enfoque trata los síntomas y no la patología subyacente. Para desactivar las bombas de tiempo de la mala salud y la catástrofe ambiental se necesitan acciones rápidas y decisivas para rehacer nuestro disfuncional sistema alimentario.