Aunque han pasado apenas tres años desde que Merkel dejó el cargo, el mundo ha cambiado de forma tan radical que su cancillería ya parece pertenecer a otra época. En sus nuevas memorias, la canciller se muestra en paz con las decisiones que tomó, incluidas aquellas que han sido juzgadas con mayor dureza.
BERLÍN – El mes pasado se publicó con gran fanfarria la muy esperada autobiografía de la ex canciller alemana Angela Merkel , Libertad . Escrita en coautoría con Beate Baumann, su jefa de gabinete y confidente durante mucho tiempo, el libro ofrece una mirada profunda a la extraordinaria vida y carrera de Merkel, y ha sido traducido a más de 30 idiomas. Su lanzamiento se realizó con eventos con entradas agotadas en Berlín, Londres y Washington, este último organizado por el ex presidente estadounidense Barack Obama.
Cabe preguntarse si una gira editorial de tan alto perfil –normalmente reservada a los presidentes estadounidenses, más que a los ex líderes de potencias medianas como Alemania– es excesiva. Después de todo, las memorias de los ex primeros ministros del Reino Unido Tony Blair y David Cameron no atrajeron ese nivel de atención internacional, como tampoco lo hicieron las de los ex presidentes franceses Nicolas Sarkozy y François Hollande.
Es cierto que, en el apogeo de su popularidad, Merkel no sólo era la política más influyente de Europa; tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, a menudo se la llamaba “la líder del mundo libre”. Pero, a pesar de haber dejado el cargo hace apenas tres años, el mundo ha cambiado tan drásticamente que su cancillería ya parece pertenecer a otra época.
Para Alemania, los últimos años han sido particularmente difíciles. Una economía que oscila entre la recesión y el estancamiento ha puesto de manifiesto las consecuencias de décadas de subinversión en infraestructura, vivienda, educación y digitalización. La inflación ha erosionado los salarios, lo que ha exacerbado la crisis de asequibilidad de la vivienda. Y los flujos migratorios sin precedentes han alimentado un descontento público generalizado, lo que ha permitido que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda obtengan importantes avances electorales.
Mientras tanto, la invasión rusa a Ucrania en 2022 subrayó el fracaso de los repetidos esfuerzos de Merkel por apaciguar al presidente ruso, Vladimir Putin. Apenas unos días después de la invasión, su sucesor, Olaf Scholz , declaró un “cambio de época” ( Zeitenwende ) en la política exterior y de defensa de Alemania, en particular hacia Rusia. En un instante, el mundo que Merkel ayudó a moldear se había desvanecido.
Si bien muchos de estos cambios se produjeron después de que Merkel dejara el cargo, Scholz tuvo que resolver numerosos problemas. En cambio, Merkel se benefició enormemente de las reformas del mercado laboral introducidas por su predecesor, Gerhard Schröder, en particular en los primeros años de su cancillería. Aunque en su momento fueron muy impopulares (y en parte responsables de la victoria de Merkel en las elecciones de 2005), las llamadas reformas Hartz sentaron las bases para la recuperación económica y la consolidación fiscal de Alemania, lo que le permitió convertirse en la economía más fuerte de Europa a mediados de la década de 2010.
A diferencia de Schröder, Merkel no introdujo reformas importantes por su cuenta, probablemente porque, aunque eran necesarias, entrañaban riesgos políticos significativos. Su mandato se caracterizó por pequeños pasos tecnocráticos en lugar de grandes ambiciones para el futuro de Alemania, y mucho menos para el de Europa. Merkel, más gestora que líder visionaria, se alineó con las preferencias de los votantes alemanes, que suelen evitar a los políticos carismáticos con agendas audaces. Como dijo alguna vez el ex canciller Helmut Schmidt : “Quien tenga visiones debería ir al médico”.
De crisis en crisis
Para ser justos, Merkel pasó gran parte de su mandato, a partir de la crisis financiera mundial de 2007-2008, en modo de gestión de crisis. En 2011, tras el desastre nuclear de Fukushima en Japón, decidió abandonar gradualmente la energía nuclear, una decisión controvertida que introdujo una incertidumbre significativa en los mercados energéticos alemanes y europeos. Al mismo tiempo, la gestión de la crisis de deuda de la eurozona por parte de Merkel y del entonces ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble , provocó indignación en toda Europa, especialmente en Grecia, donde las imágenes de ella con un bigote a lo Hitler reflejaban una ira y un resentimiento generalizados.
En respuesta a la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia en 2014, Merkel inició los Acuerdos de Minsk, que favorecieron fuertemente a Rusia. Al año siguiente, permitió que más de un millón de inmigrantes de Medio Oriente (principalmente Siria), África y Asia Central ingresaran a Alemania con un escrutinio mínimo, un valiente gesto humanitario que también proporcionó un terreno fértil para el ascenso de movimientos nacionalistas de extrema derecha que durante mucho tiempo habían quedado relegados a los márgenes de la política alemana.
Luego, en 2016, Merkel recibió la tarea de gestionar las consecuencias políticas y económicas del referéndum sobre el Brexit en el Reino Unido y la elección de Trump, ambos desafíos diplomáticos importantes durante un período de profunda incertidumbre sobre el futuro de la Unión Europea y las relaciones entre Estados Unidos y Alemania.
Para colmo, sus dos últimos años en el cargo se vieron ensombrecidos por la pandemia de COVID-19. Más allá de su impacto en la salud pública, la pandemia afectó profundamente a la sociedad, la economía y el panorama político de Alemania, y los confinamientos y otros protocolos de seguridad alimentaron la frustración pública.
El liderazgo de Merkel durante estas crisis terminó elevando su prestigio nacional e internacional. Alemania salió indemne de la crisis financiera de 2008 y su estrategia para afrontar la crisis de deuda soberana europea resultó eficaz. Su decisión de abrir las fronteras alemanas a más de un millón de refugiados, aunque impopular hoy en día, recibió en su momento elogios internacionales generalizados. Merkel también sorteó razonablemente bien las incertidumbres creadas por el Brexit y la elección de Trump. Y, lo que es crucial, Alemania manejó el shock de la COVID-19 mejor que la mayoría de los países.
Pero el legado de Merkel se ha visto empañado por varios errores importantes, en particular su interpretación errónea de las ambiciones expansionistas de Putin y su renuencia a impulsar reformas internas muy necesarias. Es significativo que sus memorias dediquen más atención a Putin que a cualquier otro líder extranjero. Ella creía firmemente que mantener el compromiso político, económico y cultural con el Kremlin y sus oligarcas favoritos le permitiría tender puentes y acercar a Rusia a Occidente.
En consecuencia, Merkel se abstuvo de adoptar medidas que pudieran socavar ese esfuerzo o provocar a Putin. Por ejemplo, en 2008 votó en contra de invitar a Ucrania y Georgia a solicitar su ingreso a la OTAN (pese al apoyo del entonces presidente estadounidense George W. Bush) e hizo grandes esfuerzos por mantener vigentes los Acuerdos de Minsk. También mantuvo el gasto en defensa muy por debajo del umbral del 2% del PIB de la OTAN, lo que dejó a la Bundeswehr (fuerzas armadas) alemana gravemente debilitada.
Tal vez lo más condenatorio de todo sea que Merkel defendió el gasoducto Nord Stream 2, que supuestamente llevaría gas ruso a Alemania a través del mar Báltico, sin pasar por Polonia y Ucrania, a pesar de las advertencias de Estados Unidos y otros aliados de la OTAN de que esto haría que Putin fuera aún más peligroso. Defendió su decisión por razones económicas, argumentando que reduciría los costos de la energía y fortalecería los vínculos entre Alemania y Rusia.
Esto plantea la pregunta: ¿cómo pudo Merkel ser tan ingenua con respecto a Putin cuando demostró ser una política astuta en tantas otras áreas? En sus memorias, sigue presentando el Nord Stream 2 principalmente como un proyecto económico. A pesar de casi tres años de incesante agresión rusa en Ucrania, sigue firme en su creencia de que Wandel durch Handel (cambio a través del comercio) era la mejor estrategia, insistiendo en que no podía ignorar a Rusia ni adoptar una estrategia de confrontación.
Durante sus 16 años en el poder, los votantes alemanes confiaron en Merkel y admiraron su personalidad tranquila y firme en medio de una serie de crisis. Su famoso lema, “ Wir schaffen das ” (“lo lograremos”), que utilizó con gran eficacia en el momento álgido de la crisis migratoria de 2015, se convirtió en un símbolo de su enfoque pragmático y sensato del liderazgo y de los mensajes públicos.
Sin embargo, sus críticos se centraron en la tendencia de Merkel a abordar los problemas sólo cuando surgían, en lugar de tomar medidas para prevenirlos. Señalaron una larga lista de reformas vitales que no llevó a cabo mientras estuvo en el cargo, que abarcaban desde la infraestructura y el transporte público hasta la educación, la inmigración, la administración pública, la seguridad interna y la digitalización. Como resultado, Alemania quedó mal preparada para los desafíos futuros.
Sin arrepentimientos
Al final de la cancillería de Merkel, mientras el mundo salía lentamente de la pandemia, Alemania parecía estar en una situación sorprendentemente buena. Pero pronto quedó claro que las autoridades alemanas habían estado durmiendo en los laureles durante demasiado tiempo. Durante décadas, como señaló Constanze Stelzenmüller de la Brookings Institution , Alemania había “subcontratado su seguridad a Estados Unidos, su crecimiento basado en las exportaciones a China y sus necesidades energéticas a Rusia”. Después de la invasión de Ucrania por parte de Putin, esta estrategia se reveló como una grave vulnerabilidad.
Al entrar en el segundo cuarto del siglo XXI, Alemania se encuentra en una posición precaria. La era de Merkel, con su constante gestión de crisis, falta de reformas internas y una política exterior ingenua, dio paso a la fragmentada y polémica coalición “semáforo” de Scholz, que se derrumbó el mes pasado tras no lograr corregir el rumbo. A medida que se acercan las elecciones de febrero de 2025, existe una profunda incertidumbre sobre la capacidad del país para superar su malestar actual.
Consciente de los enormes desafíos que tiene por delante, Merkel dedica los últimos capítulos de sus memorias a las posibles soluciones. Entre otras cosas, propone reformar el freno de la deuda, un límite constitucional al gasto deficitario al que muchos analistas atribuyen la falta de inversión de Alemania en infraestructura, educación y tecnologías digitales. También pide aumentar el gasto en defensa a más del 2% del PIB.
Aunque estas recomendaciones son útiles, no queda claro por qué Merkel cambió de opinión, sobre todo teniendo en cuenta que introdujo el freno a la deuda en 2009 e insistió en mantener el gasto militar de Alemania por debajo del objetivo del 2%. La canciller no ofrece explicaciones sobre este cambio de actitud ni expresa arrepentimiento por sus decisiones anteriores.
De hecho, Merkel parece estar notablemente en paz con su legado. Las decisiones que tomó mientras estuvo en el poder –incluidas aquellas que, como Nord Stream 2, han sido duramente juzgadas en los últimos años– todavía le parecen completamente razonables en retrospectiva.
Los lectores que esperan un análisis más profundo y crítico de la cancillería de Merkel se sentirán decepcionados. En las 720 páginas de sus memorias no se encuentra ningún mea culpa , ni ningún reconocimiento de que otros –por ejemplo, sucesivas administraciones estadounidenses– pueden haber estado justificados al instar a Alemania a aumentar su gasto de defensa o al oponerse a la construcción del Nord Stream 2.
Como resultado, el relato de Merkel sobre su carrera política se parece más a un meticuloso diario de oficina que a unas sinceras memorias. Narra innumerables reuniones y acontecimientos con su característico tono objetivo, pero rara vez ofrece detalles reveladores u observaciones agudas que puedan dar vida a esos momentos y arrojar luz sobre su toma de decisiones o sobre los numerosos líderes con los que trabajó a lo largo de los años. Mientras que algunas memorias cautivan a los lectores con chismes o revelaciones tras bambalinas, las de Merkel no ofrecen ninguna de esas dos cosas.
Lo que sí ofrece Freedom es un autorretrato esclarecedor. La primera sección del libro es la más reveladora, ya que recorre la vida de Merkel entre 1954 (cuando nació) y la caída del Muro de Berlín en 1989. Titulada “No nací canciller”, explora cómo la educación y la formación de Merkel influyeron en su trayectoria política, permitiéndole convertirse en la primera canciller alemana y ser reelegida tres veces.
Las dos vidas de Angela Merkel
Fiel a su estilo, Merkel abre su prólogo con una sorprendente observación: “Este libro cuenta una historia que no volverá a suceder, porque el Estado en el que viví durante treinta y cinco años dejó de existir en 1990”.
Merkel pasó los primeros 35 años de su vida bajo la dictadura de Alemania del Este, donde se dedicó a la ciencia antes de convertirse en política y líder mundial. La vida de Merkel ha estado marcada por contrastes. Es esta dualidad la que explica por qué eligió el título Libertad . Como señala irónicamente: “Si se lo hubieran ofrecido a una editorial como obra de ficción, lo habrían rechazado”.
Merkel nació en Hamburgo, pero su familia pronto se trasladó a Alemania del Este, donde a su padre, un pastor protestante, le ofrecieron un puesto en una pequeña parroquia rural. Si bien la religión estaba marginada en Alemania del Este, el Estado luchaba por satisfacer muchas necesidades sociales, lo que llevó al régimen a permitir que las instituciones religiosas prestaran ciertos servicios, aunque fuera temporalmente. Entre ellos se encontraban instalaciones para discapacitados y niños con dificultades de aprendizaje, a menudo administradas por fundaciones benéficas afiliadas a la Iglesia Protestante en Berlín-Brandeburgo y financiadas con contribuciones de Alemania Occidental.
Una de esas instituciones fue el Waldhof, un complejo relativamente grande rodeado de bosques y situado a 80 kilómetros al norte de Berlín, que también albergaba la escuela pastoral donde trabajaba el padre de Merkel. En este entorno apartado e idílico, Merkel disfrutó de una infancia feliz y protegida. Estudió física y más tarde trabajó para la prestigiosa Academia de Ciencias.
Al principio, Merkel evitó toda actividad política abierta y no se involucró con grupos de oposición disidentes o clandestinos. No fue hasta la caída del Muro de Berlín cuando se volvió políticamente activa, motivada por su apoyo a una Alemania unida. Pronto se unió a la Unión Demócrata Cristiana (CDU), donde se convirtió en la protegida del entonces canciller Helmut Kohl.
Aunque Merkel creció felizmente en el entorno protegido de Waldhof, era muy consciente de lo frágil que era ese entorno en el contexto de la Alemania del Este comunista. Esta conciencia, combinada con su rigurosa formación científica, le inculcó una firme creencia en la racionalidad y el discurso basado en hechos. En conjunto, estas experiencias moldearon su identidad política como una líder con los pies en la tierra que siempre se basó en la razón y la evidencia para guiar sus decisiones. Fue esta combinación de rasgos lo que la hizo tan eficaz como gestora de crisis.
Los contrastes que definieron la vida de Merkel se hacen evidentes en el epílogo del libro: “¿Qué significa para mí la libertad?”, pregunta. “Esa pregunta me ha preocupado durante toda mi vida, tanto a nivel personal como político”. Por un lado, la libertad significa “descubrir dónde están mis propios límites y llegar a ellos”. Por otro lado, se trata de “no dejar de aprender, no tener que permanecer inmóvil, sino poder seguir adelante, incluso después de dejar la política”.
La primera definición de libertad se remonta a la infancia de Merkel: creció en un enclave cristiano protegido bajo una dictadura y llegó a ser miembro de la institución académica más importante de Alemania del Este. Es la historia de una científica impulsada por la curiosidad, ansiosa por hacer nuevos descubrimientos. La segunda definición captura el arco de su vida posterior a 1990: una audaz forastera de un país extinto que se convirtió en la líder de una de las democracias más grandes del mundo. En pocos años, derrocaría a Kohl, que solía llamarla Mein Mädchen (“mi niña”), y asumiría el liderazgo de la CDU.
Por encima de todo, es la historia de alguien que supo aprovechar al máximo lo que la democracia tenía para ofrecer. El ascenso de Merkel a la cima de la política alemana es notable no sólo por lo que ella llama sus “dos vidas”, sino también por su capacidad de combinar dos formas de libertad –la de científica y la de política– en una filosofía de liderazgo distinta.
Puede que Freedom carezca del análisis autocrítico que algunos lectores podrían esperar, pero ofrece una visión reveladora de la mente de una política notable. Como hija de un pastor en Alemania del Este y “oriental” entre la élite de Alemania Occidental, Merkel ha tenido que superar prejuicios profundamente arraigados. Estos desafíos ayudan a explicar cómo sobrevivió tanto tiempo como canciller.
Sin embargo, la gran pregunta sigue sin respuesta: ¿cómo se recordará el mandato de Merkel? Si bien es probable que se la celebre como una gestora eficaz que dirigió a Alemania y a Europa a través de múltiples crisis, su legado estará teñido por sus fracasos en política interna y externa.
Sin embargo, aunque no fue una visionaria ni una líder carismática, Merkel era la persona perfecta para Alemania en un momento crucial de su historia. En una era de líderes cada vez más agresivos y polarizadores, su estilo sobrio puede llegar a echarse de menos pronto.
Helmut K. Anheier es profesor de Sociología en la Escuela Hertie de Berlín y profesor adjunto de Políticas Públicas y Bienestar Social en la Escuela Luskin de Asuntos Públicos de la UCLA.
Cabe preguntarse si una gira editorial de tan alto perfil –normalmente reservada a los presidentes estadounidenses, más que a los ex líderes de potencias medianas como Alemania– es excesiva. Después de todo, las memorias de los ex primeros ministros del Reino Unido Tony Blair y David Cameron no atrajeron ese nivel de atención internacional, como tampoco lo hicieron las de los ex presidentes franceses Nicolas Sarkozy y François Hollande.
Es cierto que, en el apogeo de su popularidad, Merkel no sólo era la política más influyente de Europa; tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, a menudo se la llamaba “la líder del mundo libre”. Pero, a pesar de haber dejado el cargo hace apenas tres años, el mundo ha cambiado tan drásticamente que su cancillería ya parece pertenecer a otra época.
Para Alemania, los últimos años han sido particularmente difíciles. Una economía que oscila entre la recesión y el estancamiento ha puesto de manifiesto las consecuencias de décadas de subinversión en infraestructura, vivienda, educación y digitalización. La inflación ha erosionado los salarios, lo que ha exacerbado la crisis de asequibilidad de la vivienda. Y los flujos migratorios sin precedentes han alimentado un descontento público generalizado, lo que ha permitido que tanto la extrema derecha como la extrema izquierda obtengan importantes avances electorales.
Mientras tanto, la invasión rusa a Ucrania en 2022 subrayó el fracaso de los repetidos esfuerzos de Merkel por apaciguar al presidente ruso, Vladimir Putin. Apenas unos días después de la invasión, su sucesor, Olaf Scholz , declaró un “cambio de época” ( Zeitenwende ) en la política exterior y de defensa de Alemania, en particular hacia Rusia. En un instante, el mundo que Merkel ayudó a moldear se había desvanecido.
Si bien muchos de estos cambios se produjeron después de que Merkel dejara el cargo, Scholz tuvo que resolver numerosos problemas. En cambio, Merkel se benefició enormemente de las reformas del mercado laboral introducidas por su predecesor, Gerhard Schröder, en particular en los primeros años de su cancillería. Aunque en su momento fueron muy impopulares (y en parte responsables de la victoria de Merkel en las elecciones de 2005), las llamadas reformas Hartz sentaron las bases para la recuperación económica y la consolidación fiscal de Alemania, lo que le permitió convertirse en la economía más fuerte de Europa a mediados de la década de 2010.
A diferencia de Schröder, Merkel no introdujo reformas importantes por su cuenta, probablemente porque, aunque eran necesarias, entrañaban riesgos políticos significativos. Su mandato se caracterizó por pequeños pasos tecnocráticos en lugar de grandes ambiciones para el futuro de Alemania, y mucho menos para el de Europa. Merkel, más gestora que líder visionaria, se alineó con las preferencias de los votantes alemanes, que suelen evitar a los políticos carismáticos con agendas audaces. Como dijo alguna vez el ex canciller Helmut Schmidt : “Quien tenga visiones debería ir al médico”.
De crisis en crisis
Para ser justos, Merkel pasó gran parte de su mandato, a partir de la crisis financiera mundial de 2007-2008, en modo de gestión de crisis. En 2011, tras el desastre nuclear de Fukushima en Japón, decidió abandonar gradualmente la energía nuclear, una decisión controvertida que introdujo una incertidumbre significativa en los mercados energéticos alemanes y europeos. Al mismo tiempo, la gestión de la crisis de deuda de la eurozona por parte de Merkel y del entonces ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble , provocó indignación en toda Europa, especialmente en Grecia, donde las imágenes de ella con un bigote a lo Hitler reflejaban una ira y un resentimiento generalizados.
En respuesta a la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia en 2014, Merkel inició los Acuerdos de Minsk, que favorecieron fuertemente a Rusia. Al año siguiente, permitió que más de un millón de inmigrantes de Medio Oriente (principalmente Siria), África y Asia Central ingresaran a Alemania con un escrutinio mínimo, un valiente gesto humanitario que también proporcionó un terreno fértil para el ascenso de movimientos nacionalistas de extrema derecha que durante mucho tiempo habían quedado relegados a los márgenes de la política alemana.
Luego, en 2016, Merkel recibió la tarea de gestionar las consecuencias políticas y económicas del referéndum sobre el Brexit en el Reino Unido y la elección de Trump, ambos desafíos diplomáticos importantes durante un período de profunda incertidumbre sobre el futuro de la Unión Europea y las relaciones entre Estados Unidos y Alemania.
Para colmo, sus dos últimos años en el cargo se vieron ensombrecidos por la pandemia de COVID-19. Más allá de su impacto en la salud pública, la pandemia afectó profundamente a la sociedad, la economía y el panorama político de Alemania, y los confinamientos y otros protocolos de seguridad alimentaron la frustración pública.
El liderazgo de Merkel durante estas crisis terminó elevando su prestigio nacional e internacional. Alemania salió indemne de la crisis financiera de 2008 y su estrategia para afrontar la crisis de deuda soberana europea resultó eficaz. Su decisión de abrir las fronteras alemanas a más de un millón de refugiados, aunque impopular hoy en día, recibió en su momento elogios internacionales generalizados. Merkel también sorteó razonablemente bien las incertidumbres creadas por el Brexit y la elección de Trump. Y, lo que es crucial, Alemania manejó el shock de la COVID-19 mejor que la mayoría de los países.
Pero el legado de Merkel se ha visto empañado por varios errores importantes, en particular su interpretación errónea de las ambiciones expansionistas de Putin y su renuencia a impulsar reformas internas muy necesarias. Es significativo que sus memorias dediquen más atención a Putin que a cualquier otro líder extranjero. Ella creía firmemente que mantener el compromiso político, económico y cultural con el Kremlin y sus oligarcas favoritos le permitiría tender puentes y acercar a Rusia a Occidente.
En consecuencia, Merkel se abstuvo de adoptar medidas que pudieran socavar ese esfuerzo o provocar a Putin. Por ejemplo, en 2008 votó en contra de invitar a Ucrania y Georgia a solicitar su ingreso a la OTAN (pese al apoyo del entonces presidente estadounidense George W. Bush) e hizo grandes esfuerzos por mantener vigentes los Acuerdos de Minsk. También mantuvo el gasto en defensa muy por debajo del umbral del 2% del PIB de la OTAN, lo que dejó a la Bundeswehr (fuerzas armadas) alemana gravemente debilitada.
Tal vez lo más condenatorio de todo sea que Merkel defendió el gasoducto Nord Stream 2, que supuestamente llevaría gas ruso a Alemania a través del mar Báltico, sin pasar por Polonia y Ucrania, a pesar de las advertencias de Estados Unidos y otros aliados de la OTAN de que esto haría que Putin fuera aún más peligroso. Defendió su decisión por razones económicas, argumentando que reduciría los costos de la energía y fortalecería los vínculos entre Alemania y Rusia.
Esto plantea la pregunta: ¿cómo pudo Merkel ser tan ingenua con respecto a Putin cuando demostró ser una política astuta en tantas otras áreas? En sus memorias, sigue presentando el Nord Stream 2 principalmente como un proyecto económico. A pesar de casi tres años de incesante agresión rusa en Ucrania, sigue firme en su creencia de que Wandel durch Handel (cambio a través del comercio) era la mejor estrategia, insistiendo en que no podía ignorar a Rusia ni adoptar una estrategia de confrontación.
Durante sus 16 años en el poder, los votantes alemanes confiaron en Merkel y admiraron su personalidad tranquila y firme en medio de una serie de crisis. Su famoso lema, “ Wir schaffen das ” (“lo lograremos”), que utilizó con gran eficacia en el momento álgido de la crisis migratoria de 2015, se convirtió en un símbolo de su enfoque pragmático y sensato del liderazgo y de los mensajes públicos.
Sin embargo, sus críticos se centraron en la tendencia de Merkel a abordar los problemas sólo cuando surgían, en lugar de tomar medidas para prevenirlos. Señalaron una larga lista de reformas vitales que no llevó a cabo mientras estuvo en el cargo, que abarcaban desde la infraestructura y el transporte público hasta la educación, la inmigración, la administración pública, la seguridad interna y la digitalización. Como resultado, Alemania quedó mal preparada para los desafíos futuros.
Sin arrepentimientos
Al final de la cancillería de Merkel, mientras el mundo salía lentamente de la pandemia, Alemania parecía estar en una situación sorprendentemente buena. Pero pronto quedó claro que las autoridades alemanas habían estado durmiendo en los laureles durante demasiado tiempo. Durante décadas, como señaló Constanze Stelzenmüller de la Brookings Institution , Alemania había “subcontratado su seguridad a Estados Unidos, su crecimiento basado en las exportaciones a China y sus necesidades energéticas a Rusia”. Después de la invasión de Ucrania por parte de Putin, esta estrategia se reveló como una grave vulnerabilidad.
Al entrar en el segundo cuarto del siglo XXI, Alemania se encuentra en una posición precaria. La era de Merkel, con su constante gestión de crisis, falta de reformas internas y una política exterior ingenua, dio paso a la fragmentada y polémica coalición “semáforo” de Scholz, que se derrumbó el mes pasado tras no lograr corregir el rumbo. A medida que se acercan las elecciones de febrero de 2025, existe una profunda incertidumbre sobre la capacidad del país para superar su malestar actual.
Consciente de los enormes desafíos que tiene por delante, Merkel dedica los últimos capítulos de sus memorias a las posibles soluciones. Entre otras cosas, propone reformar el freno de la deuda, un límite constitucional al gasto deficitario al que muchos analistas atribuyen la falta de inversión de Alemania en infraestructura, educación y tecnologías digitales. También pide aumentar el gasto en defensa a más del 2% del PIB.
Aunque estas recomendaciones son útiles, no queda claro por qué Merkel cambió de opinión, sobre todo teniendo en cuenta que introdujo el freno a la deuda en 2009 e insistió en mantener el gasto militar de Alemania por debajo del objetivo del 2%. La canciller no ofrece explicaciones sobre este cambio de actitud ni expresa arrepentimiento por sus decisiones anteriores.
De hecho, Merkel parece estar notablemente en paz con su legado. Las decisiones que tomó mientras estuvo en el poder –incluidas aquellas que, como Nord Stream 2, han sido duramente juzgadas en los últimos años– todavía le parecen completamente razonables en retrospectiva.
Los lectores que esperan un análisis más profundo y crítico de la cancillería de Merkel se sentirán decepcionados. En las 720 páginas de sus memorias no se encuentra ningún mea culpa , ni ningún reconocimiento de que otros –por ejemplo, sucesivas administraciones estadounidenses– pueden haber estado justificados al instar a Alemania a aumentar su gasto de defensa o al oponerse a la construcción del Nord Stream 2.
Como resultado, el relato de Merkel sobre su carrera política se parece más a un meticuloso diario de oficina que a unas sinceras memorias. Narra innumerables reuniones y acontecimientos con su característico tono objetivo, pero rara vez ofrece detalles reveladores u observaciones agudas que puedan dar vida a esos momentos y arrojar luz sobre su toma de decisiones o sobre los numerosos líderes con los que trabajó a lo largo de los años. Mientras que algunas memorias cautivan a los lectores con chismes o revelaciones tras bambalinas, las de Merkel no ofrecen ninguna de esas dos cosas.
Lo que sí ofrece Freedom es un autorretrato esclarecedor. La primera sección del libro es la más reveladora, ya que recorre la vida de Merkel entre 1954 (cuando nació) y la caída del Muro de Berlín en 1989. Titulada “No nací canciller”, explora cómo la educación y la formación de Merkel influyeron en su trayectoria política, permitiéndole convertirse en la primera canciller alemana y ser reelegida tres veces.
Las dos vidas de Angela Merkel
Fiel a su estilo, Merkel abre su prólogo con una sorprendente observación: “Este libro cuenta una historia que no volverá a suceder, porque el Estado en el que viví durante treinta y cinco años dejó de existir en 1990”.
Merkel pasó los primeros 35 años de su vida bajo la dictadura de Alemania del Este, donde se dedicó a la ciencia antes de convertirse en política y líder mundial. La vida de Merkel ha estado marcada por contrastes. Es esta dualidad la que explica por qué eligió el título Libertad . Como señala irónicamente: “Si se lo hubieran ofrecido a una editorial como obra de ficción, lo habrían rechazado”.
Merkel nació en Hamburgo, pero su familia pronto se trasladó a Alemania del Este, donde a su padre, un pastor protestante, le ofrecieron un puesto en una pequeña parroquia rural. Si bien la religión estaba marginada en Alemania del Este, el Estado luchaba por satisfacer muchas necesidades sociales, lo que llevó al régimen a permitir que las instituciones religiosas prestaran ciertos servicios, aunque fuera temporalmente. Entre ellos se encontraban instalaciones para discapacitados y niños con dificultades de aprendizaje, a menudo administradas por fundaciones benéficas afiliadas a la Iglesia Protestante en Berlín-Brandeburgo y financiadas con contribuciones de Alemania Occidental.
Una de esas instituciones fue el Waldhof, un complejo relativamente grande rodeado de bosques y situado a 80 kilómetros al norte de Berlín, que también albergaba la escuela pastoral donde trabajaba el padre de Merkel. En este entorno apartado e idílico, Merkel disfrutó de una infancia feliz y protegida. Estudió física y más tarde trabajó para la prestigiosa Academia de Ciencias.
Al principio, Merkel evitó toda actividad política abierta y no se involucró con grupos de oposición disidentes o clandestinos. No fue hasta la caída del Muro de Berlín cuando se volvió políticamente activa, motivada por su apoyo a una Alemania unida. Pronto se unió a la Unión Demócrata Cristiana (CDU), donde se convirtió en la protegida del entonces canciller Helmut Kohl.
Aunque Merkel creció felizmente en el entorno protegido de Waldhof, era muy consciente de lo frágil que era ese entorno en el contexto de la Alemania del Este comunista. Esta conciencia, combinada con su rigurosa formación científica, le inculcó una firme creencia en la racionalidad y el discurso basado en hechos. En conjunto, estas experiencias moldearon su identidad política como una líder con los pies en la tierra que siempre se basó en la razón y la evidencia para guiar sus decisiones. Fue esta combinación de rasgos lo que la hizo tan eficaz como gestora de crisis.
Los contrastes que definieron la vida de Merkel se hacen evidentes en el epílogo del libro: “¿Qué significa para mí la libertad?”, pregunta. “Esa pregunta me ha preocupado durante toda mi vida, tanto a nivel personal como político”. Por un lado, la libertad significa “descubrir dónde están mis propios límites y llegar a ellos”. Por otro lado, se trata de “no dejar de aprender, no tener que permanecer inmóvil, sino poder seguir adelante, incluso después de dejar la política”.
La primera definición de libertad se remonta a la infancia de Merkel: creció en un enclave cristiano protegido bajo una dictadura y llegó a ser miembro de la institución académica más importante de Alemania del Este. Es la historia de una científica impulsada por la curiosidad, ansiosa por hacer nuevos descubrimientos. La segunda definición captura el arco de su vida posterior a 1990: una audaz forastera de un país extinto que se convirtió en la líder de una de las democracias más grandes del mundo. En pocos años, derrocaría a Kohl, que solía llamarla Mein Mädchen (“mi niña”), y asumiría el liderazgo de la CDU.
Por encima de todo, es la historia de alguien que supo aprovechar al máximo lo que la democracia tenía para ofrecer. El ascenso de Merkel a la cima de la política alemana es notable no sólo por lo que ella llama sus “dos vidas”, sino también por su capacidad de combinar dos formas de libertad –la de científica y la de política– en una filosofía de liderazgo distinta.
Puede que Freedom carezca del análisis autocrítico que algunos lectores podrían esperar, pero ofrece una visión reveladora de la mente de una política notable. Como hija de un pastor en Alemania del Este y “oriental” entre la élite de Alemania Occidental, Merkel ha tenido que superar prejuicios profundamente arraigados. Estos desafíos ayudan a explicar cómo sobrevivió tanto tiempo como canciller.
Sin embargo, la gran pregunta sigue sin respuesta: ¿cómo se recordará el mandato de Merkel? Si bien es probable que se la celebre como una gestora eficaz que dirigió a Alemania y a Europa a través de múltiples crisis, su legado estará teñido por sus fracasos en política interna y externa.
Sin embargo, aunque no fue una visionaria ni una líder carismática, Merkel era la persona perfecta para Alemania en un momento crucial de su historia. En una era de líderes cada vez más agresivos y polarizadores, su estilo sobrio puede llegar a echarse de menos pronto.