Es poco probable que el plan del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer aranceles generalizados proporcione un alivio significativo a los trabajadores desplazados por la competencia de las importaciones. Un programa de ajuste focalizado que combine oportunidades de capacitación para los trabajadores más jóvenes y apoyo para los mayores sería más eficaz y menos costoso.
WASHINGTON, DC – En los últimos 75 años, la prosperidad mundial, la reducción de la pobreza y las tasas de crecimiento económico han alcanzado niveles sin precedentes, en gran medida impulsadas por el sistema de comercio multilateral abierto. Al reducir los aranceles y los costos de transporte y comunicación, este sistema ha permitido a los productores eficientes acceder a nuevos mercados en un entorno global competitivo, fomentando así la innovación.
Pero el sistema multilateral de comercio, que se vio amenazado cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, corre el riesgo de desmoronarse tras el regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025. Durante su primer mandato, Trump rechazó el Acuerdo Transpacífico, renegoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y lanzó una guerra comercial con China, aumentando drásticamente los aranceles a las importaciones chinas, así como al acero, el aluminio y otros bienes, justificando a menudo estas medidas por motivos de seguridad nacional.
Lamentablemente, el presidente Joe Biden no revirtió los aranceles de Trump, lo que puso en peligro un sistema que durante mucho tiempo había beneficiado tanto a Estados Unidos como a la economía mundial. Durante su campaña, Trump prometió imponer un arancel del 10% a todos los bienes importados y un arancel del 60% a todas las importaciones procedentes de China. También amenazó con seguir aumentando los aranceles hasta que Estados Unidos eliminara su déficit comercial.
Incluso si Trump redujera a la mitad los aranceles que propone, de todas maneras tendrían consecuencias devastadoras para Estados Unidos y la economía mundial. Después de todo, la balanza de cuenta corriente externa (de la cual el comercio constituye la mayor parte) refleja la brecha entre el consumo total de un país y su producción. Para abordar el déficit externo de Estados Unidos se requieren ingresos más altos o una menor demanda interna. Si bien el aumento de los aranceles podría reducir algunas importaciones, también aumentaría el costo de las partes y componentes importados para las empresas estadounidenses, lo que significaría precios más altos para los consumidores y una pérdida de competitividad para los exportadores. Si las importaciones cayeran más rápido que las exportaciones, el tipo de cambio del dólar se ajustaría para equilibrar la oferta y la demanda en el mercado cambiario, y la revaluación socavaría aún más la competitividad de Estados Unidos.
Si bien las propuestas de Trump son innegablemente extremas, ninguno de los dos principales partidos de Estados Unidos apoya el libre comercio con tanta fuerza como antes. La razón más citada para ello es la dislocación económica y las pérdidas de empleos causadas por la competencia de las importaciones. Incluso con la tasa de desempleo en Estados Unidos en un mínimo histórico del 4,1% , el aumento de las importaciones ha infligido un dolor significativo a las comunidades locales. Para las pequeñas ciudades que dependen de un solo empleador y luchan contra la competencia extranjera, las ganancias económicas más amplias para los consumidores y la mayoría de los productores ofrecen poco consuelo.
Pero los aranceles no son una solución a los problemas de las pequeñas ciudades de Estados Unidos. Unos aranceles más altos hacen subir los precios de los bienes importados, y los aranceles propuestos por Trump casi con certeza reducirían el consumo. Aunque los aranceles podrían frenar temporalmente los despidos y los cierres de plantas, el impacto general sobre la economía estadounidense –incluidas las inevitables represalias de otros países– sería profundamente perjudicial.
El primer mandato de Trump es una historia que sirve de advertencia. Se estima que sus aranceles a las importaciones, inferiores a los que propone ahora, le han costado al hogar estadounidense promedio más de 1.000 dólares anuales, y el daño habría sido aún peor si los importadores estadounidenses no hubieran desviado las mercancías a través de países como Vietnam, donde se ensamblaban piezas y componentes chinos y luego se exportaban a Estados Unidos para evitar los aranceles punitivos de Trump.
Si el gobierno entrante de Trump impone aranceles elevados y generalizados, los aumentos de precios y las perturbaciones económicas resultantes serían mucho más graves. Cuanto más amplios sean los aranceles, más difícil será para los importadores recurrir a terceros países para evitarlos, lo que aumentará los costos para los fabricantes estadounidenses e internacionales.
A pesar de esto, no hay garantía de que los aranceles de Trump salven empleos en Estados Unidos. En el mejor de los casos, podrían retrasar la espiral descendente de precios de la vivienda, cierre de comercios y reducción del empleo. Pero los aranceles en represalia podrían agravar el daño, e incluso si las industrias protegidas por aranceles lograran sobrevivir, probablemente necesitarían una protección indefinida para seguir siendo viables.
Contrariamente a la creencia popular, los avances tecnológicos –no las importaciones– han sido el principal factor de pérdida de empleos en Estados Unidos. Si bien la competencia extranjera ha influido, su impacto se ha concentrado en áreas que dependen de una sola empresa o industria importante. El Programa de Asistencia para el Ajuste Comercial (TAA), diseñado para apoyar a los trabajadores desplazados por la competencia de las importaciones, ha demostrado ser inadecuado.
Una alternativa mucho más eficaz y menos costosa a las propuestas de Trump sería la de imponer condiciones a los aranceles a las importaciones. Por ejemplo, se podría exigir a los productores que se benefician de protecciones comerciales que se abstuvieran de contratar más trabajadores a menos que se levantaran esas protecciones. Este enfoque ayudaría a garantizar que los costos de esas medidas no se vuelvan permanentes.
Además, los trabajadores desplazados de mayor edad podrían recibir una generosa asistencia para su adaptación, incluido el acceso temprano a la Seguridad Social o un apoyo salarial complementario hasta que tengan derecho a prestaciones de jubilación. Sus homólogos más jóvenes podrían recibir prestaciones de desempleo, servicios de colocación laboral e incluso asistencia financiera para la reubicación, siempre que se inscriban en programas de capacitación aprobados. Estos recursos podrían ser administrados por las oficinas locales de trabajo o de desempleo.
Sin duda, sería difícil justificar la ayuda a los trabajadores desplazados por las importaciones y desatender a quienes perdieron sus empleos a causa del cambio tecnológico, aunque las pérdidas de empleos relacionadas con las importaciones suelen provocar reacciones políticas más fuertes. Reemplazar el TAA por un programa más específico, centrado en la capacitación de los trabajadores más jóvenes y el apoyo a los de más edad, podría beneficiar a las comunidades afectadas por el comercio y a la economía estadounidense en general. Si tiene éxito, ese programa también podría extenderse para cubrir a otros trabajadores desplazados.
Aunque el actual programa de ajuste es lento y no aborda las necesidades de los trabajadores, es poco probable que los aranceles proporcionen un alivio oportuno o significativo a quienes se ven afectados por la competencia extranjera. Un programa de ajuste más específico que apoye tanto a los trabajadores jóvenes como a los mayores rendiría mayores beneficios e impondría muchas menos cargas a la economía estadounidense que los aranceles perjudiciales de Trump.
Anne O. Krueger, ex economista jefe del Banco Mundial y ex primera subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, es profesora de investigación de Economía Internacional en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins e investigadora principal del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Stanford. Es autora de International Trade: What Everyone Needs to Know (Oxford University Press, 2020).
Pero el sistema multilateral de comercio, que se vio amenazado cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, corre el riesgo de desmoronarse tras el regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025. Durante su primer mandato, Trump rechazó el Acuerdo Transpacífico, renegoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y lanzó una guerra comercial con China, aumentando drásticamente los aranceles a las importaciones chinas, así como al acero, el aluminio y otros bienes, justificando a menudo estas medidas por motivos de seguridad nacional.
Lamentablemente, el presidente Joe Biden no revirtió los aranceles de Trump, lo que puso en peligro un sistema que durante mucho tiempo había beneficiado tanto a Estados Unidos como a la economía mundial. Durante su campaña, Trump prometió imponer un arancel del 10% a todos los bienes importados y un arancel del 60% a todas las importaciones procedentes de China. También amenazó con seguir aumentando los aranceles hasta que Estados Unidos eliminara su déficit comercial.
Incluso si Trump redujera a la mitad los aranceles que propone, de todas maneras tendrían consecuencias devastadoras para Estados Unidos y la economía mundial. Después de todo, la balanza de cuenta corriente externa (de la cual el comercio constituye la mayor parte) refleja la brecha entre el consumo total de un país y su producción. Para abordar el déficit externo de Estados Unidos se requieren ingresos más altos o una menor demanda interna. Si bien el aumento de los aranceles podría reducir algunas importaciones, también aumentaría el costo de las partes y componentes importados para las empresas estadounidenses, lo que significaría precios más altos para los consumidores y una pérdida de competitividad para los exportadores. Si las importaciones cayeran más rápido que las exportaciones, el tipo de cambio del dólar se ajustaría para equilibrar la oferta y la demanda en el mercado cambiario, y la revaluación socavaría aún más la competitividad de Estados Unidos.
Si bien las propuestas de Trump son innegablemente extremas, ninguno de los dos principales partidos de Estados Unidos apoya el libre comercio con tanta fuerza como antes. La razón más citada para ello es la dislocación económica y las pérdidas de empleos causadas por la competencia de las importaciones. Incluso con la tasa de desempleo en Estados Unidos en un mínimo histórico del 4,1% , el aumento de las importaciones ha infligido un dolor significativo a las comunidades locales. Para las pequeñas ciudades que dependen de un solo empleador y luchan contra la competencia extranjera, las ganancias económicas más amplias para los consumidores y la mayoría de los productores ofrecen poco consuelo.
Pero los aranceles no son una solución a los problemas de las pequeñas ciudades de Estados Unidos. Unos aranceles más altos hacen subir los precios de los bienes importados, y los aranceles propuestos por Trump casi con certeza reducirían el consumo. Aunque los aranceles podrían frenar temporalmente los despidos y los cierres de plantas, el impacto general sobre la economía estadounidense –incluidas las inevitables represalias de otros países– sería profundamente perjudicial.
El primer mandato de Trump es una historia que sirve de advertencia. Se estima que sus aranceles a las importaciones, inferiores a los que propone ahora, le han costado al hogar estadounidense promedio más de 1.000 dólares anuales, y el daño habría sido aún peor si los importadores estadounidenses no hubieran desviado las mercancías a través de países como Vietnam, donde se ensamblaban piezas y componentes chinos y luego se exportaban a Estados Unidos para evitar los aranceles punitivos de Trump.
Si el gobierno entrante de Trump impone aranceles elevados y generalizados, los aumentos de precios y las perturbaciones económicas resultantes serían mucho más graves. Cuanto más amplios sean los aranceles, más difícil será para los importadores recurrir a terceros países para evitarlos, lo que aumentará los costos para los fabricantes estadounidenses e internacionales.
A pesar de esto, no hay garantía de que los aranceles de Trump salven empleos en Estados Unidos. En el mejor de los casos, podrían retrasar la espiral descendente de precios de la vivienda, cierre de comercios y reducción del empleo. Pero los aranceles en represalia podrían agravar el daño, e incluso si las industrias protegidas por aranceles lograran sobrevivir, probablemente necesitarían una protección indefinida para seguir siendo viables.
Contrariamente a la creencia popular, los avances tecnológicos –no las importaciones– han sido el principal factor de pérdida de empleos en Estados Unidos. Si bien la competencia extranjera ha influido, su impacto se ha concentrado en áreas que dependen de una sola empresa o industria importante. El Programa de Asistencia para el Ajuste Comercial (TAA), diseñado para apoyar a los trabajadores desplazados por la competencia de las importaciones, ha demostrado ser inadecuado.
Una alternativa mucho más eficaz y menos costosa a las propuestas de Trump sería la de imponer condiciones a los aranceles a las importaciones. Por ejemplo, se podría exigir a los productores que se benefician de protecciones comerciales que se abstuvieran de contratar más trabajadores a menos que se levantaran esas protecciones. Este enfoque ayudaría a garantizar que los costos de esas medidas no se vuelvan permanentes.
Además, los trabajadores desplazados de mayor edad podrían recibir una generosa asistencia para su adaptación, incluido el acceso temprano a la Seguridad Social o un apoyo salarial complementario hasta que tengan derecho a prestaciones de jubilación. Sus homólogos más jóvenes podrían recibir prestaciones de desempleo, servicios de colocación laboral e incluso asistencia financiera para la reubicación, siempre que se inscriban en programas de capacitación aprobados. Estos recursos podrían ser administrados por las oficinas locales de trabajo o de desempleo.
Sin duda, sería difícil justificar la ayuda a los trabajadores desplazados por las importaciones y desatender a quienes perdieron sus empleos a causa del cambio tecnológico, aunque las pérdidas de empleos relacionadas con las importaciones suelen provocar reacciones políticas más fuertes. Reemplazar el TAA por un programa más específico, centrado en la capacitación de los trabajadores más jóvenes y el apoyo a los de más edad, podría beneficiar a las comunidades afectadas por el comercio y a la economía estadounidense en general. Si tiene éxito, ese programa también podría extenderse para cubrir a otros trabajadores desplazados.
Aunque el actual programa de ajuste es lento y no aborda las necesidades de los trabajadores, es poco probable que los aranceles proporcionen un alivio oportuno o significativo a quienes se ven afectados por la competencia extranjera. Un programa de ajuste más específico que apoye tanto a los trabajadores jóvenes como a los mayores rendiría mayores beneficios e impondría muchas menos cargas a la economía estadounidense que los aranceles perjudiciales de Trump.