Ante amenazas existenciales como el cambio climático, tenemos la responsabilidad de mejorar radicalmente nuestra toma de decisiones. Dado que la cooperación siempre ha sido la superpotencia de la humanidad, el primer paso debe ser reconstruir una cultura global de cooperación, sustentada en una comprensión compartida y basada en hechos de la realidad y en la confianza en las instituciones.
Autores: Tawakkol Karman, Saul Perlmutter, y Brian Schmidt
SYDNEY – Donald Trump, recién elegido presidente de Estados Unidos por segunda vez, está a punto de reconfigurar las relaciones internacionales en un momento crítico. Para transitar esta nueva y peligrosa era de incertidumbre es necesario reflexionar sobre los avances que hemos logrado y, en particular, buscar ideas para superar los desafíos que tenemos por delante.
Los últimos 80 años han sido los más pacíficos de la historia. Se han logrado grandes avances en materia de igualdad de género, y según el Foro Económico Mundial, la brecha de género mundial se ha cerrado en un 68,5%. La alfabetización ha aumentado enormemente: el 87% de los adultos en todo el mundo sabe leer y escribir (en comparación con apenas el 36% en 1950). La longevidad ha mejorado drásticamente: la esperanza de vida media se sitúa hoy en 73 años, frente a los 66 años de principios de siglo. Las hambrunas masivas, que antes eran habituales, se han limitado.
La humanidad tiene todas las herramientas que necesita para sostener –y acelerar– este progreso. De hecho, con el conocimiento y las tecnologías que ya poseemos, podríamos resolver algunos de los mayores desafíos que enfrentamos, desde la pobreza y la inseguridad alimentaria hasta el cambio climático y el rápido crecimiento demográfico. Por lo tanto, este debería ser un momento para el optimismo. Sin embargo, el Boletín de los Científicos Atómicos –entre cuyos fundadores se encuentran Albert Einstein y J. Robert Oppenheimer– ha fijado su Reloj del Apocalipsis en 90 segundos para la medianoche, lo que indica que la humanidad está ahora más cerca de la aniquilación que nunca antes.
No es difícil entender por qué. No es casualidad que durante el largo período de relativa paz y estabilidad mundial la democracia haya ganado terreno de forma sostenida, la cooperación mundial de base amplia se haya convertido en la norma y el mundo haya demostrado un compromiso compartido sin precedentes con los derechos humanos. Sin embargo, hoy estamos siendo testigos de la erosión de la democracia y la cooperación internacional, así como de la proliferación de guerras y conflictos en los que civiles inocentes son objeto de flagrantes ataques y los agresores actúan con impunidad. Estos acontecimientos reflejan fallos sistémicos de nuestras instituciones encargadas de la toma de decisiones a lo largo de muchas décadas.
La forma en que consumimos información en la era digital ha contribuido al problema. Las plataformas de redes sociales, si bien ofrecen oportunidades sin precedentes de conexión, educación y promoción, también han puesto a prueba nuestra capacidad de discernir entre los hechos y la ficción y han trastocado la comprensión compartida de la realidad que necesitamos para facilitar la resolución colectiva de problemas y preservar la democracia. Si bien la inteligencia artificial avanzada tiene un inmenso potencial de beneficio para la humanidad, para aprovechar al máximo la promesa de estas tecnologías y mitigar al mismo tiempo las amenazas, debemos centrarnos en la gobernanza ética, la alfabetización digital y la cooperación global.
Además, la llegada de un nuevo desorden mundial se desarrolla en un contexto aterrador: el cambio climático. Con un año más caluroso que el anterior, el planeta se encuentra peligrosamente cerca de varios puntos de inflexión, desde la Antártida hasta el Amazonas y la circulación atlántica.
Como lo discutimos en el Diálogo del Premio Nobel del mes pasado en Sydney, Australia, frente a tales amenazas existenciales, tenemos la responsabilidad –para con nuestros semejantes, para con nuestro planeta y para con las generaciones futuras– de mejorar radicalmente nuestra toma de decisiones. Dado que la cooperación siempre ha sido el superpoder de la humanidad, el primer paso debe ser reconstruir una cultura global que la sustente, sustentada en una comprensión compartida y basada en hechos de la realidad y en la confianza en las instituciones.
Para ello, es fundamental brindar un sólido apoyo a la investigación académica, las instituciones científicas, el periodismo profesional y los organismos gubernamentales transparentes. Si fomentamos la confianza en estos pilares del conocimiento y en la información creíble, podremos superar la sobrecarga de información (errónea), las alucinaciones de la inteligencia artificial y la propaganda para crear una base común de conocimientos que trascienda las fronteras nacionales y culturales. Este esfuerzo debería estar respaldado por un renovado impulso para impartir educación para la ciudadanía global y establecer plataformas diseñadas para la colaboración y el entendimiento intercultural.
Combatir la desinformación y lograr una comprensión compartida y basada en hechos de la realidad es un requisito previo para todos los esfuerzos encaminados a mejorar la toma de decisiones y la cooperación a nivel mundial. Esto implicaría reformar y modernizar los sistemas educativos y fomentar el “pensamiento del tercer milenio”, caracterizado por la curiosidad, la creatividad y –lo más importante– el pensamiento crítico. También requeriría estructuras de gobernanza global inclusivas, redes de resolución de problemas en colaboración y modelos económicos sostenibles que converjan en objetivos compartidos a largo plazo.
Así como las democracias fuertes encabezaron el progreso humano durante el siglo pasado, deben desempeñar un papel destacado en la creación de una cultura mundial de cooperación. Pero, como las profundas desigualdades han creado un terreno fértil para las fuerzas antidemocráticas, su capacidad para hacerlo está siendo puesta en duda. Las asambleas ciudadanas deliberativas y otros procesos participativos que utilizan la selección aleatoria pueden contribuir a respaldar la renovación democrática tan necesaria ayudando a las sociedades a negociar cuestiones políticamente polémicas.
Esas transformaciones podrían hacer posible la reforma de instituciones internacionales como las Naciones Unidas (en particular el Consejo de Seguridad de la ONU) y la Corte Penal Internacional, y dar un nuevo impulso a la interacción constructiva mediante tratados internacionales. El mundo necesita que esas instituciones sean más eficaces e imparciales para garantizar y defender la paz, el desarrollo, la rendición de cuentas y la justicia global. El mundo necesita urgentemente nuevos controles sobre el uso de armas nucleares, incluido un compromiso con los principios de “no ser el primero en utilizarlas” y “no tener una autoridad exclusiva”. Por supuesto, el objetivo final debería ser reducir los arsenales nucleares a cero para garantizar un futuro seguro para la humanidad.
Los desafíos que enfrentamos hoy son monumentales, pero no insuperables. La historia nos ha demostrado que el progreso es posible cuando la humanidad se une en torno a valores compartidos, impulsada por un sentido de propósito común. Hace ochenta años hicimos justamente eso, creando instituciones globales capaces de marcar el comienzo de una nueva era de relativa paz y estabilidad. Reavivar ese espíritu de cooperación es nuestra tarea más urgente.
Los últimos 80 años han sido los más pacíficos de la historia. Se han logrado grandes avances en materia de igualdad de género, y según el Foro Económico Mundial, la brecha de género mundial se ha cerrado en un 68,5%. La alfabetización ha aumentado enormemente: el 87% de los adultos en todo el mundo sabe leer y escribir (en comparación con apenas el 36% en 1950). La longevidad ha mejorado drásticamente: la esperanza de vida media se sitúa hoy en 73 años, frente a los 66 años de principios de siglo. Las hambrunas masivas, que antes eran habituales, se han limitado.
La humanidad tiene todas las herramientas que necesita para sostener –y acelerar– este progreso. De hecho, con el conocimiento y las tecnologías que ya poseemos, podríamos resolver algunos de los mayores desafíos que enfrentamos, desde la pobreza y la inseguridad alimentaria hasta el cambio climático y el rápido crecimiento demográfico. Por lo tanto, este debería ser un momento para el optimismo. Sin embargo, el Boletín de los Científicos Atómicos –entre cuyos fundadores se encuentran Albert Einstein y J. Robert Oppenheimer– ha fijado su Reloj del Apocalipsis en 90 segundos para la medianoche, lo que indica que la humanidad está ahora más cerca de la aniquilación que nunca antes.
No es difícil entender por qué. No es casualidad que durante el largo período de relativa paz y estabilidad mundial la democracia haya ganado terreno de forma sostenida, la cooperación mundial de base amplia se haya convertido en la norma y el mundo haya demostrado un compromiso compartido sin precedentes con los derechos humanos. Sin embargo, hoy estamos siendo testigos de la erosión de la democracia y la cooperación internacional, así como de la proliferación de guerras y conflictos en los que civiles inocentes son objeto de flagrantes ataques y los agresores actúan con impunidad. Estos acontecimientos reflejan fallos sistémicos de nuestras instituciones encargadas de la toma de decisiones a lo largo de muchas décadas.
La forma en que consumimos información en la era digital ha contribuido al problema. Las plataformas de redes sociales, si bien ofrecen oportunidades sin precedentes de conexión, educación y promoción, también han puesto a prueba nuestra capacidad de discernir entre los hechos y la ficción y han trastocado la comprensión compartida de la realidad que necesitamos para facilitar la resolución colectiva de problemas y preservar la democracia. Si bien la inteligencia artificial avanzada tiene un inmenso potencial de beneficio para la humanidad, para aprovechar al máximo la promesa de estas tecnologías y mitigar al mismo tiempo las amenazas, debemos centrarnos en la gobernanza ética, la alfabetización digital y la cooperación global.
Además, la llegada de un nuevo desorden mundial se desarrolla en un contexto aterrador: el cambio climático. Con un año más caluroso que el anterior, el planeta se encuentra peligrosamente cerca de varios puntos de inflexión, desde la Antártida hasta el Amazonas y la circulación atlántica.