Si bien la Unión Europea puede ser la que más necesita una transformación institucional para responder a la policrisis actual, también está particularmente bien equipada para llevarla a cabo. La clave será desarrollar una visión clara para el futuro, profundizar la cooperación en áreas clave y establecer un marco organizacional fundamentalmente nuevo.
GINEBRA – Cada período histórico se define por sus propios desafíos. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa tuvo que encontrar una manera de poner fin a las crisis recurrentes y relativamente independientes vinculadas a los ciclos de mercado, la política interna y la competencia entre las grandes potencias que la habían desgarrado durante décadas. Enfrentó ese desafío construyendo estados-nación estables y sistemas de bienestar efectivos en un contexto de marcos europeos e internacionales sólidos.
Desde principios de siglo, Europa se enfrenta a un nuevo desafío: responder a una policrisis sumamente compleja, que comprende un amplio conjunto de crisis interconectadas. Muchas de ellas podrían, por sí solas, resultar catastróficas, debido a procesos que se retroalimentan y acumulan, como los puntos de inflexión del cambio climático y el efecto de bola de nieve de la deuda pública.
Pero ninguna de ellas se está produciendo en el vacío. Por el contrario, las crisis interconectadas de hoy se agravan y refuerzan mutuamente. Por ejemplo, una crisis demográfica desestabiliza el Estado de bienestar, socavando el bienestar económico, lo que a su vez alimenta la perturbación social y política. Una disminución significativa y duradera de la cohesión social y política puede contribuir a otros tipos de crisis, como la actual crisis de la democracia liberal, al tiempo que obstaculiza la capacidad de los Estados para responder a otras amenazas, como el cambio climático.
La incapacidad general para abordar eficazmente la creciente policrisis ha contribuido a generar una sensación de fatalidad inminente entre una población europea cada vez más impotente. Pero las amenazas existenciales que enfrentamos, desde el conflicto armado hasta el catastrófico cambio climático, se pueden superar, no “recuperando el control”, como prometen los líderes políticos populistas, sino aprendiendo a controlar lo que aún no está controlado.
Nuestras instituciones políticas, financieras e internacionales tienden a estar programadas para la gestión de crisis cíclicas del pasado, lo que las hace inadecuadas para responder a la policrisis actual, que exige tanto solidez como flexibilidad. Europa enfrenta un desafío adicional en este sentido: sus instituciones, que dependen del consenso, la coherencia y el compromiso, tienen dificultades para hacer frente a intereses estrechos, complejos y diversos.
Pero, si bien Europa es la que más necesita una transformación institucional para afrontar los desafíos existenciales de hoy, también está particularmente bien equipada para lograrla, gracias a su considerable experiencia en la evolución a través de las crisis y en el equilibrio entre la solidaridad y la libertad. La clave será desarrollar una visión clara del futuro, profundizar la cooperación en áreas clave y diseñar un nuevo marco organizativo.
Hay que empezar con una visión. Europa necesita una estrategia explícita para afrontar la policrisis que sincronice los horizontes temporales para mejorar la gestión de las crisis a corto plazo (esencial para romper los mecanismos de crisis que se retroalimentan) y establecer objetivos compartidos a largo plazo (esencial para mantener el impulso).
La implementación de esta visión debería estar a cargo de unidades más pequeñas, autónomas y flexibles, en colaboración con actores independientes –a menudo de la sociedad civil– que se especialicen en generar consenso, desarrollar estrategias a largo plazo y monitorear su implementación y sus efectos. Es esencial una cultura de decisión y rendición de cuentas.
El componente de más largo plazo de la visión debe reflejar la ambición generacional. La India tiene una hoja de ruta para convertirse en una economía desarrollada en 2047, un siglo después de la independencia. China planea lograr un “rejuvenecimiento nacional” en 2049, el centenario de la República Popular. Europa debe anclar su propia estrategia en 2045, cien años después de haber comenzado de nuevo tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Al diseñar esta nueva visión, Europa debe aprender de las fortalezas de los demás; por ejemplo, la capacidad de Estados Unidos para el pensamiento estratégico, ejemplificada por el trabajo de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa en materia de investigación y desarrollo de tecnologías emergentes.
El segundo imperativo es construir nuevos marcos sólidos que cubran tres elementos críticos de la seguridad europea: finanzas, defensa y bienestar social. La nueva arquitectura financiera debe apuntar a aumentar la inversión en Europa para impulsar la productividad y apoyar la innovación tecnológica en sectores críticos. Dada su base de inversionistas más pequeña y su fragmentación estructural, esto requerirá que Europa mejore su capacidad para asignar capital y movilizar ahorros de manera eficiente. Completar la unión de los mercados de capital debería ser la principal tarea de la nueva Comisión Europea.
En cuanto a la defensa, la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto que la arquitectura actual de Europa es inestable y lenta. Se necesita urgentemente un nuevo marco capaz de gestionar las compras en todo el continente, apoyar la interoperabilidad entre las fuerzas de seguridad y dar a Europa una ventaja tecnológica.
De la misma manera, el nuevo diseño del bienestar social debe ser coherente, fiscalmente viable y responder a las necesidades de las sociedades modernas. En las últimas décadas, Europa ha permitido que los pasivos y las brechas de financiación crecieran en una serie de áreas –como la atención sanitaria, la vivienda, la educación y la energía– debido a la falta de consenso sobre cómo debería ser el Estado de bienestar moderno. Dado que salvaguardar el modo de vida europeo es esencial para la solidaridad social a largo plazo, esto no puede continuar.
El tercer imperativo clave para Europa frente a la policrisis es diseñar un nuevo modelo organizativo basado en la flexibilidad, la adaptabilidad y la subsidiariedad. Es necesario abordar los problemas en el nivel en que se presentan. Los desafíos globales –como el cambio climático, la proliferación nuclear, la inteligencia artificial y la estabilidad financiera– exigen una cooperación y una regulación internacionales más estructuradas.
Entre los desafíos que deben abordarse a nivel de la UE figuran la actualización del modelo económico europeo, el impulso a la productividad y la competitividad y la gestión de la política comercial. Los Estados nacionales, por su parte, deben fomentar la solidaridad y, junto con las comunidades locales, encargarse de la aplicación de políticas concretas. La cooperación público-privada también es esencial para aprovechar la experiencia, los conocimientos y la capacidad institucional de las empresas para la adaptación, la gestión de riesgos y la respuesta a las crisis. El nuevo modelo organizativo debe parecerse más a una red que a una cadena, porque la fuerza de una red es la suma de sus nudos, mientras que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.
Europa no puede permitirse el lujo de postergar la acción hasta después del siguiente shock. Si queremos capear la policrisis, necesitamos hoy una reflexión estratégica, un liderazgo colectivo y un pensamiento innovador, guiados por la ambición compartida de “refundar Europa” para 2045.
Desde principios de siglo, Europa se enfrenta a un nuevo desafío: responder a una policrisis sumamente compleja, que comprende un amplio conjunto de crisis interconectadas. Muchas de ellas podrían, por sí solas, resultar catastróficas, debido a procesos que se retroalimentan y acumulan, como los puntos de inflexión del cambio climático y el efecto de bola de nieve de la deuda pública.
Pero ninguna de ellas se está produciendo en el vacío. Por el contrario, las crisis interconectadas de hoy se agravan y refuerzan mutuamente. Por ejemplo, una crisis demográfica desestabiliza el Estado de bienestar, socavando el bienestar económico, lo que a su vez alimenta la perturbación social y política. Una disminución significativa y duradera de la cohesión social y política puede contribuir a otros tipos de crisis, como la actual crisis de la democracia liberal, al tiempo que obstaculiza la capacidad de los Estados para responder a otras amenazas, como el cambio climático.
La incapacidad general para abordar eficazmente la creciente policrisis ha contribuido a generar una sensación de fatalidad inminente entre una población europea cada vez más impotente. Pero las amenazas existenciales que enfrentamos, desde el conflicto armado hasta el catastrófico cambio climático, se pueden superar, no “recuperando el control”, como prometen los líderes políticos populistas, sino aprendiendo a controlar lo que aún no está controlado.
Nuestras instituciones políticas, financieras e internacionales tienden a estar programadas para la gestión de crisis cíclicas del pasado, lo que las hace inadecuadas para responder a la policrisis actual, que exige tanto solidez como flexibilidad. Europa enfrenta un desafío adicional en este sentido: sus instituciones, que dependen del consenso, la coherencia y el compromiso, tienen dificultades para hacer frente a intereses estrechos, complejos y diversos.
Pero, si bien Europa es la que más necesita una transformación institucional para afrontar los desafíos existenciales de hoy, también está particularmente bien equipada para lograrla, gracias a su considerable experiencia en la evolución a través de las crisis y en el equilibrio entre la solidaridad y la libertad. La clave será desarrollar una visión clara del futuro, profundizar la cooperación en áreas clave y diseñar un nuevo marco organizativo.
Hay que empezar con una visión. Europa necesita una estrategia explícita para afrontar la policrisis que sincronice los horizontes temporales para mejorar la gestión de las crisis a corto plazo (esencial para romper los mecanismos de crisis que se retroalimentan) y establecer objetivos compartidos a largo plazo (esencial para mantener el impulso).
La implementación de esta visión debería estar a cargo de unidades más pequeñas, autónomas y flexibles, en colaboración con actores independientes –a menudo de la sociedad civil– que se especialicen en generar consenso, desarrollar estrategias a largo plazo y monitorear su implementación y sus efectos. Es esencial una cultura de decisión y rendición de cuentas.
El componente de más largo plazo de la visión debe reflejar la ambición generacional. La India tiene una hoja de ruta para convertirse en una economía desarrollada en 2047, un siglo después de la independencia. China planea lograr un “rejuvenecimiento nacional” en 2049, el centenario de la República Popular. Europa debe anclar su propia estrategia en 2045, cien años después de haber comenzado de nuevo tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Al diseñar esta nueva visión, Europa debe aprender de las fortalezas de los demás; por ejemplo, la capacidad de Estados Unidos para el pensamiento estratégico, ejemplificada por el trabajo de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa en materia de investigación y desarrollo de tecnologías emergentes.
El segundo imperativo es construir nuevos marcos sólidos que cubran tres elementos críticos de la seguridad europea: finanzas, defensa y bienestar social. La nueva arquitectura financiera debe apuntar a aumentar la inversión en Europa para impulsar la productividad y apoyar la innovación tecnológica en sectores críticos. Dada su base de inversionistas más pequeña y su fragmentación estructural, esto requerirá que Europa mejore su capacidad para asignar capital y movilizar ahorros de manera eficiente. Completar la unión de los mercados de capital debería ser la principal tarea de la nueva Comisión Europea.
En cuanto a la defensa, la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto que la arquitectura actual de Europa es inestable y lenta. Se necesita urgentemente un nuevo marco capaz de gestionar las compras en todo el continente, apoyar la interoperabilidad entre las fuerzas de seguridad y dar a Europa una ventaja tecnológica.
De la misma manera, el nuevo diseño del bienestar social debe ser coherente, fiscalmente viable y responder a las necesidades de las sociedades modernas. En las últimas décadas, Europa ha permitido que los pasivos y las brechas de financiación crecieran en una serie de áreas –como la atención sanitaria, la vivienda, la educación y la energía– debido a la falta de consenso sobre cómo debería ser el Estado de bienestar moderno. Dado que salvaguardar el modo de vida europeo es esencial para la solidaridad social a largo plazo, esto no puede continuar.
El tercer imperativo clave para Europa frente a la policrisis es diseñar un nuevo modelo organizativo basado en la flexibilidad, la adaptabilidad y la subsidiariedad. Es necesario abordar los problemas en el nivel en que se presentan. Los desafíos globales –como el cambio climático, la proliferación nuclear, la inteligencia artificial y la estabilidad financiera– exigen una cooperación y una regulación internacionales más estructuradas.
Entre los desafíos que deben abordarse a nivel de la UE figuran la actualización del modelo económico europeo, el impulso a la productividad y la competitividad y la gestión de la política comercial. Los Estados nacionales, por su parte, deben fomentar la solidaridad y, junto con las comunidades locales, encargarse de la aplicación de políticas concretas. La cooperación público-privada también es esencial para aprovechar la experiencia, los conocimientos y la capacidad institucional de las empresas para la adaptación, la gestión de riesgos y la respuesta a las crisis. El nuevo modelo organizativo debe parecerse más a una red que a una cadena, porque la fuerza de una red es la suma de sus nudos, mientras que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.
Europa no puede permitirse el lujo de postergar la acción hasta después del siguiente shock. Si queremos capear la policrisis, necesitamos hoy una reflexión estratégica, un liderazgo colectivo y un pensamiento innovador, guiados por la ambición compartida de “refundar Europa” para 2045.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/eu-must-respond-to-polycrisis-with-institutional-transformation-by-thomas-buberl-1-2024-10