CAMBRIDGE – Hace dos años delineé ocho lecciones de la guerra de Ucrania y, aunque avisé que era muy pronto como para tener certezas, resultaron bastante acertadas.
Cuando el presidente ruso Vladímir Putin ordenó invadir Ucrania en febrero de 2022, planeaba tomar rápidamente Kiev, la capital, y cambiar el gobierno —algo similar a lo que hicieron los soviéticos en Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968—, pero la guerra sigue su curso y nadie sabe cuándo ni cómo terminará.
Para quienes perciben al conflicto como una «guerra de independencia» de Ucrania sin centrarse mucho en las fronteras, los ucranianos ya han ganado; Putin afirmó que Ucrania no era un país independiente, pero solo logró fortalecer la identidad nacional de los ucranianos.
¿Qué más aprendimos? En primer lugar, que las armas antiguas y las nuevas se complementan entre sí: a pesar del éxito inicial de las armas antitanque en la defensa de Kiev advertí —correctamente— que las proclamas sobre el fin de la era de los tanques podían resultar prematuras a medida que el combate pasara de los suburbios del norte a las planicies orientales. Sin embargo, no preví la eficacia de los drones como armas antitanque y antibuque, ni que Ucrania sería capaz de desplazar a la marina rusa de la mitad occidental del Mar Negro (la artillería y las minas también desempeñaron un papel muy importante cuando el conflicto pasó a asemejarse a la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial).
En segundo lugar, la disuasión nuclear funciona, pero depende más de lo que está en juego en términos relativos que de las capacidades. Occidente fue disuadido, pero hasta cierto punto; la amenaza nuclear de Putin ha evitado que los gobiernos de la OTAN envíen tropas (aunque no equipamiento) a Ucrania, pero el motivo no es el poderío nuclear superior ruso, sino que Putin designó a Ucrania como una cuestión de interés nacional fundamental para su país, mientras que los gobiernos occidentales no lo hicieron. Mientras tanto, sus bravuconadas nucleares no lograron impedir que Occidente ampliara la gama de las armas que envía a Ucrania, y este último, hasta el momento, disuadió a Putin de atacar a otros países de la OTAN.
En tercer lugar, la interdependencia económica no evita la guerra. Algunos de los responsables políticos alemanes supusieron que cortar los lazos con Rusia resultaría tan costoso que ninguna de las partes iniciaría las hostilidades, pero aunque la interdependencia económica puede llevar a que la guerra sea más costosa, no necesariamente la evita. Para ser más precisos, cuando la interdependencia económica es desigual, la parte menos dependiente puede convertirla en un arma.
En cuarto lugar, las sanciones pueden elevar los costos, pero no determinan los resultados en el corto plazo. Recordemos que el director de la CIA William Burns se reunió con Putin en noviembre de 2021 y le advirtió, en vano, de las sanciones que Rusia recibiría si llevaba a cabo una invasión. Probablemente Putin haya dudado de la capacidad de Occidente para mantener al mundo unido en la aplicación de las sanciones, y estuvo en lo cierto; el petróleo es un producto básico fungible, y muchos países —especialmente, la India— están más que dispuestos a comprárselo a Rusia a precios reducidos y transportarlo en una flota de buques cisterna irregular.
De todas formas, como preví hace dos años, parece que a China le preocupa quedar enredada en sanciones secundarias y ha, por ello, limitado en cierta medida su apoyo a Rusia: aunque le proporcionó «tecnología de doble uso» (civil y militar) importante, no le ha enviado armas. Dada esta situación compleja, pasará cierto tiempo antes de que podamos evaluar completamente el efecto a largo plazo de las sanciones a Rusia.
En quinto lugar, la guerra de información genera resultados. En las guerras modernas no solo importa qué ejército consigue la victoria, sino también cuál de las historias es la ganadora. La cuidadosa difusión de inteligencia estadounidense sobre los planes de la invasión rusa resultó eficaz para desacreditar la narrativa que Putin quería hacer creer a los europeos, y contribuyó en gran medida a la solidaridad occidental cuando la invasión ocurrió finalmente según lo previsto. De igual modo, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski ha trabajado de manera extraordinaria para difundir la historia de su país en Occidente.
En sexto lugar, tanto el poder duro como el suave son importantes; aunque el poder duro de coerción supera al poder suave de atracción en el corto plazo, el poder suave sigue siendo muy importante. Putin no superó la prueba del poder suave en las primeras etapas, la tremenda barbarie de las fuerzas rusas en Ucrania llevó a que Alemania cancelara el gasoducto Nord Stream 2, algo que años de presión estadounidense no habían logrado. Zelenski, por el contrario, ha confiado en el poder suave desde el primer momento: aprovechó su capacidad como actor para presentar una imagen atractiva de Ucrania y no solo se ganó la simpatía de Occidente, sino que además consiguió envíos de equipos militares que le garantizan poder duro.
En séptimo lugar, la capacidad informática no es una solución milagrosa; Rusia había usado armas informáticas para entrometerse en la red eléctrica ucraniana desde al menos 2015, y muchos analistas predijeron que con un ataque informático contra la infraestructura y el gobierno ucranianos la invasión sería un hecho consumado; pero aunque se denunciaron muchos ciberataques durante la guerra, ninguno de ellos resultó decisivo: cuando hackearon la red ucraniana Viasat, los ucranianos comenzaron a comunicarse a través de los muchos satélites pequeños de Starlink. Gracias a la experiencia en el campo de batalla y el entrenamiento, las capacidades defensivas y de ataque ucranianas no han hecho más que mejorar.
Otra lección, entonces, es que una vez que comienza la guerra las armas cinéticas ofrecen a los comandantes mejor control de los tiempos, la precisión y la evaluación de los daños que las informáticas. Dicho eso, la guerra electrónica sigue siendo capaz de interferir con las transmisiones fundamentales para usar drones.
Por último, la guerra es impredecible. La lección más importante de la guerra de Ucrania sigue siendo una de las más antiguas: hace dos años muchos esperaban una rápida victoria rusa… y hace apenas uno, las expectativas de una ofensiva ucraniana triunfal eran elevadas; pero, como escribió Shakespeare más de cuatro siglos atrás, es peligroso que los líderes griten «¡Devastación!» y suelten a los perros de la guerra.
La promesa de una guerra corta es seductora, ciertamente Putin nunca esperó quedar empantanado indefinidamente; se las ingenió para vender al pueblo ruso esta guerra de desgaste como una «gran gesta patriótica» contra Occidente, pero los perros que liberó bien pueden regresar y morderlo.
Traducción al español por Ant-Translation.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/ukraine-war-eight-lessons-for-military-tactics-grand-strategy-sanctions-by-joseph-s-nye-2024-06/spanish
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