BERKELEY – Hoy la inflación en Estados Unidos es menor que hace un año, y una importante debilidad económica en el resto del mundo impulsa a otros bancos centrales a bajar los tipos de interés. Sin mucha base empírica para decir que la política monetaria de los Estados Unidos no está siendo restrictiva, sigo creyendo que en los próximos dieciocho meses, la Reserva Federal lamentará no haber empezado a bajar las tasas en enero de 2024.
Si no me equivoco, Estados Unidos no va camino de un aterrizaje suave; ya está en la pista de aterrizaje, aunque con el timón de política monetaria claramente torcido en dirección contractiva en vez de neutral. Pero muchos comentaristas y funcionarios de la Fed siguen creyendo que hay que mantener tipos de interés relativamente altos como hasta ahora; piensan así porque siguen obsesionados con el período 1977‑79, cuando una inflación que estaba casi estabilizada se salió rápidamente de control.
En aquel tiempo, el pronóstico de PIB nominal del gobierno de Carter había resultado exacto, el crecimiento real terminó siendo dos puntos porcentuales menos y la inflación dos puntos porcentuales más. Entonces llegaron la revolución iraní y la segunda mayor alza de precios del petróleo durante la década, lo que en última instancia llevó al «giro neoliberal», a la desinflación de Volcker (cuando la Fed subió los tipos de interés al 20%) y a la «década perdida» de América Latina. Para quien tema que la historia rime, mantener los tipos de interés muy altos por mucho tiempo es un riesgo que vale la pena correr.
Pero incluso tratándose de algún halcón antiinflacionario, no se entiende el énfasis en la preocupación por bajar los tipos de interés demasiado pronto. ¿De veras les quita el sueño que se repita el período 1977‑82? Con Donald Trump tratando de volver a la Casa Blanca, seguro que hay riesgos mucho mayores en el horizonte. Entre otras cosas, Trump prometió imponer aranceles muy superiores a los de Biden. Y mientras las políticas comerciales de Biden al menos se basan en razones de seguridad nacional y política industrial, las intervenciones de Trump serían erráticas, caóticas, cargadas de corrupción y casi con certeza inflacionarias.
Además, Trump está decidido a destituir al presidente de la Fed, Jerome Powell, apelando a recursos legales jamás intentados, para poder instalar a un secuaz suyo o al menos empezar un combate con el Congreso en el que pueda mostrarse como retador del «establishment». También se muere de ganas de movilizar ejércitos de trolls en las redes sociales (o acaso terroristas insurgentes en el mundo real) contra los presidentes de bancos y gobernadores de la Fed que se nieguen a obedecer sus órdenes de bajar los tipos de interés.
Esta amenaza de violencia política no es una exageración sino un tema familiar en Washington. Como escribe el periodista McKay Coppins en su libro reciente sobre Mitt Romney: «Un congresista republicano confesó a Romney que quería votar por el juicio político, pero se abstuvo porque temía por la seguridad de su familia. Su razonamiento fue que con o sin él, a Trump le iniciarían juicio político los diputados demócratas, así que, ¿para qué poner en riesgo a su esposa y a sus hijos si el resultado iba a ser el mismo?».
Esto sería una repetición trumpista de la guerra de los bancos del presidente Andrew Jackson durante la década de 1830, cuando consiguió eliminar al Segundo Banco de los Estados Unidos, con el argumento de que beneficiaba a una élite rica a costa del pueblo estadounidense. En la práctica, el resultado final de la guerra de los bancos fue caos financiero, quiebras comerciales y deflación, que destruyeron buena parte de la riqueza nacional y el resto lo transfirieron desde los bolsillos de emprendedores endeudados hasta los de sus acreedores que ya eran ricos.
Es verdad que los historiadores posteriores sostuvieron que la batalla de Jackson contra la oligarquía de los banqueros de Filadelfia liderada por el presidente del Segundo Banco, Nicholas Biddle, prefiguró la batalla de Franklin D. Roosevelt contra los «monárquicos económicos» que tuvo lugar un siglo después durante el New Deal. Sin embargo, nada beneficia más a herederos y herederas que ya son ricos que una deflación generalizada. Si Trump volviera a la Casa Blanca y lanzara una guerra de la Fed, el efecto sería tan perjudicial para la economía como la guerra de los bancos de Jackson. Pero lo mismo que esta última, el intento puede caerle muy bien a su base de simpatizantes.
¿Será una exageración? Hace poco, Bill Dudley, expresidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, restó importancia al riesgo que supondría Trump para las operaciones de la Fed, con el argumento de que el próximo presidente sólo designará a dos de los doce miembros con derecho a voto del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC por la sigla en inglés). Yo no soy tan optimista. Los presidentes de bancos y gobernadores de la Fed que no tengan ganas de gastar cinco mil dólares al día en seguridad tal vez prefieran renunciar. Y si bien al presidente de la Fed solamente se lo puede destituir con causa fundada (ineficiencia, negligencia o malversación), la mayoría conservadora de la Corte Suprema ha demostrado que su apego a los precedentes, a la intención original de los legisladores o al significado literal de las leyes no se puede tomar en serio.
Además, el mismo Dudley reconoce que otra presidencia de Trump sería bastante dañina sin importar lo que consiga hacer:
«El dólar se convirtió en la moneda de reserva del mundo y en depósito estable de valor gracias a una gestión económica prudente, un sólido Estado de derecho, mercados de capitales líquidos y profundos y el libre movimiento de capitales. Si intentos de controlar a la Fed pusieran en riesgo estos atributos clave, es probable que el dólar se debilite, que las bolsas caigan y que la prima de riesgo sobre los instrumentos estadounidenses de renta fija aumente, con efectos perjudiciales para la salud económica del país».
Por ahora, Powell y el FOMC están haciendo lo mejor posible por introducir correcciones marginales en los tipos de interés y en las condiciones financieras que mantengan a la economía dentro del aterrizaje suave y ya frenando en la pista. Las mayores amenazas a la estabilidad monetaria y económica ahora mismo no tienen nada que ver con lo que decidan en su próxima reunión. Si a los halcones antiinflacionarios realmente les interesan la estabilidad de precios y el panorama económico a largo plazo, lo que en verdad tendría que preocuparlos es el regreso del trumpismo.
Traducción: Esteban Flamini
Publicación original en:https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-inflation-fed-war-would-be-economically-financially-disastrous-by-j-bradford-delong-2024-05/spanish
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