TUCSON/CAMBRIDGE – Los estadounidenses están menos satisfechos que nunca con los dos principales partidos políticos del país: Demócrata y Republicano. En una reciente encuesta de Gallup, el 63 % de los encuestados —el mayor porcentaje registrado hasta el momento— respondió que «hace falta un tercer gran partido».
Sin embargo, debido a la elevada polarización de los votantes, el sistema convencional estadounidense —de escrutinio mayoritario uninominal, en el que cada elector vota a un único candidato y el que recibe más votos gana— impide que el candidato de un tercer partido constituya un desafío significativo, incluso si es capaz de superar la brecha ideológica. Los votantes demócratas tal vez prefieran al candidato de un tercer partido antes que a uno republicano, pero seguirán votando a los demócratas debido a sus fuertes preferencias partidarias; los votantes republicanos actuarán de manera simétrica, en la dirección opuesta. Solo una pequeña proporción de votantes pendulares terminará votando por el tercer partido.
Afortunadamente, una variante del sistema californiano de dos partidos principales solucionaría este problema y permitiría que un candidato moderado de un tercer partido —alguien que concilie los extremos políticos— logre competir con éxito. Al igual que en California, todos los candidatos —independientemente de su afiliación política— competirían en elecciones primarias no partidarias, cada votante elegiría a uno de ellos. Pero, a diferencia de lo que ocurre en California, los tres principales (en vez de los dos principales) pasarían a las elecciones generales.
Luego, en noviembre, el día de las elecciones, los votantes expresarían en la boleta su preferencia entre cada par de candidatos. Los votantes eligen entonces entre A y B, entre A y C, y entre B y C. El ganador es quien derrota a sus dos opositores: A gana si hay más votantes que lo elijan en lugar de a B y a C.
Para entender las ventajas de un sistema de ese tipo, pensemos en las elecciones de senadores estadounidenses de 2022 en Ohio. La elección general enfrentó al republicano J.D. Vance —respaldado por el expresidente Donald Trump— y al demócrata Tim Ryan (ganó Vance). Rob Portman —un conservador tradicionalista que ocupaba el cargo— ni siquiera se presentó, porque entendió que perdería ante el candidato respaldado por Trump en las primarias republicanas.
Pero supongamos que Ohio hubiera usado el sistema de los tres primeros: es probable que Portman se hubiera presentado en las primarias apartidarias (en las que no hubiera necesitado estar nominado por el partido republicano), y probablemente hubiera competido en las elecciones generales contra Vance y Ryan.
En la parte de la boleta en la que hubiera enfrentado a Vance (A vs. B), lo más probable es que Portman hubiera ganado (digamos, con el 54 % contra el 46 % de los votos), debido al apoyo conjunto de los republicanos no trumpistas, los independientes y los demócratas. Contra Ryan hubiera contado con todas las ventajas de un popular senador en ejercicio en un estado conservador (y ganado, digamos, con el 60 % contra el 40 % de los votos). Podemos suponer que Vance vencería a Ryan con aproximadamente el 57 % de los votos contra el 43 %, como ocurrió en las elecciones reales; pero solo Portman hubiera derrotado a sus dos rivales, porque era el candidato a quien la mayoría de los votantes prefería frente a cada una de las alternativas.
Este resultado pone de relieve que el sistema electoral preponderante —en el que Portman ni siquiera sobreviviría a las primarias del partido republicano, dominado por Trump— es inadecuado; pero también revela las falencias del método californiano de los dos principales, en el que la polarización probablemente hubiera garantizado que solo Vance y Ryan superaran las primarias.
Por supuesto, estuvimos postulando que uno de los candidatos (Portman, en el caso de Ohio) sería preferido por la mayoría frente a los otros dos candidatos por separado, porque tanto la teoría como los estudios empíricos sugieren que ese es, por mucho, el resultado más probable. Pero es concebible que eso no ocurra. Supongamos, contra todos los pronósticos, que Ryan lograra una ajustadísima victoria contra Portman, con el 51 % contra el 49 % de los votos. En ese caso habría un empate entre los tres: cada candidato derrotaría a otro, pero ninguno a los otros dos. Haría falta una regla de desempate para definir al ganador. Una opción atractiva es elegir al candidato que pierda por el menor margen. En ese caso, la victoria sería de Portman, que solo habría perdido por el 2 % frente a Ryan.
Muchos defensores de la reforma electoral preguntarían porque las elecciones generales no pueden usar simplemente el voto por orden de preferencia (como Maine y Alaska en las elecciones legislativas). En un sistema de ese tipo, los votantes clasifican a todos los candidatos de la boleta por orden de preferencia y, si uno de los candidatos es elegido en primer lugar por la mayoría, gana. De lo contrario, se descarta al candidato clasificado primero menos veces y se repite el proceso hasta llegar a una mayoría.
Este enfoque tiene su atractivo (y somos partidarios de él), pero no permite superar la brecha de la polarización. En una elección general en la que participaran Vance, Portman y Ryan, prevemos que Vance y Ryan obtendrían porcentajes más elevados en el primer puesto debido al fuerte partidismo. Según el protocolo del voto por orden de preferencia, Portman sería descartado primero, a pesar de que derrotaría a cada uno de sus contrincantes por separado.
La polarización partidista se ha convertido en la mayor amenaza a la estabilidad política de Estados Unidos (y de otros países). Quienes pierden la esperanza en la capacidad de Estados Unidos de autogobernarse son cada vez más, pero las elegías derrotistas no ayudan. Necesitamos reformas institucionales creativas y factibles que solucionen el problema, y que podamos implementar mediante referendos electorales (que muchos estados, como Ohio, utilizan para sortear las parálisis legislativas).
El sistema de los tres primeros es un procedimiento simple y atractivo para los votantes por una cuestión de sentido común. No tiende a favorecer a los moderados tanto por su condición de moderados, sino porque son quienes cuentan con más apoyo. Esa es la manera de contrarrestar la polarización, resucitar al centro político y recuperar la esperanza para la democracia estadounidense.
Edward B. Foley, profesor visitante de derecho en la Universidad de Arizona, es profesor de derecho constitucional y director del programa de derecho electoral en la Universidad Estatal de Ohio.
TUCSON/CAMBRIDGE – Los estadounidenses están menos satisfechos que nunca con los dos principales partidos políticos del país: Demócrata y Republicano. En una reciente encuesta de Gallup, el 63 % de los encuestados —el mayor porcentaje registrado hasta el momento— respondió que «hace falta un tercer gran partido».
Sin embargo, debido a la elevada polarización de los votantes, el sistema convencional estadounidense —de escrutinio mayoritario uninominal, en el que cada elector vota a un único candidato y el que recibe más votos gana— impide que el candidato de un tercer partido constituya un desafío significativo, incluso si es capaz de superar la brecha ideológica. Los votantes demócratas tal vez prefieran al candidato de un tercer partido antes que a uno republicano, pero seguirán votando a los demócratas debido a sus fuertes preferencias partidarias; los votantes republicanos actuarán de manera simétrica, en la dirección opuesta. Solo una pequeña proporción de votantes pendulares terminará votando por el tercer partido.
Afortunadamente, una variante del sistema californiano de dos partidos principales solucionaría este problema y permitiría que un candidato moderado de un tercer partido —alguien que concilie los extremos políticos— logre competir con éxito. Al igual que en California, todos los candidatos —independientemente de su afiliación política— competirían en elecciones primarias no partidarias, cada votante elegiría a uno de ellos. Pero, a diferencia de lo que ocurre en California, los tres principales (en vez de los dos principales) pasarían a las elecciones generales.
Luego, en noviembre, el día de las elecciones, los votantes expresarían en la boleta su preferencia entre cada par de candidatos. Los votantes eligen entonces entre A y B, entre A y C, y entre B y C. El ganador es quien derrota a sus dos opositores: A gana si hay más votantes que lo elijan en lugar de a B y a C.
Para entender las ventajas de un sistema de ese tipo, pensemos en las elecciones de senadores estadounidenses de 2022 en Ohio. La elección general enfrentó al republicano J.D. Vance —respaldado por el expresidente Donald Trump— y al demócrata Tim Ryan (ganó Vance). Rob Portman —un conservador tradicionalista que ocupaba el cargo— ni siquiera se presentó, porque entendió que perdería ante el candidato respaldado por Trump en las primarias republicanas.
Pero supongamos que Ohio hubiera usado el sistema de los tres primeros: es probable que Portman se hubiera presentado en las primarias apartidarias (en las que no hubiera necesitado estar nominado por el partido republicano), y probablemente hubiera competido en las elecciones generales contra Vance y Ryan.
En la parte de la boleta en la que hubiera enfrentado a Vance (A vs. B), lo más probable es que Portman hubiera ganado (digamos, con el 54 % contra el 46 % de los votos), debido al apoyo conjunto de los republicanos no trumpistas, los independientes y los demócratas. Contra Ryan hubiera contado con todas las ventajas de un popular senador en ejercicio en un estado conservador (y ganado, digamos, con el 60 % contra el 40 % de los votos). Podemos suponer que Vance vencería a Ryan con aproximadamente el 57 % de los votos contra el 43 %, como ocurrió en las elecciones reales; pero solo Portman hubiera derrotado a sus dos rivales, porque era el candidato a quien la mayoría de los votantes prefería frente a cada una de las alternativas.
Este resultado pone de relieve que el sistema electoral preponderante —en el que Portman ni siquiera sobreviviría a las primarias del partido republicano, dominado por Trump— es inadecuado; pero también revela las falencias del método californiano de los dos principales, en el que la polarización probablemente hubiera garantizado que solo Vance y Ryan superaran las primarias.
Por supuesto, estuvimos postulando que uno de los candidatos (Portman, en el caso de Ohio) sería preferido por la mayoría frente a los otros dos candidatos por separado, porque tanto la teoría como los estudios empíricos sugieren que ese es, por mucho, el resultado más probable. Pero es concebible que eso no ocurra. Supongamos, contra todos los pronósticos, que Ryan lograra una ajustadísima victoria contra Portman, con el 51 % contra el 49 % de los votos. En ese caso habría un empate entre los tres: cada candidato derrotaría a otro, pero ninguno a los otros dos. Haría falta una regla de desempate para definir al ganador. Una opción atractiva es elegir al candidato que pierda por el menor margen. En ese caso, la victoria sería de Portman, que solo habría perdido por el 2 % frente a Ryan.
Muchos defensores de la reforma electoral preguntarían porque las elecciones generales no pueden usar simplemente el voto por orden de preferencia (como Maine y Alaska en las elecciones legislativas). En un sistema de ese tipo, los votantes clasifican a todos los candidatos de la boleta por orden de preferencia y, si uno de los candidatos es elegido en primer lugar por la mayoría, gana. De lo contrario, se descarta al candidato clasificado primero menos veces y se repite el proceso hasta llegar a una mayoría.
Este enfoque tiene su atractivo (y somos partidarios de él), pero no permite superar la brecha de la polarización. En una elección general en la que participaran Vance, Portman y Ryan, prevemos que Vance y Ryan obtendrían porcentajes más elevados en el primer puesto debido al fuerte partidismo. Según el protocolo del voto por orden de preferencia, Portman sería descartado primero, a pesar de que derrotaría a cada uno de sus contrincantes por separado.
La polarización partidista se ha convertido en la mayor amenaza a la estabilidad política de Estados Unidos (y de otros países). Quienes pierden la esperanza en la capacidad de Estados Unidos de autogobernarse son cada vez más, pero las elegías derrotistas no ayudan. Necesitamos reformas institucionales creativas y factibles que solucionen el problema, y que podamos implementar mediante referendos electorales (que muchos estados, como Ohio, utilizan para sortear las parálisis legislativas).
El sistema de los tres primeros es un procedimiento simple y atractivo para los votantes por una cuestión de sentido común. No tiende a favorecer a los moderados tanto por su condición de moderados, sino porque son quienes cuentan con más apoyo. Esa es la manera de contrarrestar la polarización, resucitar al centro político y recuperar la esperanza para la democracia estadounidense.
Traducción al español por Ant-Translation
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/top-three-election-system-solves-polarization-and-democratic-disillusionment-by-edward-b-foley-and-eric-s-maskin-2024-02/spanish