PAN, PRI y PRD cifran sus esperanzas electorales en el voto de la clase media. Frente a las adversas tendencias demoscópicas argumentan que existe una soterrada y generalizada animadversión de las clases medias hacía AMLO y la 4T que no se refleja en las encuestas, pero que definirán los resultados de la jornada electoral del 2 de junio. Su argumento se basa en el fenómeno electoral que se vivió en la CDMX en el 2021. En efecto, a pesar de que los sondeos de opinión pública señalaban una clara ventaja de Morena, al final el Frente Va X México ganó 9 de 16 alcaldías y, de manera global, fue la coalición más votada. Analicemos con mayor detenimiento algunos fundamentos de esta esperanza del frente opositor.
De inicio la expresión clase media constituye una categoría analítica difusa y evanescente. Si preguntamos, la mayoría de los mexicanos nos auto nombramos clase media, sin considerar diferencias socioeconómicas. Debido a esta ambigüedad, se han ensayado diversas maneras de segmentar conceptualmente a la sociedad. Por ejemplo, el INEGI utiliza el criterio de nivel de ingreso por hogar para dividir a la sociedad en 10 partes iguales, es decir por deciles que determinan el poder adquisitivo de cada ingreso y, por consiguiente, su respectiva posición en la escala social.
Por su parte, la Asociación Mexicana de Agencias de Inteligencias de Mercado y Opinión Pública, AMAI, clasifica a la sociedad en 8 niveles socioeconómicos, del A al D, considerando el bienestar económico y social de los integrantes de los hogares, es decir, pondera que tan satisfechas están sus necesidades de espacio, salud e higiene, comodidad y practicidad, conectividad, escolaridad, planeación y futuro. Al incorporar la dimensión de la satisfacción social y económica, que implica la existencia de demandas de satisfactores específicos, esta clasificación es la más socorrida para las campañas de marketing comercial y, en algunos casos, político. Para el caso del marketing político de manera convencional se identifican los niveles intermedios C+, C, C- y D+ como clase media. De acuerdo con la estimación de la propia AMAI para el 2022, agrupando los niveles C+, C, C-y D+, el 55.4% de la población en el país entra en este rango de clase media.
La mayoría de las encuestas electorales recopilan su muestra a partir de secciones electorales, pero son pocas las que desagregan la información por niveles socioeconómicos. De hecho, de los recientes sondeos de opinión pública únicamente he identificado a la firma Enkoll como la firma que específica la representatividad de cada uno de los niveles socioeconómicos en la muestra base para sus ejercicios estadísticos. En este rubro no hay buenas noticias para el frente opositor. Tanto en la encuesta para la elección presidencial, como para la del gobierno de la CDMX, los segmentos del C+ al D+ están sobrerrepresentados en los estudios de Enkoll con 11.6%, pues suman el 67% de sus respectivas muestras frente al 55.4% nacional que señala AMAI, y, a pesar de estos 11 puntos de sobrerrepresentación de las clases medias, los resultados de los sondeos favorecen claramente a Morena después de las precampañas: 33 puntos en la justa presidencial y 13 en la del gobierno de la CDMX.
Ante la complejidad del tema ensayemos una aproximación subjetiva. Pensemos que más que los datos socioeconómicos, son las percepciones y las emociones las que influyen y determinan nuestro comportamiento. Casi todos nos auto definimos como clase media más por lo que aspiramos a gastar que por lo que podemos gastar, independientemente del nivel socioeconómico en el que nos ubiquemos. En efecto, casi todos somos aspiracioncitas.
La fuerza de esta percepción pública explicaría, en parte, el éxito de la campaña negativa del 2006 contra López Obrador. Al enarbolar la consigna “por el bien de todos, primero los pobres”, AMLO desplazó narrativamente a la clase media por los pobres, segmento de la población con la que muy pocos se identifican. Si para AMLO primero eran los pobres fue plausible coincidir que era “un peligro para México”, porque las clases medias no solo se sintieron ninguneados, sino que creyeron que AMLO pretendía hacer una república de pobres. Ese fue el argumento que permeó en buena parte de las clases medias en ese entonces.
Dieciocho años después este prejuicio, aunque esté desmentido por la evidencia empírica, sigue fomentando una intensa animadversión personal hacia AMLO que raya en el odio. Según Oráculos más o menos el 28% comparte esta animadversión y, supongo, en su mayoría se asumen de clase media. Este porcentaje no es menor, de un padrón electoral de casi 100 millones, representa casi los 30 millones de sufragios potenciales, con los que ganó AMLO en el 2018.
El rechazo a AMLO es el combustible que PAN, PRI y PRD quieren atizar y propagar en este proceso electoral. Sin embargo, me parece que, si después de cinco años de una intensa y permanente campaña por parte de algunos medios tradicionales y de un importante grupo de intelectuales, académicos y especialistas contra AMLO y la 4T, no ha pasado del 28% el porcentaje de la población que lo reprueba, difícilmente lo hará en los cuatro meses que faltan para la elección. Seguramente vamos a escuchar en muchas partes que López Obrador es un dictador que se quiere reelegir, que está acabando con la democracia, destruir a las instituciones y a los órganos autónomos, pero es poco probable que se extienda el rechazo hacia AMLO y la 4T.
Además del odio como resorte de la movilización anti 4T, también se puede identificar el miedo como arma estratégica contra Morena. Tengo la impresión de que el miedo tiene más posibilidades de extenderse entre las clases medias que el resentimiento personal. Al respecto, en la parte metodológica del estudio del INEGI para Cuantificar a la Clase Media en México 2010-2020, define a la clase media a partir de un capital social que se integra de cuatro grandes rubros de gasto, que pueden servir de base para entender el tipo de miedo al cual están expuestos los segmentos que se auto identifican como clase media.
En primer lugar, está el gasto por capital económico, que es el relacionado a los del mantenimiento de una propiedad y de un estatus específico. En este rubro se ubicaría el miedo a no contar con recursos suficientes para mantener una o varias casas o inmuebles, según sea el caso, no cambiar de carro, o no adquirir uno, pagar colegiaturas o seguros de gastos médicos. Sin embargo, me parece que los actuales datos económicos del país no avalan la narrativa anti 4T que esgrimen los del frente opositor, señalando que el país está en un despeñadero. La evidencia dice lo contrario y, por consiguiente, difícilmente se podrá contagiar y extender el miedo con este argumento.
En segundo lugar, está el gasto cultural que tiene que ver con la información y la recreación. Este rubro si me parece susceptible de ampliarse debido al tema de inseguridad que todos los días se promueve en la mayor parte de los medios corporativos y en las redes sociales alineadas al frente opositor. Este miedo no solo está asociado a la inseguridad y la violencia, sino también a la supuesta agresión a nuestra democracia, instituciones y estado de derecho por parte de AMLO y Morena. Hasta ahora es el tema central de su campaña y, todo parece indicar, que es en donde van a concentrar sus baterías.
En tercer lugar, está el gasto relacional o social vinculado al mantenimiento de vínculos. La evidencia empírica habla de un floreciente auge en el gasto de este rubro: los restaurantes del Ciudad no solo están llenos, sino que se convive cada vez más frecuentemente con extranjeros y los gastos en la compra de regalos no ha disminuido. Incluso en las colonias populares han proliferado changarros, cocinas, bares, cafés, etc.
En cuarto lugar, está el gasto simbólico que tiene que ver con el dinero que se invierte en el oufit, vestuario e imagen personal. Difícilmente se puede construir una narrativa de medio sobre estos dos últimos rubros, fundamentales para las clases medias. Tan solo recordemos que en 2023 la confianza del consumidor en México tuvo su mejor cierre del año desde que se tiene registro, 46.81%, no es poca cosa.
La sensatez a conseja no cantar victoria antes de tiempo. El PRI, PAN y PRD no la tiene fácil, pero remontaron en la CDMX en la elección pasada. Su actual apuesta electoral es que todo el 280% de la población que se siente agraviada por López Obrador salga a votar el 2 de junio, como sucedió en el 2021 en que, por ejemplo, en la alcaldía Benito Juárez salió el 63.74% de la lista nominal a sufragar en favor del PAN o en la Miguel Hidalgo en donde se registró una participación del 60.79%. Es altamente probable que ese fenómeno se repita, por lo menos en algunos centros urbanos como el de la CDMX. La otra parte de esta estrategia está más difícil, pues para ganar la elección el frente opositor requiere que los pro 4T se queden en sus casas y no vayan a votar, como sucedió en el 21 en el que, por ejemplo, el bastión de Morena, Iztapalapa, tuvo la segunda menor participación electoral en la Ciudad: 45.45%, 18.29 puntos porcentuales menos de participación que en el bastión del PAN. Como decían las abuelitas, del plato a la boca, se cayó la sopa.
Al parecer el PAN, PRI y PRD están convencidos de que el único camino para competir con Morena es incendiar la pradera con miedo y odio. Por lo pronto, hay que echarle leña a la hoguera para que no mengue y mucho menos se apague. En fin, la “Marcha por nuestra democracia”, programada para el 18 de febrero, será un buen termómetro para medir que tanto combustible trae el frente opositor. Y el 2 de junio sabremos con certeza qué están pensando las famosas clases medias.
Enero 2024
https://www.amai.org/NSE/index.php?queVeo=preguntas
https://www.enkoll.com/publicaciones
https://www.inegi.org.mx/contenidos/investigacion/cmedia/doc/cm_desarrollo.pdf
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