Javier Milei no es una anormalidad. Es la llegada tarde a Argentina del populismo de derecha. Algo que, erróneamente, muchos llaman la “ultraderecha” o el neoliberalismo.
Como en casi todo, América Latina llega tarde a una tendencia que irrumpió la década pasada en Estados Unidos y en Europa, con Donald Trump a la cabeza.
Somos, eso sí, expertos en populismo de izquierda. Ahí estuvieron Rafael Correa, Evo Morales, Cristina Fernández de Kirschner y, por supuesto, el representante por excelencia: Hugo Chávez, responsable de la mayor tragedia económica en la historia del continente.
¿Quién es populista? El que ofrece soluciones fáciles a problemas complejos. Recetas simples, casi mágicas, destinadas a fracasar en la vida real porque son imposibles de realizar aunque sean muy populares. Llegan al poder ahora más que nunca antes porque las redes sociales y el internet rompieron el monopolio de la información que los medios de comunicación imponían y con el cual cerraban el paso a quienes consideraban indignos de su cobertura.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), de México, se cuece aparte bajo esa definición porque fueron pocas sus propuestas irrealizables. Mayormente ofreció en campaña esloganes y sentimientos, más que propuestas concretas. “Abrazos, no balazos”; “primero los pobres”; “acabar con la corrupción”. Nada irrealizable, porque no son cosas medibles, cuantificables.
Javier Milei, desde mi punto de vista, es un caso similar. Parece “radical”, “ultra”, “anarco capitalista”, como él mismo se llama. Sin embargo, ninguna de sus propuestas es irrealizable. Está en el lado contrario del espectro político de AMLO –un creyente del estatismo–, pero no promete cosas imposibles, aunque las diga con una estridencia que lo haga parecer loco. Es un populista de forma; está por verse si lo será de fondo.
Dada la efectividad de este estilo llamativo y disruptivo, sorprende que México sea el único gran país Latinoamericano sin “populismo” de derecha. Bolsonaro tuvo su oportunidad en Brasil y Milei ahora llega a Argentina. ¿Por qué en México no hay una derecha populista?
No hay un Milei en México
Javier Milei y Jair Bolsonaro son personajes polarizantes, histriónicos a niveles que Xóchitl Gálvez, candidata presidencial de la “derecha” mexicana, no ha llegado ni llegará nunca. Gálvez dice groserías de vez en cuando y le gusta moverse en bicicleta, pero ese comportamiento no es disruptivo y menos aun lo son sus propuestas.
Jaime Rodríguez El Bronco, ex gobernador de Nuevo León, encajaba más en ese perfil. Abiertamente decía que los estados de sur del país eran flojos y que a los delincuentes había que cortarles la mano. Pero sus “propuestas” llegaron en un momento en que el país no buscaba un cambio hacia la derecha, sino hacia la izquierda.
El contraste con lo que los mexicanos estaban hartos era con la corrupción proveniente de un PRI, el del ex presidente Enrique Peña Nieto, más identificado con la “derecha” que con la izquierda. Los populistas son atractivos porque parecen héroes del pueblo contra las élites que los dominan y nadie representaba mejor esa figura que López Obrador.
AMLO entendió como nadie que la gente estaba harta de que le hablaran de democracia, derechos humanos y Estado de Derecho, conceptos abstractos que nada le decían ante problemas muy reales como la inseguridad.
En ese sentido, López Obrador fue el outsider que los votantes buscaban. El que rompería con la élite prevaleciente. La única forma en que otro outsider podría hacer lo mismo ahora es con una figura más polarizante que la de AMLO; un vendaval que ofrezca destruir las cosas que el actual presidente mexicano hace y que no caen bien a la mayoría de los mexicanos: “abrazos” como política de seguridad; programas sociales a quienes no estudian ni trabajan; gasto en apoyo a migrantes y a países aliados como Cuba y Nicaragua, entre otras medidas.
Ya es muy tarde para usar el populismo de derecha en esta elección de 2024. Los votantes no saben siquiera dónde ubicar a Xóchitl Gálvez en términos ideológicos. Ella misma se asume, de hecho, como de izquierda. Samuel García, el candidato de Movimiento Ciudadano, está más a la “derecha” que Gálvez por su origen no humilde, pero carece de las ideas y las formas que lo harían un buen populista. Eduardo Verástegui, aspirante religioso que no logró el registro, fue siempre irrelevante; lo único llamativo de su persona era su abstinencia sexual.
México será un país libre de populismo de derecha otros seis años. Pero las cosas podrían cambiar en 2030, sobre todo si Claudia Sheinbaum, como parece, está dispuesta a impulsar aun más una agenda de izquierda “buenaondita” –como diría AMLO– que la mayoría de la población repulsa, como la ideología de género que ha derivado en una Ley Mordaza contra quien ose criticar a una mujer en el poder. Está por verse.