ITHACA, NUEVA YORK – En estos tiempos tumultuosos, a menudo parece como si una conmoción eclipsara rápidamente a otra. Antes de que se pueda resolver un problema, surge otra crisis. Hace apenas unas semanas, la guerra en Ucrania dominaba los titulares, pero desde entonces el reciente estallido de violencia entre Israel y Hamás ha ocupado un lugar central.
Sin duda, en tiempos de crisis, nuestro instinto es concentrarnos en extinguir el fuego que está más cerca de nosotros. Pero es igualmente crucial comprender y abordar las causas profundas para que tengamos menos incendios que combatir.
A medida que las fuerzas populistas han polarizado el electorado y profundizado las divisiones sociales en todo el mundo, el clima político global se ha vuelto cada vez más volátil. Si bien determinar las causas de este cambio sin duda llevará algún tiempo, se podría argumentar que el rápido avance de las tecnologías digitales, la globalización desenfrenada y la creciente desigualdad han transformado nuestros sistemas políticos y económicos, alimentando el malestar sociopolítico.
Si bien el debate sobre si la desigualdad económica ha aumentado en las últimas décadas aún continúa, la cuestión es discutible. Sabemos con certeza que la desigualdad económica global aumentó de manera constante entre 1820 y 1910. Desde entonces, ha fluctuado, y cualquier estimación depende de los métodos y métricas específicos que utilicen los investigadores. Pero los datos muestran claramente que las disparidades económicas han alcanzado niveles intolerables: el 1% más rico del mundo obtuvo el 38% del aumento de la riqueza global entre 1995 y 2021, en comparación con solo el 2% para el 50% más pobre.
Además, independientemente de la desigualdad general, es innegable que la concentración de la riqueza sigue aumentando. Entre 1995 y 2021, la riqueza mundial creció un 3,2% anual. Durante el mismo período, el 0,000001% más rico aumentó su riqueza un 9,3% anual.
Cuando las generaciones futuras miren el mundo actual, probablemente se sorprenderán por los niveles extremos de desigualdad e injusticia social que hemos tolerado, del mismo modo que nos horroriza la aceptación de prácticas como la esclavitud y el feudalismo por parte de nuestros antepasados. Pero, más allá de su inmoralidad inherente, las implicaciones políticas de las disparidades económicas actuales a menudo pasan desapercibidas. En esta era de conectividad digital y comercio globalizado, las concentraciones excesivas de riqueza socavan la democracia de dos maneras principales.
En primer lugar, la globalización de las finanzas y las cadenas de suministro ha permitido a los países ricos y poderosos afectar el bienestar de los ciudadanos mucho más allá de sus fronteras. Pero si bien los ciudadanos de Burkina Faso, por ejemplo, no pueden votar en las elecciones presidenciales estadounidenses, las decisiones tomadas por los presidentes estadounidenses afectan su vida diaria tanto como las de sus propios líderes, si no más. Imaginemos un escenario en el que sólo a los residentes del Distrito de Columbia se les permitiera votar en una elección presidencial estadounidense; un sistema así difícilmente podría llamarse democracia.
Esta dinámica sugiere que la globalización erosiona la democracia global. Sin embargo, no hay mucho que los países en desarrollo puedan hacer para desafiar la hegemonía estadounidense, dado que Estados Unidos no va a permitir que todo el mundo participe en sus elecciones presidenciales.
En segundo lugar, dado que la riqueza extrema a menudo se traduce en poder político, la concentración de la riqueza en unas pocas manos es un anatema para la democracia. Esto es particularmente evidente en la era de las grandes tecnologías, cuando los multimillonarios pueden obtener una enorme influencia en el discurso público al apoderarse de plataformas de medios críticas o manipular los resultados de búsqueda. Se puede esperar que los avances en la inteligencia artificial generativa nivelen el campo de juego en el sector tecnológico y ayuden así a frenar la desigualdad.
Como economista, reconozco el daño potencial que pueden causar intervenciones mal diseñadas. La historia está repleta de ejemplos de políticas bien intencionadas pero mal concebidas que buscaron reducir la desigualdad, sólo para resultar contraproducentes y sin darse cuenta reforzar la narrativa de la derecha de que toda intervención gubernamental es inherentemente problemática.
Sin embargo, al combinar intenciones morales con un diseño bien pensado, dichas políticas pueden generar beneficios significativos. En un artículo reciente del que fui coautor con mis alumnos Fikri Pitsuwan y Pengfei Zhang, exploramos las megaganancias generadas por las grandes empresas farmacéuticas y tecnológicas. Si bien imponer exenciones de patentes podría reducir el incentivo para innovar, de la misma manera que poner límites a las ganancias puede hacer que la producción caiga, es posible diseñar mecanismos que limiten las ganancias excesivas sin sacrificar la eficiencia. Una de esas estrategias es utilizar un impuesto a los productos básicos para limitar las ganancias de un grupo de empresas, como todas las grandes empresas tecnológicas. Al aumentar la competencia dentro del grupo, esta intervención puede neutralizar el incentivo para recortar la producción.
También debemos reconocer que más allá de cierto umbral, lo que más importa a las personas, incluidos los más ricos, es la desigualdad relativa y no absoluta. Por lo tanto, podemos imponer impuestos significativos a los ricos sin reducir sus incentivos, siempre que mantengan su posición relativa. En otras palabras, mientras multimillonarios como Elon Musk y Jeff Bezos comprendan que los impuestos no alterarán su clasificación entre las personas más ricas del mundo, seguirán motivados para aumentar sus ganancias y el resto de nosotros cosecharemos los frutos de sus esfuerzos.
En resumen, los neoliberales se equivocaron: perseguir una mayor igualdad sin reducir los incentivos es totalmente factible. Al mitigar la desigualdad y frenar la enorme influencia de unos pocos individuos ultraricos, podemos establecer una sociedad más justa. Si queremos salvar la democracia, no podemos darnos el lujo de esperar.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/extreme-inequality-undermines-global-democracy-by-kaushik-basu-2023-10
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