TOKIO – Tras la última cumbre del G20, celebrada en Nueva Delhi a principios de este mes, ya no hay ninguna duda sobre la posición central de India en la política de poder mundial. Pero los interrogantes sobre el propio G20 están ganando fuerza.
El logro de India con este G20 es indiscutible. El primer ministro Narendra Modi, anfitrión de la cumbre, consiguió que se acordara un comunicado conjunto no en el último momento, como suele ocurrir en las cumbres multilaterales, sino el primer día. Esto es especialmente notable dadas las profundas divisiones entre los miembros del G20 por la guerra en Ucrania. Muchos se preguntaban si habría un comunicado final.
La línea divisoria es evidente. Occidente quiere adoptar una línea dura sobre la invasión rusa de Ucrania, mientras que China y otros países amigos de Rusia quieren evitar cualquier condena directa de las acciones del Kremlin. En la cumbre del G20 del año pasado se impuso la perspectiva occidental: la declaración final deploraba “en los términos más enérgicos la agresión de la Federación Rusa contra Ucrania” y exigía a Rusia “la retirada completa e incondicional” del territorio ucraniano.
Pero este año, a pesar de la ausencia del Presidente ruso Vladimir Putin y del Presidente chino Xi Jinping, la declaración final fue mucho más vaga. “De conformidad con la Carta [de las Naciones Unidas], todos los Estados deben abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza con fines de adquisición territorial contra la integridad territorial y la soberanía o independencia política de cualquier Estado. El uso o la amenaza del uso de armas nucleares es inadmisible”. No se menciona explícitamente a Rusia.
El G7, la Unión Europea y sus aliados afirman que aceptaron esta redacción más suave -que algunos han calificado de “rebaja”- en aras de alcanzar un consenso mundial y conseguir que Rusia respete el derecho internacional. Pero su verdadera motivación era probablemente dar a Modi una victoria, para que pudiera apuntalar el apoyo interno, al igual que hizo el primer ministro japonés, Fumio Kishida, tras la cumbre del G7 de este año en Hiroshima. Sin duda, los líderes occidentales esperan que Modi utilice su posición reforzada para inclinar la balanza de poder mundial a su favor.
Tal y como están las cosas, India tiene vínculos evidentes -y, en cierto modo, cada vez más profundos- con sus rivales occidentales. Para empezar, es miembro del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) -que recientemente decidió admitir a seis nuevos países (Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos)- y de la Organización de Cooperación de Shanghai, creada por China y Rusia en 2001.
Además, India participó el año pasado en los ejercicios militares Vostok en el Lejano Oriente ruso. Y se ha abstenido en las resoluciones de la Asamblea General de la ONU que condenan la invasión rusa de Ucrania, quizá debido a su compromiso pasado con el socialismo de estilo soviético y a su actual dependencia del equipamiento militar ruso.
Pero India también defiende los valores democráticos occidentales. Es miembro del diálogo de seguridad estratégica Quad -junto con Australia, Japón y Estados Unidos- y ha ido aumentando gradualmente sus compras de armas de fabricación estadounidense. Cuando Modi visitó Estados Unidos a principios de año, fue recibido calurosamente por el presidente estadounidense Joe Biden.
Por el momento, a India le conviene permanecer en la valla entre la alianza democrática liderada por Occidente y el bando autoritario liderado por Rusia y China. Pero tarde o temprano, probablemente tendrá que elegir un bando. Ya hay quien pide a India que abandone el BRICS ampliado, ya que esta agrupación estará cada vez más dominada por China y será cada vez más hostil hacia Occidente.
En cualquier caso, el éxito de la presidencia india del G20 no significa que el propio G20 siga siendo eficaz. Al contrario, el grupo parece haber perdido el rumbo.
El G20 surgió como un mecanismo de gestión de crisis. Desde el principio, destacó por una característica importante: la influencia de los miembros está mucho más alineada con su peso económico que en el caso de otros organismos, como el Fondo Monetario Internacional. Aunque las cuotas del FMI están estrechamente vinculadas a la proporción de votos y se basan principalmente en el PIB de cada miembro, las revisiones de la ponderación siempre van por detrás de la realidad. Como resultado, los países de alto crecimiento, como los asiáticos, tienden a estar infrarrepresentados.
Esta fue una fuente de considerable frustración tras la crisis financiera asiática de 1997-98, cuando se creó la reunión de ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del G20, y fue una de las razones por las que la reunión de líderes del G20 -cuyos participantes se seleccionaron en función del PIB, con pequeños ajustes para mejorar la representación geográfica- se convirtió en el foro que lideró la respuesta a la crisis financiera mundial de 2008.
En aquellas primeras reuniones, los líderes del G20 estaban unidos por un objetivo común. Rápidamente acordaron reforzar la cooperación financiera, rechazar el proteccionismo (en aras del crecimiento mundial) y aumentar los recursos financieros del FMI. En 2010, los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del G20 acordaron duplicar las cuotas del FMI, distribuyendo más entre las economías de mercado emergentes. Con ello, el G20 se convirtió en el “comité de dirección” de la economía mundial.
El mero tamaño del G20 -que representa el 85% del PIB mundial- significa que, cuando se puede alcanzar un consenso, está bien equipado para impulsar el cambio. Pero como es difícil llegar a un acuerdo generalizado, las reuniones pueden convertirse fácilmente en meras fotos, y la mayor parte de la acción tiene lugar en reuniones bilaterales al margen.
En la actualidad, el G20 no sólo carece de una visión común, sino que se está viendo socavado por profundas divisiones, incluso hostilidades, entre los Estados miembros. Por ejemplo, China ha intentado, sin éxito, impugnar la presidencia estadounidense del G20 prevista para 2026. Si a esto añadimos la decisión de Xi y Putin de no asistir a la cumbre de este año, parece claro que el G20 ha dejado de ser una prioridad para algunos miembros clave. Su mandato como principal organización mundial de respuesta a las crisis podría estar llegando a su fin.
Tras la última cumbre del G20, el G7 debería pensar seriamente en profundizar sus propios lazos con más países no alineados. Si la guerra de Ucrania se prolonga, y si China sigue amenazando con tomar Taiwán por la fuerza, el G20 se dividirá entre amigos de los BRICS y amigos del G7. ¿Dónde aterrizará India cuando por fin se vea obligada a bajarse de la valla?
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/g20-summit-deep-divisions-india-success-by-takatoshi-ito-2023-09
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