Hay que reconocer que el desmoronamiento del PRI ha sido un proceso paulatino, anticlimático y aburrido. Lejos de los escenarios públicos y de las batallas electorales, se ha pulverizado poco a poco tras bambalinas, en los conciliábulos de jerarcas con sus respectivos gurús. El último puño del PRI se hizo polvo el pasado de 30 de agosto 2023 cuando su dirigencia abandonó la competencia por la candidatura presidencial para el 2024.
El PRI germinó y se marchitó merced a sendos acuerdos cupulares. Más que por ADN democrático, el PRI está constituido por el gen burocrático. Su nacimiento lo anunció el presidente Plutarco Elías Calles en su discurso del 1 de septiembre de 1928, en ocasión de la apertura de sesiones del Congreso de la Unión, cuando apuntó la necesidad de pasar de un país de caudillos a otro de instituciones. Siete meses después, el 4 de marzo de 1929, se constituiría el Partido Nacional Revolucionario, PNR, con el expreso propósito de hacer realidad el ideario de la Revolución Mexicana consagrado doce años antes en la Constitución de 1917. Desde el poder se aglutinó a la mayoría de las facciones revolucionarias sobrevivientes de la lucha armada con la promesa de distribuir el poder político entre ellas y orientar el ejercicio de gobierno para hacer realidad el ideario revolucionario: educación pública, laica y gratuita, reparto de la tierra, derechos laborales, separación de la iglesia y el Estado, entre otros.
Después de la ruptura con Calles, en 1938 el presidente Lázaro Cárdenas impulsó la transformación del PNR en Partido de la Revolución Mexicana, PRM, con el inequívoco objetivo de impulsar y consolidar la agenda social del movimiento revolucionario. Proclamó la educación socialista, nacionalizó el petróleo, realizó uno de los mayores repartos agrarios y mantuvo a raya a la iglesia. Las reacciones en contra no se hicieron esperar. En 1937 nace la Unión Nacional Sinarquista y dos años después el Partido Acción Nacional, PAN, para oponerse frontalmente al programa social de la Revolución Mexicana: a la educación pública, al reparto agrario, a los derechos de los trabajadores y a la separación de la iglesia con el Estado. La reacción detuvo una eventual radicalización del movimiento revolucionario, pero no su consolidación.
Con la orientación social arraiga en el Estado mexicano, en 1946 el presidente Manuel Ávila Camacho ajustó nuevamente al partido de Estado, PMR, para darle un cariz más administrativo que revolucionario: nació el Partido de la Revolución Institucional, PRI. El oxímoron revolución institucional expresa una nueva etapa del país de relativa estabilidad, sacudida ocasionalmente por eventos como la nacionalización de la industria eléctrica en 1960, las huelgas de médicos, ferrocarrileros, el 68, y la nacionalización bancaria en el 82, por recordar algunos sucesos significativos.
Paralela a los cambios cupulares, se fue forjando una militancia identificada con las banderas de la Revolución Mexicana. Campesinos agrupados en la Central Nacional Campesina, CNC, trabajadores en la Confederación de Trabajadores de México, CTM, clases populares, que no medias, Confederación Nacional de Clases Populares, CNOP, y el movimiento territorial alimentaron al ejército electoral más grande e imbatible que hasta ahora se haya conocido en la historia del país.
En el PRI hubo varias agitaciones internas para su democratización, algunas de las cuales acabaron en tragedia como la del avionazo de Carlos Madrazo en 1969. El terremoto que dividió definitivamente al PRI empezó en 1985 con la corriente democratizadora. Se confrontaron dos visiones antagónicas. De un lado, la visión histórica, nacionalista y social encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, frente al sueño modernizador y neoliberal encabezada por Carlos Salinas de Gortari.
Con la imposición de Salinas arranca la etapa del nuevo PRI que se caracteriza por meter reversa a los postulados sociales que impulsó en sus gestiones anteriores. Se abrieron espacios de participación política a la iglesia, se privatizaron bancos, ferrocarriles, empresas del estado, tierras ejidales, se introdujo el outsourcing, se permitió y alentó la participación privada en la industria petrolera y en la eléctrica, se privilegió la educación privada en detrimento de la pública. En síntesis, las gestiones del nuevo PRI de 1988 a 2018 se orientaron, de la mano del PAN, a sustituir la dimensión social de la Constitución del 1917, por el predominio de los intereses empresariales de acuerdo con los preceptos neoliberales. El último pataleo social del PRI se dio en 2001, cuando se opuso a la propuesta del PAN de extender el IVA a alimentos y medicinas.
Durante muchos años la nomenclatura del PRI negó su afinidad con el PAN. Los primeros indicios del amasiato se dieron en 1989 con el reconocimiento del triunfo panista en Baja California y en 1991 con la primera concertacesión para entregar la gubernatura de Guanajuato a un panista, a costa de la victoria electoral de un priista. Desde entonces las evidencias se ha acumulado llegando hasta el cogobierno PRI-PAN que se dio durante la gestión de Peña en el marco del Pacto por México.
En la etapa del nuevo PRI, el PAN no ha cambiado de preceptos ideológicos ni de plataforma programática. El PAN votó contra de la pensión universal a los adultos mayores, se opone sistemáticamente a toda reforma constitucional que intenta matizar el andamiaje jurídico emanado del Pacto por México. La gobernadora panista de Chihuahua es consecuente con la historia de su partido cuando se ampara contra los libros de texto, lo inconsecuente con la historia de su partido es el amparo promovido por el gobernador priista de Coahuila.
La cereza de la disolución del PRI es su abdicación para ni siquiera pelear por la nominación de una candidatura propia para la presidencia de la República. Por primera vez en 95 años, el PRI no presentara un candidato propio para la presidencia de la República en 2024. Se antoja difícil que militantes tradicionales del PRI voten por una abanderada del PAN, el partido que han combatido, pero, sobre todo, que siempre ha cuestionado los derechos sociales que ganaron como secuela de la lucha revolucionaria. Con más pena que gloria, sin estridencia alguna, las cúpulas de la burocracia del PRI se tardaron 35 años en pulverizar al partidazo. Evidentemente el desmoronamiento del PRI paso desapercibido, nadie lo comenta, nadie se extraña.
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