WASHINGTON, DC – La reciente cumbre de los BRICS en Sudáfrica marca el inicio de una nueva fase de la competencia entre las grandes potencias. A instancias aparentemente de China, el grupo BRICS (que también incluye a Brasil, Rusia, India y Sudáfrica) invitó a otros seis países a unirse: Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Según algunas mediciones, la producción económica de este grupo ampliado rivalizará con la del G7 (los principales países desarrollados: Estados Unidos, Canadá, Japón, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia).
Según declaraciones públicas del presidente ruso Vladimir Putin y, lo que es más importante, del presidente chino Xi Jinping, el objetivo es construir un grupo que pueda hacer frente a la influencia occidental y crear los cimientos de un orden internacional alternativo, con menos dependencia del dólar estadounidense.
No cabe duda de que este esfuerzo recibirá mayor atención el año que viene, especialmente cuando los miembros ampliados se reúnan por primera vez en octubre de 2024 (en Kazán, Rusia). Pero es poco probable que el BRICS+ reconfigure el mundo, por tres razones.
En primer lugar, no hay que exagerar el grado de interés común entre sus miembros. India tiene sobradas razones (basadas en gran parte de la historia reciente) para no querer que China se haga demasiado poderosa. Y cualquier grupo que incluya productores de petróleo y gas (Brasil, Rusia, Irán, Arabia Saudí y EAU) e importadores de energía tiene una línea de fractura fundamental. Por ejemplo, Sudáfrica, donde la escasez de energía (y los continuos cortes de electricidad) están teniendo graves efectos negativos en la economía, no tiene ningún interés en pagar más por la energía; pero la venta de petróleo al mundo es lo que mantiene a flote las finanzas públicas de los productores de petróleo y gas.
En segundo lugar, la idea de sustituir el dólar por otras monedas para el comercio y las transacciones financieras existe desde hace décadas. El problema es que no se puede sustituir algo por nada. Si la alternativa pasa por el renminbi chino, habrá que tener mucha fe en la economía china, que actualmente parece más que inestable. Cuando las cosas se pongan difíciles, ¿permitirán realmente las autoridades chinas que los extranjeros vendan sus tenencias de renminbi sin restricciones?
En tercer lugar, cualquier alianza con Rusia está plagada de peligros. El liderazgo de Rusia parece inestable e impredecible. En lugar de dar marcha atrás en su guerra de agresión contra Ucrania, Putin parece decidido a seguir perturbando los mercados mundiales de la energía (perjudicial para los importadores de energía) y de cereales (muy perjudicial para países como Egipto).
La invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia ha sido un desastre para ambos países, pero Putin es el tipo de dictador que no puede admitir un error. La actual cascada de golpes de Estado en toda África nos recuerda (y le recuerda a él) cómo acaban esos regímenes.
Durante siglos, la competencia entre las grandes potencias se basó en el imperio formal (gobernar otros países) y en ejercer el control de facto por medios militares, sobornos y relaciones comerciales desiguales. Desde principios del siglo XVIII hasta la década de 1940, el Imperio Británico lideró el mundo con ambos tipos de maquinaciones, pero otros países europeos también tenían sus esferas de influencia.
El sistema mundial cambió tras la Segunda Guerra Mundial, porque Estados Unidos tomó el relevo como primera potencia industrial occidental, decidido a sustituir el imperio formal por unas relaciones comerciales mucho más igualitarias. Sin duda, sigue habiendo muchas quejas sobre la equidad de ese sistema. Pero a Europa Occidental le fue bien, y países como Japón, Singapur, Corea del Sur y (en las últimas décadas) China prosperaron bajo un sistema de comercio internacional relativamente abierto que fomentaba las exportaciones de productos manufacturados de los países con salarios más bajos a los mercados de altos ingresos. El bloque alternativo de posguerra de la Unión Soviética, basado en el control militar sobre Europa del Este, se desmoronó en 1989, dos años antes de la desaparición de la propia Unión Soviética.
Sin embargo, la última fase de la competencia entre las grandes potencias tiene mucho más que ver con la tecnología que con el comercio. En retrospectiva, este cambio comenzó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los británicos compartieron desarrollos clave (en particular el radar y las primeras ideas sobre las armas atómicas), y el Proyecto Manhattan de los estadounidenses llegó más lejos y más rápido de lo que nadie hubiera podido imaginar. Los ordenadores digitales, los chips semiconductores, los aviones a reacción, los medicamentos y vacunas que salvan vidas e Internet proceden todos de Occidente (impulsados en gran medida por las inversiones del gobierno estadounidense).
En octubre de 1957, la Unión Soviética conmocionó al mundo con el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik. Pero su sistema rígido y represivo no pudo sostener suficiente creatividad ni convertir las buenas ideas en productos que la gente quisiera (aparte de armas).
Ahora China quiere disputar a Occidente el liderazgo en nuevas tecnologías, con vistas a reforzar el control social mediante una combinación de inteligencia artificial y vigilancia. Esta, y no la expansión de los BRICS, es la verdadera amenaza potencial para Occidente.
En Washington se está produciendo un activo debate bipartidista, liderado por el líder de la mayoría del Senado estadounidense, Chuck Schumer, sobre cuánta IA queremos desarrollar y con qué garantías. Esto es saludable y probablemente conducirá a mejores resultados (aunque sin duda con imperfecciones en términos de protección de los consumidores, junto con las preocupaciones actuales sobre la pérdida de puestos de trabajo).
En cambio, en ese país no se permite un debate abierto sobre las tecnologías que China quiere desarrollar y cómo dirige la innovación. Como ocurrió durante la Guerra Fría, un sistema rígido y represivo puja por liderar el mundo en la creación, aplicación y difusión del conocimiento.
¿Tendrá éxito China donde fracasó la Unión Soviética? Mientras Occidente siga fomentando la innovación -y gestione esa innovación de forma responsable- es poco probable que China triunfe. En este sentido, Occidente controla su propio destino.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/great-power-competition-about-technological-leadership-by-simon-johnson-2023-09
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