NUEVA YORK – Estados Unidos y China siguen en rumbo de colisión. La nueva guerra fría entre ambos países puede llegar a encenderse por la cuestión de Taiwán. La “trampa de Tucídides”, en la que una potencia emergente parece destinada a chocar con un hegemón en el poder, se cierne ominosamente. Pero aún es posible evitar una escalada de las tensiones sino-estadounidenses, por no hablar de una guerra, evitando al mundo las catastróficas consecuencias que inevitablemente se derivarían.
Siempre habrá al menos algunas tensiones cuando una potencia emergente desafía a la potencia mundial predominante. Pero China se enfrenta a Estados Unidos en un momento en el que el poder relativo de este país puede estar debilitándose y en el que está decidido a evitar su propio declive estratégico. Por ello, ambas partes se están volviendo cada vez más paranoicas sobre las intenciones de la otra, y la confrontación ha suplantado en gran medida a la sana competencia y la cooperación. Ambas partes tienen parte de culpa.
Bajo la presidencia de Xi Jinping, China se ha vuelto más autoritaria y ha avanzado más hacia el capitalismo de Estado, en lugar de adherirse al concepto de Deng Xiaoping de “reforma y apertura”. Además, la máxima de Deng, “esconde tu fuerza y espera tu momento”, ha dado paso a la asertividad militar. Con una política exterior cada vez más agresiva, las disputas territoriales entre China y varios vecinos asiáticos se han agravado. China ha intentado controlar los mares de China Oriental y Meridional, y cada vez está más impaciente por “reunificarse” con Taiwán por todos los medios.
Pero Xi ha acusado a EE.UU. de seguir su propia estrategia agresiva de “contención, cerco y supresión integrales”. Por otra parte, muchos en Estados Unidos temen que China pueda desafiar la hegemonía estratégica estadounidense en Asia, un factor decisivo en la relativa paz, prosperidad y progreso de la región desde la Segunda Guerra Mundial.
Los dirigentes chinos también temen que Estados Unidos ya no esté comprometido con el principio de “una sola China” que ha sustentado las relaciones sino-estadounidenses durante medio siglo. Estados Unidos no sólo se ha vuelto menos “ambiguo estratégicamente” respecto a la defensa de Taiwán, sino que ha avivado los temores chinos de contención reforzando sus alianzas indo-pacíficas mediante el pacto AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos), la Cuádruple Alianza (Australia, India, Japón y Estados Unidos) y el pivote asiático de la OTAN.
Un primer paso para evitar una colisión es reconocer que algunas de las preocupaciones reinantes son excesivas. Por ejemplo, la ansiedad de Estados Unidos ante el ascenso económico de China recuerda su actitud ante el ascenso de Alemania y Japón hace décadas. Después de todo, China tiene importantes problemas económicos que podrían reducir su crecimiento potencial a sólo un 3-4% anual, muy por debajo de la tasa de crecimiento anual del 10% que alcanzó en las últimas décadas. China tiene una población envejecida y un desempleo juvenil por las nubes; elevados niveles de endeudamiento tanto en el sector privado como en el público; una inversión privada a la baja como consecuencia de la intimidación del partido gobernante; y un compromiso con el capitalismo de Estado que obstaculiza el crecimiento de la productividad total de los factores.
Además, el consumo interno chino se ha debilitado, debido a la creciente incertidumbre económica y a la falta de una amplia red de seguridad social. Con la deflación en ciernes, China debe preocuparse ahora por la japonización: un largo periodo de crecimiento perdido. Como tantos otros mercados emergentes, podría acabar cayendo en la “trampa de la renta media”, en lugar de alcanzar el estatus de economía de renta alta y convertirse en la mayor economía del mundo.
Aunque Estados Unidos puede haber sobrestimado el potencial ascenso de China, también puede haber subestimado su propio liderazgo en muchas de las industrias y tecnologías del futuro: inteligencia artificial, aprendizaje automático, semiconductores, computación cuántica, robótica y automatización, y nuevas fuentes de energía como la fusión nuclear. China ha invertido significativamente en algunas de estas áreas en el marco de su programa “Made in China 2025”, pero su objetivo de lograr el dominio a corto plazo en diez industrias del futuro parece ahora descabellado.
Los temores estadounidenses a que China domine Asia también son excesivos. China está rodeada por casi 20 países, muchos de los cuales son rivales estratégicos o “frenemigos”; la mayoría de los pocos aliados que tiene, como Corea del Norte, son una sangría para sus recursos. Aunque se suponía que su Iniciativa del Cinturón y la Ruta debía hacer nuevos amigos y crear nuevas dependencias, se está encontrando con muchos problemas, entre ellos proyectos masivos fallidos (elefantes blancos) que están provocando impagos de deuda. Por mucho que China quiera dominar el Sur Global y sus “swing states” internacionales, muchas potencias medias se resisten y contrarrestan esta ambición.
Estados Unidos ha impuesto, con razón, algunas sanciones para mantener tecnologías clave fuera del alcance de los militares chinos y frustrar el afán de China por dominar la inteligencia artificial. Pero debe tener cuidado de limitar su estrategia a la reducción de riesgos, más que a la desvinculación, aparte de cierta desvinculación tecnológica necesaria y límites a la inversión directa en China y Estados Unidos. Mientras determina qué sectores incluir en su enfoque de “patio pequeño y valla alta”, debe evitar ir demasiado lejos. Las sanciones comerciales que Donald Trump impuso a China se aplicaban a una amplia gama de bienes de consumo, y deberían eliminarse en su mayor parte.
En cuanto a Taiwán, Estados Unidos y China deberían intentar llegar a un nuevo entendimiento para desactivar la peligrosa escalada actual. El presidente estadounidense Joe Biden debería reafirmar claramente el principio de “una sola China” y realinear sus compromisos y declaraciones públicas con el principio de “ambigüedad estratégica”. Estados Unidos debería vender a Taiwán las armas que necesita para defenderse, pero no a un ritmo o escala que pueda provocar que China invada la isla antes de que su defensa “puercoespín” avance demasiado. Estados Unidos también debería dejar claro que se opone a cualquier movimiento taiwanés hacia la independencia formal, y debería evitar las visitas de alto nivel con líderes taiwaneses.
China, por su parte, debería detener sus incursiones aéreas y navales cerca de Taiwán. Debe dejar claro que una eventual reunificación será estrictamente pacífica y de mutuo acuerdo; debe dar nuevos pasos para mejorar las relaciones entre ambos lados del estrecho; y debe rebajar las tensiones con otros vecinos por disputas territoriales.
Tanto China como Estados Unidos deben aplicar políticas que reduzcan las tensiones económicas y geopolíticas y fomenten una cooperación saludable en cuestiones globales como el cambio climático y la regulación de la IA. Si no logran un nuevo entendimiento sobre las cuestiones que impulsan su actual enfrentamiento, acabarán colisionando. Ello conduciría inexorablemente a un enfrentamiento militar que destruiría la economía mundial y que podría incluso escalar a un conflicto no convencional (nuclear). Lo mucho que está en juego exige moderación estratégica por ambas partes.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/us-china-preventing-dangerous-collision-by-nouriel-roubini-2023-08
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