LONDRES – Cuando un político de derechas con inclinaciones autoritarias (pensemos en Donald Trump) corteja a un dictador genocida como Vladimir Putin, retrocedemos con desagrado pero no nos sorprendemos. Pero cuando un antiguo defensor de los derechos humanos y héroe de la clase obrera respalda a dictadores culpables de carnicerías abominables, a la sorpresa le sigue la aversión. Así es como me siento al ver al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, abrazar a Putin y al tirano venezolano Nicolás Maduro. El de Lula es un fracaso moral de proporciones espantosas.
Empecemos por su idilio con Maduro, que es menos conocido en todo el mundo. En una cumbre regional a finales de mayo, los activistas progresistas jadearon cuando Lula afirmó que las violaciones de los derechos humanos y las prácticas antidemocráticas en Venezuela son sólo una “construcción narrativa”. Esto en un país donde, según Human Rights Watch, “unidades policiales y militares han matado y torturado con impunidad en comunidades de bajos ingresos”, y “las autoridades acosan y persiguen a periodistas, defensores de los derechos humanos y organizaciones de la sociedad civil.”
Cuando otros líderes latinoamericanos protestaron, Lula pasó de lo político a lo personal. Recordemos que Lula fue juzgado y condenado por corrupción, e ingresó en prisión con una pena de 12 años hasta que su condena fue anulada por el Tribunal Supremo en una decisión que, según el Financial Times, “sigue siendo controvertida”. Las acusaciones contra Maduro, espetó Lula, eran “como las mentiras contra mí, que nadie consiguió probar”.
En otro tiempo, Lula podría haber considerado como prueba suficiente el informe sobre Venezuela del Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que documentaba “graves violaciones de derechos”. Ahora ya no.
Una vez perfeccionadas sus habilidades para mimar a un dictador, Lula pasó a Putin. Poco después de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, el entonces candidato Lula declaró a la revista Time que Putin y el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky tenían la misma responsabilidad en la guerra. Un año después, aún no ha cambiado de opinión.
Antes de la reciente cumbre Unión Europea-América Latina, Lula encabezó un grupo de países que primero vetaron una invitación a Zelensky y luego insistieron en que el comunicado no contuviera ninguna condena de la agresión rusa. Y eso después de haber invitado al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, a Brasilia, donde, como era de esperar, Lavrov agradeció a sus anfitriones brasileños su “clara comprensión” de la situación en Ucrania.
Lula se comporta así por la misma razón por la que los bebés se chupan los dedos de los pies: porque puede. En América Latina, varios gobiernos (Chile, Paraguay y Uruguay entre ellos) se oponen, pero ninguno de ellos es lo suficientemente grande o influyente como para desviar a Lula de su camino. Estados Unidos y los principales países europeos consideran indefendible su postura (“Brasil está repitiendo como un loro la propaganda rusa y china sin fijarse en absoluto en los hechos”, dijo el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos), pero tienen demasiadas cosas que hacer en otros lugares como para pelearse con Brasil.
Algunos sostienen que Brasil está tratando de hacerse un hueco para una política exterior “independiente” (léase: independiente de Washington, como demuestra no sólo la frialdad de Lula hacia Ucrania, sino también sus reiteradas críticas al papel del dólar como moneda de reserva mundial). Una política exterior independiente suena bien, pero ¿por qué tiene que incluir hacer la vista gorda ante las atrocidades? Francia y los países escandinavos, entre muchos otros, insistirían en que gestionan sus asuntos exteriores de forma autónoma, pero no tienen pelos en la lengua a la hora de condenar a Rusia por la carnicería que ha causado.
Otros afirman que Brasil está haciendo de pacificador al negarse a tomar partido e insistir en que se celebren conversaciones entre las partes enfrentadas. Pero decirles a los ucranianos que tienen que negociar ahora es como decirle a un hombre que está siendo atacado por un maníaco armado con un cuchillo que debe entablar un diálogo franco y fructífero con su agresor. Y la idea de que Brasil medie entre dos países al otro lado del mundo es sencillamente absurda. Cuando llegue el momento de las conversaciones, tal vez India ayude. Quizá Turquía o China envíen a un representante que pueda sentarse a la mesa. Pero… ¿Brasil? ¿en serio?
Otro punto de vista fantasioso es que Brasil lidera un Sur Global que ya no tolerará el colonialismo occidental. Hasta aquí, todo bien. Pero, ¿qué es la guerra de Putin sino un caso de colonialismo, en el que una potencia imperial se empeña en subyugar a un vecino más pequeño y anexionarse su territorio? ¿Hay imperialistas mejores que otros?
El presidente de Chile, Gabriel Boric, un tatuado ex activista estudiantil de 37 años y orgulloso izquierdista, no lo cree así. Boric se ha mostrado indignado por los mimos de Lula tanto a Maduro como a Putin. Negó públicamente que los abusos en Venezuela fueran sólo una “narrativa” y denunció la “agresión imperial” de Rusia en la cumbre UE-América Latina. “Hoy es Ucrania”, advirtió, pero “mañana puede ser cualquiera de nosotros”.
En respuesta, Lula volvió a hacerlo personal, diciendo a los medios que Boric se había expresado mal porque era su primera cumbre de la UE y probablemente estaba “un poco ansioso”. El espectáculo de Lula, de 77 años, despreciando a otro jefe de Estado 40 años menor que él, hizo estremecerse incluso a algunos de mis amigos de extrema izquierda.
La postura de Lula tiene sus raíces en la vanidad y la política interna. La vanidad surge de una visión de Brasil como actor global, pavoneándose en el escenario mundial en compañía de sus compañeros BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Pero comportarse como si Brasil pudiera ejercer un poder mundial comparable al de China, o incluso al de India, es pura locura. La pompa de la cumbre es agradable, pero la sustancia sigue siendo escasa.
Y el historial de los BRICS en la defensa de la paz y la no intervención no es precisamente estelar. Una de sus cumbres tuvo lugar justo después de que Rusia se anexionara ilegalmente Crimea. El mundo les rogó que desinvitaran a Putin. Se negaron.
La política es aún más mundana. La economía brasileña está creciendo este año más de lo que preveían los expertos, pero el escenario mundial de altos tipos de interés y bajo crecimiento (además de una deuda pública interna muy elevada) no augura nada bueno. Además, el partido de Lula no tiene mayoría parlamentaria, por lo que debe negociar la legislación con la oposición. Dadas las sombrías perspectivas en el país, las oportunidades de salir en la foto en el extranjero parecen especialmente atractivas.
Lula ha gozado de mucha buena voluntad internacional desde que volvió a la presidencia, pero sólo porque su predecesor, Jair Bolsonaro, era tan matón y antidemocrático. Lamentablemente, ahora Lula se asocia con tiranos que hacen que incluso el horrible Bolsonaro parezca bueno.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/why-lula-consorting-with-putin-and-maduro-by-andres-velasco-2023-08
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