ATLANTA – Tal vez el líder del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, haya cumplido con el papel que le asignaron cuando según dicen, se reunió con el presidente ruso Vladímir Putin en el Kremlin el 29 de junio. Pero más allá de esa artificiosa muestra de unidad, no habrá pasado desapercibido para el presidente chino Xi Jinping que el motín, extremadamente público, que Prigozhin protagonizó el mes pasado debilitó profundamente a los líderes rusos. Frente a la contraofensiva ucraniana y el aumento de las pérdidas rusas en el campo de batalla, la asociación «sin límites» de Xi con Putin se está convirtiendo rápidamente en un lastre militar para China.
Por supuesto, China insiste en que el abortado golpe de Estado del Grupo Wagner no puso en riesgo a la cooperación con el Kremlin. Apenas horas antes de que Prigozhin detuviera su marcha hacia Moscú, el Partido Comunista de China emitió una declaración según la cual consideraba que la revuelta era una cuestión interna. Las noticias sobre el levantamiento de Prigozhin fueron escasas en China, ya que los censores eliminaron de las redes sociales cualquier indicio de que alguien le hubiera bajado los humos a Putin. Los medios estatales reiteraron obedientemente el apoyo del régimen a Rusia, señalaron que la reacción de Occidente fue desmedida y declararon que la posición de Putin es segura.
Es comprensible que Xi mantenga esta fachada si tenemos en cuenta la frecuencia con la que se refirió extasiado a los vínculos entre China y Rusia, y su relación personal con Putin. Ambos se reunieron unas 40 veces en la última década y reconocieron reiteradamente que entienden al mundo de la misma manera. Putin lanzó la invasión contra Ucrania poco después de que Xi anunciara su «asociación sin límites», y las fotos que los mostraban dándose la mano durante la visita de Xi a Moscú en marzo —tres días después de que la Corte Penal Internacional acusara a al presidente ruso de crímenes de guerra y emitiera una orden para su arresto— transmitían que el vínculo entre ellos mantenía su solidez.
En el mundo multipolar que promueve China, Rusia sigue siendo clave para limitar a Estados Unidos y sus aliados. La «asociación estratégica integral» que anunciaron Xi y Putin en marzo abarca desde la cooperación para «desdolarizar» hasta la implementación de políticas análogas para Irán, Siria y África (donde las inversiones y el aumento de la injerencia chinas complementan a la creciente presencia militar y política rusa). Más allá de las consecuencias de la agresión rusa contra Ucrania, Xi enfatizó que la estrategia China para Rusia «no se modificará aunque la situación cambie […] independientemente de cuánto se modifique el panorama internacional».
Además, Xi está siempre pendiente de la estabilidad en su propio país. Nada le conviene menos a la economía china —que ya enfrenta vientos en contra cada vez más fuertes— que relaciones inestables con Rusia. La recuperación pos-COVID China sufre debido al decaimiento de la producción industrial, la debilidad de la demanda de consumo y la reducción de sus exportaciones. Aunque Rusia solo representa el 3 % del comercio chino, las transacciones bilaterales aumentaron el 30 % en 2022, y otro 41 % hasta mayo. China está comprando petróleo y gas rusos con importantes rebajas, y sus exportaciones ayudan a que Rusia pueda continuar con la guerra y mantener a flote la economía.
Además, Xi está profundamente comprometido con la cooperación militar chino-rusa. Durante su mandato se aceleraron las relaciones para la defensa después de que Rusia anexó a Crimea en 2014 e incursionó en Ucrania oriental, a pesar de las sanciones posteriores. Es posible que la cooperación bilateral para la defensa se haya amesetado desde 2020, pero China sigue beneficiándose porque puede acceder al armamento avanzado ruso y a los intercambios militares, además de a ejercicios conjuntos y los sistemas aéreos, navales y de alerta temprana de alta tecnología de ese país.
Pero, independientemente de la importancia de esos beneficios tangibles, China no puede ignorar los crecientes pasivos intangibles derivados de su vínculo con Rusia. Después de 16 meses de fracasos en el campo de batalla, la fuerzas armadas rusas han perdido el 50 % de su eficacia en combate, según las estimaciones del comando militar británico, y Estados Unidos calcula que tan solo desde diciembre Rusia sufrió más de 100 000 bajas.
Podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que los generales chinos están tanto sorprendidos como desilusionados por esos resultados. La última guerra en la que China combatió fue hace casi medio siglo, contra Vietnam. Las ilusiones que pudiera haberse hecho de adquirir nuevo conocimiento gracias a las tácticas exitosas de Rusia en Ucrania quedaron hechas añicos.
Los factores que explican los fracasos de Putin debieran preocupar a Xi de manera personal. Pensemos en las cadenas de mando en pugna y la continua reasignación de generales en Ucrania. Los altos mandos militares chinos deben estar preguntándose qué pueden esperar si surgen conflictos en el este asiático que requieran operaciones conjuntas con Rusia.
Aún sin la incompetencia y confusión del Kremlin, el Centro de Análisis Navales, financiado por el gobierno estadounidense, ha llegado a la conclusión de que Rusia y China aún deben recorrer un largo camino para lograr una asociación militar eficaz. Como están las cosas, «la implementación episódica de centros de operaciones conjuntos y el mutuo uso ocasional de las instalaciones militares siguen siendo las únicas muestras de cooperación militar avanzada».
Incluso más importante para Xi es que la confusa toma de decisiones rusa no se limita al campo de batalla. Como sugiere Mikhail Komin, del Fondo Carnegie, la tibia respuesta militar frente al golpe de Estado de Prigozhin pone en duda la lealtad de las fuerzas armadas. Xi ya conoce este problema: como parte de una amplia campaña anticorrupción en la década de 2010, supervisó una purga de la fuerzas militares chinas, ampliamente publicitada, para eliminar a sus competidores y críticos. Cabe preguntarse qué habrá pensado mientras el Grupo Wagner marchaba hacia Moscú mientras las fuerzas armadas rusas no hacían nada.
Indudablemente, China tiene sus propias ideas sobre Prigozhin y los líderes militares rusos específicos a quienes buscaba desafiar —concretamente, el ministro de defensa Sergei Shoigu y el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Valery Gerasimov—. Pero esos son apenas algunos de quienes participan en las luchas intestinas del Kremlin por puestos y privilegios.
Otros son sus respectivos predecesores, Anatoly Serdyukov y Nikolai Makarov. Hace una década, nos recuerda Komin, condujeron un programa de reforma para modernizar a la fuerzas militares que terminó dando de baja a aproximadamente el 80 % de los coroneles y al 70 % de los mayores del ejército ruso. Esa limpieza abrió las puertas a nuevos oficiales que no deben nada a quienes ocupan actualmente el poder, fueron desplegados a lo largo de los 11 husos horarios rusos y de un extremo a otro de la cadena de mando… nadie sabe a quiénes son leales.
De igual modo, queda por verse si la cuestionable integridad de la cadena de mando rusa afectará de manera fundamental al cálculo estratégico de Xi o sus planes para el mundo. Para Pekín, que los servicios de seguridad rusos, según se dice, hayan detenido al menos a 13 oficiales militares de alto rango y suspendido o despedido a otros 15 después de la revuelta de Prigozhin, solo puede ser motivo de preocupación. Por ahora, sin embargo, parece que Xi no puede dejar de lado ni siquiera a un Putin debilitado y humillado.
Traducción al español por Ant-Translation.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/xi-putin-no-limits-partnership-now-a-liability-by-kent-harrington-2023-07/spanish
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