BERLÍN – Desde fines de mayo, un escándalo #MeToo sacude los medios alemanes. Varias mujeres han acusado de diversas formas de abuso sexual a Till Lindemann, el sexagenario musculoso y amante del cuero que lleva la voz cantante en la banda de heavy metal Rammstein.
Una seguidora irlandesa de nombre Shelby Lynn asegura que la drogaron tras el escenario y que la «prepararon» para que tuviera sexo con Lindemann. Otras han hablado de encuentros sexuales no deseados a los que no pudieron negarse por estar muy intimidadas. Hay rumores de una infame «fila cero» cerca del escenario, en la que presuntamente reclutaban a mujeres jóvenes (como fue el caso de Lynn) para que le dieran gratificación a Lindemann después de los conciertos.
Hasta dónde todo esto es cierto lo está investigando la fiscalía de Berlín. La exesposa de Lindemann asegura que su exmarido ha tenido siempre una conducta caballerosa con las mujeres. Y más tarde, Lynn recalcó varias veces que Lindemann no la tocó.
Pero cualquiera sea la verdad, el caso Lindemann plantea una cuestión que se ha debatido mucho estos últimos años en los Estados Unidos y cada vez más en Europa: ¿hay que juzgar el arte por la conducta privada de su creador?
Ya es bastante común oír a los críticos denunciar las pinturas de Pablo Picasso por el sufrimiento que les causó a las mujeres de su vida. Un famoso crítico de cine declaró que ya no podía ver del mismo modo las películas de Woody Allen después de que acusaron al director, sin ninguna prueba, de abusar de su hija adoptiva de siete años. Las películas de Roman Polanski ya no se distribuyen en Estados Unidos porque en 1977 drogó y violó a una jovencita de trece años.
Picasso pintó potentes retratos de algunas de las mujeres a las que presuntamente maltrató. Una película de Allen presenta a un hombre maduro (interpretado por Allen) que se enamora de una adolescente. Sentir deseo sexual por una chica de diecisiete años es muy distinto de abusar de una niña de siete, pero la película suele citarse como prueba de que las acusaciones contra Allen tienen que ser ciertas. En cuanto a Polanski, ninguna de sus películas tiene conexión con el crimen que cometió en la vida real.
El caso de Lindemann y su banda es más complicado. La provocación y la violencia sexual son aspectos centrales de los conciertos de Rammstein (y de la poesía de Lindemann).
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes han hecho todo lo posible para repudiar la imagen del guerrero teutón, la del sádico uniformado y el éxtasis del extremismo colectivo. Cualquier cosa que recuerde el pasado brutal de Alemania es tabú en la pacífica y civilizada república democrática. La rebelión rocanrolera de Rammstein constituye una demolición teatral de algunos de estos tabús de la posguerra.
En los videos de Rammstein y en sus conciertos aparecen guerreros nórdicos, atrocidades en campos de concentración, torturas sexuales y porno duro. Hay semejanzas deliberadas con los espectáculos nazis de Albert Speer y con las películas propagandísticas de Leni Riefenstahl. Una canción (Pussy) ensalza el sexo duro. En otra (Deutschland) se habla de Übermenschen. Y Lindemann escribió un poema sobre tener sexo con una mujer dormida después de drogarla.
Puede decirse que dar expresión a los impulsos humanos oscuros es una parte de la creación artística (y de algunos deportes). Es más seguro representarlos en el escenario o en un estadio de fútbol que en la política (o en la guerra).
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/move-to-ban-german-heavy-metal-band-rammstein-by-ian-buruma-2023-07/spanish
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En la rutina de Rammstein hay mucho de ironía: el Tercer Reich representado en un acto operístico ensordecedor, no tanto para celebrar los demonios del pasado cuanto para exorcizarlos. Hay partes de pésimo gusto (revivir escenas de campo de concentración en un video), pero los seguidores de la banda en todo el mundo están fascinados con su mirada teatral de la culpa alemana: «¡Deutschland! / Mi corazón en llamas / ¡Quiero amarte y maldecirte!».
Rammstein ha atraído muchas críticas, pero la atmósfera sulfúrica del escándalo no hizo más que reforzar su popularidad. Al fin y al cabo, la idea era precisamente representar en el escenario el lado oscuro alemán.
¿Hay que pensar distinto después de las acusaciones a Lindemann? ¿Es su presunta mala conducta personal motivo para prohibir su música? En una encuesta que se hizo hace poco en Alemania, el 45% de los encuestados respondió que sí, y el 23% se mostró totalmente contrario. En tanto, 240 000 personas compraron entradas para los conciertos de junio en Múnich.
Incluso antes de la llegada del caso a la justicia, las acusaciones ya habían tenido otras repercusiones. La editorial que publicaba a Lindemann (Kiepenheuer & Witsch) lo descatalogó, aunque hace tres años no tuvo ningún problema en publicar «Cuando duermes», su poema más notorio. Airados activistas destruyeron las ventanas de la oficina de Rammstein en Berlín. Hay quien piensa que este caso llevará a la ruptura de la banda.
Hay algo que por cierto no se ve muy bien: la banda despidió de inmediato a la mujer presuntamente encargada de reclutar muchachas en la «fila cero». En tanto, los miembros de Rammstein negaron tener conocimiento alguno de que hubiera abusos en las fiestas que se organizaban después de los conciertos (en los últimos ya no hubo fila cero ni fiestas).
Hay muy buenos motivos para deplorar la rutina de Rammstein, así como los hay para no desmantelar tan a la ligera los tabús alemanes de posguerra, aunque sólo sea en un burlesque heavy metal. Tal vez Kiepenheuer & Witsch tendría que haber pensado más antes de publicar un poema sobre fantasías de violación. Pero la pregunta sigue en pie: ¿hay que prohibir una expresión artística por la conducta de su creador? Y en esto hay espacio para la duda.
Si las acusaciones contra Lindemann resultan ciertas, debe recibir castigo. Pero la gente no tiene por qué dejar de escuchar su música. Las teatralizaciones de Rammstein son criticables, y personalmente, no tengo ninguna prisa por ir a un concierto. Pero muchas cosas que no debemos permitir en la vida real deben tener un lugar en el arte. No me convence la idea de que prohibir las fantasías sea el mejor modo de proteger a la sociedad de los actos de algunos fantaseadores.
Traducción: Esteban Flamini