NUEVA YORK – Imagínese el siguiente escenario. Una persona ajena a la política gana unas elecciones críticas prometiendo erradicar la corrupción. Aunque esa sea una intención sincera, al asumir el cargo se dará cuenta rápidamente de que lo mejor es centrarse en los críticos del gobierno y los partidos políticos de la oposición, ya que ir a por los propios aliados erosionará su base política. De ahí que una consecuencia imprevista de este plan original sea sembrar la semilla del amiguismo. Aunque se persiga la corrupción, al proteger a los amigos y conceder favores a los aliados, el líder refuerza su control del poder y el país se desliza hacia el autoritarismo. Al final, la corrupción también podría acabar aumentando en lugar de disminuir.
Esta historia se ha repetido numerosas veces en países de todo el mundo desarrollado y en desarrollo. Naturalmente, este tipo de transición puede tener enormes efectos negativos en los propios países de los líderes políticos. Pero en el mundo globalizado de hoy, las consecuencias del amiguismo suelen traspasar las fronteras nacionales.
Rusia es un ejemplo de ello. En sus más de 20 años en el poder, como presidente o primer ministro, el presidente Vladimir Putin ha construido un régimen plutocrático caracterizado por una forma especialmente perniciosa de capitalismo de amiguetes. Mientras sus amigos y aliados cercanos han acaparado la mayor parte de la creación de riqueza de Rusia en las dos últimas décadas, los rusos de a pie se encuentran cada vez más en una economía estancada y esclerótica.
Una de las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania es que la corrupción de Putin se ha transformado en un problema mundial que sigue repercutiendo en Europa, África, Asia y América. Aunque la respuesta natural es culpar a los líderes políticos que han facilitado esta tendencia, eso no es especialmente útil. Para eliminar el amiguismo, primero debemos mejorar nuestra comprensión de los mecanismos y las estructuras de incentivos que impulsan a los líderes por este camino de amiguismo y mayor corrupción.
La historia de Indonesia ofrece un ejemplo ilustrativo de la dinámica que lleva a los líderes políticos a abrazar el amiguismo. Cuando el dictador Suharto subió al poder tras un golpe anticomunista apoyado por Estados Unidos a mediados de la década de 1960, prometió acabar con la corrupción de su predecesor, Sukarno. Pero el “Nuevo Orden” de Suharto, prooccidental y favorable a los negocios, resultó ser tan oligárquico y despiadado como el régimen anterior. Del mismo modo, Putin atacó a los oligarcas que prosperaron bajo el régimen de su predecesor, Boris Yeltsin, pero acabó simplemente sustituyendo a muchos de ellos por sus propios compinches.
Para entender el proceso subyacente, supongamos que estos líderes estaban realmente comprometidos con la lucha contra la corrupción arraigada, como lo han estado muchos líderes políticos que han llegado al poder. Aunque cortar la relación simbiótica entre las élites empresariales y políticas es sin duda complicado, un estudio reciente del economista de la Universidad de Viena Dmitriy Knyazev sugiere varias formas de hacerlo. Por ejemplo, los responsables políticos podrían imponer multas a los funcionarios del Estado que acepten sobornos o recompensar a los ciudadanos que denuncien esos delitos.
En los países en los que abunda la corrupción, a los dirigentes no les faltan posibles sospechosos a los que investigar y procesar. Sin embargo, como destaco en un artículo reciente, un mayor escrutinio puede en realidad exacerbar el problema. La lógica es sencilla. Tras llegar al poder con una plataforma anticorrupción, los líderes se dan cuenta de que luchar contra la corrupción persiguiendo a todo el mundo es arriesgarse a perder a sus propios partidarios. Por lo tanto, a menos que el líder político sea una persona de fibra moral excepcional, la mejor manera de luchar contra la corrupción es perseguir con celo a los rivales políticos y a sus seguidores, eximiendo al mismo tiempo a sus aliados y confidentes. En efecto, la corrupción puede disminuir entre los rivales políticos, que están sometidos a un escrutinio adicional, pero aumentará entre los aliados y amigos, que pronto sentirán que están a salvo. Dependiendo de las elasticidades de la corrupción entre los dos grupos, la corrupción agregada y el amiguismo pueden acabar siendo mayores.
Para evitar este resultado, el requisito clave es que los gobiernos creen instituciones independientes encargadas de poner coto a los comportamientos ilícitos. La Oficina de Investigación de Prácticas Corruptas de Singapur, creada en 1952, es un excelente ejemplo de las ventajas de dotar a un organismo público de la autonomía necesaria para investigar y perseguir casos de interés público. Aunque el sistema político de Singapur tiene importantes defectos propios, ha logrado notables avances en la lucha contra la corrupción.
En el mundo interconectado de hoy, sin embargo, no basta con que cada país luche contra la corrupción dentro de sus propias fronteras. Dado que el amiguismo y la corrupción en cualquier país pueden tener consecuencias económicas de gran alcance, la única manera de abordar este reto es a través del multilateralismo. Sin duda, son muchos los obstáculos que se oponen a una lucha eficaz contra la corrupción a escala mundial. Llegar a un acuerdo sobre una normativa internacional estricta sería un buen punto de partida.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/corruption-universal-temptation-and-global-problem-by-kaushik-basu-2023-06
Lee también:
El peligroso consenso nuclear ruso