NUEVA YORK – Los conservadores siempre hacen exhibición de lo preocupados que están por la carga de deuda que dejamos a nuestros hijos. Este argumento ético tuvo un lugar importante en la negativa de los congresistas republicanos a apoyar un aumento rutinario del límite de endeudamiento de los Estados Unidos. Al parecer, tan comprometido está el Partido Republicano con reducir el gasto que está dispuesto a tener a la economía mundial de rehén y arriesgarse a causar un daño permanente a la reputación de los Estados Unidos.
Nadie dice que no haya que pensar en las generaciones futuras. Pero lo que hay que preguntarse es qué políticas y compromisos fiscales que adoptemos hoy servirán mejor a los intereses de nuestros hijos y nietos. Visto en esta perspectiva, es evidente que son los republicanos quienes exhiben un desprecio temerario por las consecuencias de sus acciones.
Cualquier persona con credenciales económicas sabe que siempre hay que mirar los dos lados del balance, ya que lo que realmente importa es la diferencia entre el activo y el pasivo. Si la deuda crece pero el activo crece todavía más, la situación del país mejora y con ella, la de las generaciones futuras. Y esto se aplica a la inversión en infraestructura, educación, investigación o tecnología. Pero algo todavía más importante es el capital natural: el valor del medioambiente, del agua, del aire y del suelo. Contaminarlos implica dejar a nuestros hijos una carga incluso mayor.
La deuda financiera es sólo algo que nos debemos mutuamente; pedazos de papel que se pueden pasar de un lado al otro para ajustar los derechos de diversas partes a acceder a bienes y servicios. No cumplir el pago de una deuda será una mancha en nuestra reputación, pero nuestro capital físico, humano y natural seguirá tal cual. Los tenedores de bonos se encontrarán más pobres que lo que pensaban, y puede que algunos contribuyentes terminen siendo más ricos que si se hubiera devuelto la deuda, pero nuestra «riqueza» general seguirá siendo la misma.
No sucede lo mismo con la «deuda ambiental». Es una carga que ningún juez de bancarrotas puede eliminar de un plumazo. Reparar el daño que hagamos hoy puede llevar décadas y obligar a gastar dinero que se hubiera podido usar para enriquecer al país. Por eso mismo, gastar con inteligencia para proteger y rehabilitar el medioambiente (por ejemplo, inversiones para reducir la emisión de gases de efecto invernadero) dejará a las generaciones futuras en mejor situación, incluso si se financia con deuda.
Supongamos que pudiéramos estimar, en términos monetarios, los beneficios directos de esas inversiones, por ejemplo, el aumento de la producción (o la reducción de los costos de reparar los daños causados por incendios forestales, huracanes y otros fenómenos meteorológicos extremos), y el valor de las mejoras en salud y longevidad derivadas de una menor contaminación del aire. ¿Qué tasa de retorno deberíamos exigir? El gobierno de los Estados Unidos está tratando de responder esta pregunta, y cualquiera sea el resultado, las consecuencias serán de largo alcance. Si exigimos una tasa de retorno alta (como hizo la administración Trump cuando fijó un mínimo del 7% anual), habrá poca inversión en mitigación del cambio climático, y las generaciones futuras se asarán en un mundo en el que las temperaturas habrán aumentado 3 °C o más.
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