Ian Buruma es el autor de numerosos libros, incluyendo Asesinato en Amsterdam: La muerte de Theo Van Gogh y los límites de la tolerancia, Año Cero: Una historia de 1945, Un romance en Tokio: Una memoria, y más recientemente El complejo Churchill: La maldición de ser especial desde Winston y FDR hasta Trump y Brexit (Penguin, 2020).
Estados Unidos está en medio de una fiebre de prohibición de libros. Según PEN America, mil 648 libros fueron prohibidos en escuelas públicas de todo el país entre julio de 2021 y junio de 2022. Se espera que ese número aumente este año a medida que los políticos y organizaciones conservadoras intensifiquen sus esfuerzos para censurar obras que traten sobre la identidad sexual y racial.
Estados controlados por republicanos como Florida y Utah han tomado medidas enérgicas contra las bibliotecas escolares en los últimos meses, prohibiendo títulos que aborden cuestiones raciales, así como de género y sexualidad como Cómo ser un antirracista de Ibram X. Kendi y Gender Queer: A Memoir de Maia Kobabe.
En partes de Florida se ha instruido a las escuelas para limitar el acceso a libros sobre raza y diversidad y se les ha advertido que los maestros que compartan materiales llamados “obscenos y pornográficos” con los estudiantes podrían enfrentar cinco años de prisión.
Las prohibiciones actuales están impulsadas principalmente por políticos populistas derechistas y grupos de padres que afirman proteger comunidades cristianas orientadas a la familia del decadente urbanismo estadounidense. Como tal, un libro infantil con personajes LGBTQ+ cae bajo su definición de pornografía.
El gobernador Ron DeSantis es posiblemente el principal defensor estatal del censorismo moderno. El mes pasado DeSantis presentó un nuevo proyecto de ley junto con sus aliados en la Cámara estatal para prohibir actividades universitarias que “promuevan retórica sobre diversidad, equidad e inclusión o teoría crítica racial”. El proyecto también busca eliminar estudios críticos raciales, estudios de género e interseccionalidad, así como cualquier “derivado mayor o menor” del currículo académico.
Aunque hay menos llamados por parte de progresistas de izquierda para prohibir libros, ellos también pueden ser intolerantes con literatura que los ofende como Matar ruiseñor y Las aventuras de Huckleberry Finn, que han sido eliminados de algunas listas de lectura escolar porque contienen insultos raciales que, señalan, podrían “marginar” a ciertos lectores.
Ciertamente, la represión derechista de la libertad académica es peligrosa para las creaciones literarias de izquierda. Sin embargo, es interesante cuánto tienen en común la intolerancia de izquierda y la de derecha. Populistas derechistas como DeSantis tienden a imitar la retórica progresista de “inclusión” y “sensibilidad” en el aula.
Los estudiantes blancos, afirman, deben ser protegidos de aprender acerca de la esclavitud y del papel del supremacismo blanco en la historia estadounidense para no hacerlos sentir culpables.
Los progresistas siguen la misma lógica cuando quieren dejar de enseñar Huckleberry Finn en escuelas y exigen que palabras como “gordo” sean sacadas de los libros infantiles de Roald Dahl. Ellos también quieren evitar que los niños se sientan ofendidos o “no bienvenidos”. Su idea de educación es similar a la terapia con el propósito de hacer que los niños se sientan bien consigo mismos en lugar de aprender cómo absorber información para pensar por sí mismos.
La imitación derechista del lenguaje izquierdista puede verse como una forma de venganza de mala fe. Después de todo, la fuerza impulsora detrás del puritanismo conservador en los Estados Unidos siempre ha sido el fundamentalismo, no la inclusión. Pero el dogmatismo religioso está íntimamente ligado al miedo a sentirse ofendido. La controversia que siguió a la publicación de Los versos satánicos de Salman Rushdie en 1988 es un ejemplo.
Además de la fatwa (pronunciamiento legal en el Islam) del ayatolá Ruhollah Jomeini, que pedía la muerte del autor, los conservadores cristianos condenaron a Rushdie por burlarse de la religión. Algunos de izquierda, aunque no pertenecían a ninguna religión, todavía criticaron a Rushdie por ofender a millones de musulmanes.
Los puritanos cristianos no se oponen a los libros sobre temas homosexuales solo porque la Biblia prohíbe la homosexualidad, sino también (y quizás principalmente) porque viola lo que ellos creen que es el orden natural. Esto no es tan diferente del sentimiento de miles de personas que recientemente firmaron una carta protestando por la cobertura de los temas transgénero en el New York Times.
Los firmantes estaban molestos por el hecho de que algunos artículos asumían que la cuestión del género podría no estar científicamente resuelta. Uno, de la columnista Pamela Paul defendiendo a J.K. Rowling, causó especial ofensa. Rowling no odia a las personas que han pasado de un sexo a otro, pero no cree que ser mujer u hombre sea simplemente una cuestión de elección.
Los progresistas que piden la prohibición de los libros de Harry Potter de Rowling (que también son denunciados por los fanáticos de derecha por promover la brujería) no lo hacen en su mayoría por razones religiosas. De nuevo, hablan de lugares de trabajo hostiles, marginación, insensibilidad y demás. Pero a menudo son tan dogmáticos como los creyentes religiosos. Están convencidos de que alguien nacido con genitales masculinos es una mujer si él/ella lo dice. Dudar de esta convicción, como hace Rowling, viola su visión de la naturaleza.
Esto no quiere decir que las amenazas desde la izquierda al acceso de los estudiantes a los libros sean tan graves como las que vienen desde la extrema derecha. A diferencia de los partidos de extrema derecha, incluido el actual Partido Republicano, los políticos de centroizquierda no suelen pedir prohibiciones legales impuestas por el Estado. Sin embargo, parte de la retórica progresista está haciendo el juego a la derecha populista.
Desprovisto de una plataforma económica coherente, el GOP (“gran partido viejo”) se ha volcado en las guerras culturales estadounidenses. Pero dado que los llamamientos de los conservadores religiosos y sociales tienden a tener más aceptación entre los votantes que las posiciones dogmáticas sobre las identidades raciales y sexuales, esta no es una guerra que la izquierda vaya a ganar. Los demócratas y otros partidos progresistas del mundo occidental harían bien en concentrarse menos en los sentimientos heridos y más en los intereses económicos y políticos.
*Este artículo fue originalmente publicado en inglés por Project Syndicate.
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