Después de varios días de silencio, hoy por fin Enrique Graue, rector de la UNAM, dio la cara en un mensaje público para decir –palabras más, palabras menos–, que mantiene su decisión de no quitarle el título a Yasmín Esquivel porque “la ley no se los permite”.
Más allá de que dejó una pequeña ventana abierta para que, alguien más, no él, decida sobre el asunto de la ministra (“órganos colegiados”, dijo), queda en evidencia que el rector Graue no quiere meterse en problemas.
El temor al presidente Andrés Manuel López Obrador y a Morena es, desde luego, el factor número uno de su decisión. Como lo escribí hace una semana, Graue teme correr el mismo destino que Lorenzo Córdova y el INE. Y tiene toda la razón para tener miedo.
Ya empezaron los opinadores favorables al partido oficial a deslizar la idea de que debe revisarse el presupuesto de la UNAM y los privilegios de su encumbrada burocracia.
Lo peor de todo es que las críticas son fundadas: hay un poder enquistado en la élite de la UNAM que se maneja aún como en los mejores años del priísmo.
La Universidad ha sido dominada desde hace 22 años por la dinastía de “los médicos”, liderada por Juan Ramón de la Fuente, ex rector de la UNAM, quien al inicio fue alabado por recobrar el alicaído prestigio de la UNAM tras el paro estudiantil que paralizó a la Universidad por meses.
Luego llegó José Narro, operador de De la Fuente, y finalmente Graue. Todos ellos, reelegidos tras asumir el cargo por primera vez y, todos, con distintos grados de cercanía al PRI. De la Fuente fue secretario de Salud con Zedillo y Narro aspirante priísta a la Presidencia de la República.
Aunque Graue se ha mantenido más alejado de la política que sus antecesores, sus formas son las mismas. Todos emiten somnolientos discursos para, al final, no decir nada. Quieren cobijarse en la UNAM y su autonomía para no enemistarse innecesariamente con nadie y, por tanto, no cerrarse ellos mismos puertas políticas posteriores. Ahí está De la Fuente como embajador de AMLO.
Pero esa escuela de lo políticamente correcto; del silencio selectivo; de los discursos para no decir nada, ya no funcionan en esta etapa del Siglo XXI. Ahora, con redes sociales que no esconden nada, Graue no puede apostarle a refugiarse en la “autonomía” y a dar un discurso “neutral” para evadir su propia responsabilidad, con la esperanza de que en televisión y radio lo traten bien porque –antes se creía—criticar a la UNAM era criticar a México.
Juan Ramón de la Fuente logró que la UNAM fuera intocable. Ningún político se atrevía a criticarla, ni a sus instituciones, por temor a ser condenado por atreverse a alzar la voz contra un emblema nacional, fuente de orgullo y baluarte intelectual. Ya no más. Eso se acabó con López Obrador.
Ingenuo, Graue cree que puede mantenerse en el punto medio: condenar a Yasmín Esquivel por el plagio de su tesis, pero sin sancionarla de tal forma que ella pierda su puesto y, por ende, sin contrariar a AMLO.
Ingenuo, cree que será perdonado por la 4T si los enoja sólo un poquito. Es demasiado tarde. La maquinaria en su contra ya se echó a andar.
¿Puede Juan Ramón de la Fuente influir en AMLO para evitar la debacle de su clan? Improbable. No sería la primera vez que López Obrador lo ignora. Además, el ex funcionario considerará su propia sobrevivencia más importante.
Enrique Graue tenía dos opciones: perdonar a Yasmín Esquivel y con ello perder toda credibilidad como rector autónomo del poder político y salvar el pellejo en el corto plazo… o quitarle el título a la ministra de la Corte y enfrentar la furia completa del Presidente de la República, pero mantener su dignidad. No eligió ninguna y ahora enfrenta las consecuencias de ambas.
Twitter: @estroman
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