Hasta hoy 12 de enero, Yasmín Esquivel se sale con la suya. La ministra que plagió su tesis de licenciatura en la UNAM mantiene su cargo en la Suprema Corte de Justicia porque la “máxima casa de estudios” decidió que la señora sí copió, pero no por ello pueden quitarle su título.
Primero analicemos la decisión: era imposible para la Universidad Nacional determinar que no hubo falta. El plagio era evidente. Antes de que la FES Aragón confirmara que la tesis de la ministra era una “copia sustancial” de otro documento publicado un año antes, la Facultad de Derecho de la UNAM había concluido que la asesora de Yasmín Esquivel —Martha Rodríguez Ortiz— era responsable de falsear al menos otras cuatro tesis.
Es decir, en el mejor de los casos (para ella), la ministra Esquivel fue responsable de aceptar que la asesora le diera una tesis casi terminada, para que la entonces estudiante Yasmín solamente le cambiara algunos detalles y con esa “manita de gato” presentarla como propia.
Muy probablemente la mayoría de los mexicanos han hecho alguna trampa en su vida: dar una mordida al policía para evitar una infracción; falsear una firma; contratar un coyote; imprimir su cédula en Santo Domingo… etc. Pero la mayoría de los mexicanos no son ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Se espera que quien está en ese cargo es porque tiene una trayectoria intachable. Es el tribunal más alto del país.
La UNAM le echó la papa caliente a la SEP porque, en palabras del rector Enrique Graue: la universidad “carece de los mecanismos para invalidar un título expedido”. Un cambio de opinión de lo que la propia escuela había determinado años antes en la publicación Plagio y Ética. El texto dice, tal cual: “Para el caso de egresados de Ia UNAM que presentan obras ajenas como tesis para su examen profesional, Ia Nota informativa de fecha 21 de junio de 2007 emitida por Ia Oficina de Ia Abogada General, señala que además de seguir con el procedimiento establecido en Ia legislación universitaria, se acordará Ia nulidad del examen sustentado y Ia revocación del título profesional.”
Es claro que la universidad tomó una decisión política que la hacía, a sus ojos, quedar bien con todos: queda bien con la opinión pública que exigía un pronunciamiento de culpabilidad hacia la ministra, y se quita de problemas al no invalidar una tesis que dejaría a Yasmín Esquivel sin un requisito necesario, la titulación, para conservar su puesto en la SCJN.
Ni así tuvo la UNAM contento al presidente Andrés Manuel López Obrador, para quien no hay medias tintas: se está con él o en su contra. Y ya expuso AMLO en la mañanera que Graue “se lavó las manos” al echarle el caso a la Secretaría de Educación Pública de su gobierno.
¿Qué hubiera pasado si la Universidad Nacional revoca el título de Yasmín Esquivel? Exactamente lo mismo que le ocurrió al INE: exposición pública de los privilegios en la élite académica y administrativa de la UNAM, empezando por Graue; después, reducción presupuestal en el Congreso controlado por Morena y, finalmente, ya sea por la vía legal o por presión mediática y política, la búsqueda de la renuncia del rector.
A eso le teme Graue y el grupo político de “los médicos” que domina la UNAM desde que Juan Ramón de la Fuente, hoy embajador de México en la ONU, fue rector.
¿Qué se perdió con esta decisión? La oportunidad de que la UNAM demostrara, como no lo ha hecho en este siglo, que por encima de las conveniencias de su élite burocrática lo que importa es la ética y la calidad académica.
El mensaje que la Universidad manda a los alumnos es: el plagio no tiene consecuencias. Si los sinodales no los cachan, ya la hicieron.
Seamos realistas: el prestigio de la UNAM cuelga en este momento de su historia, no de su eficiencia, como serían investigaciones en proporción al tamaño de su plantilla; patentes; alto porcentaje de graduaciones relativas a todos los alumnos que ingresan a sus aulas…
El ranking internacional que la misma institución presume como muestra de su grandeza, el QS World University Rankings, toma como indicadores números brutos que la UNAM, por su tamaño, logra. Pero si se ponderaran esos números con el número de alumnos, profesores e investigadores, otra cosa sería.
Lo que los timoratos en la UNAM deberían hacer es preocuparse más por la calidad de la Universidad que por quedar bien con dios y con el diablo. Importan los alumnos. No el rector, ni Yasmín Esquivel.
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