WASHINGTON, DC – Suele darse por sentado que la desigualdad y el estancamiento de los ingresos son una amenaza importante y cada vez mayor contra el logro de la prosperidad compartida en los Estados Unidos. Muchoseconomistas, periodistas, líderes empresariales y dirigentes políticos (tanto republicanos como demócratas) creen que para una proporción importante de las familias estadounidenses, el ingreso real (tras descontar la inflación) lleva décadas estancado, y que la desigualdad de ingresos (la diferencia entre las familias de más y menos ingresos) ha crecido en forma sustancial estos últimos años.
Pero una observación sencilla puede restar verosimilitud a la afirmación de que los ingresos llevan décadas estancados. Basta comparar lo que consume un hogar típico en 2022 con lo que consumía, digamos, en 1992. Avances en atención médica, automóviles más seguros, la difusión del teléfono inteligente, videollamadas con amigos y familiares, electrodomésticos de mejor calidad son algunos ejemplos de las considerables mejoras del consumo logradas en estas décadas. ¿Pudo este progreso material coincidir realmente con un estancamiento del ingreso?
La intuición y el conocimiento anecdótico pueden servir a veces para estimar tendencias económicas, pero también pueden llevarnos a error. Felizmente, para aclarar la cuestión, podemos apelar a las estadísticas que publicó el mes pasado la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos (un órgano no partidario que actúa como árbitro de los debates sobre política económica en el país). Estas confirman que lo que suele darse por sentado es un error.
Según la OPC, la mediana de ingresos derivados del mercado (laborales, empresariales y del capital, así como el cobro de pensiones por servicios brindados en el pasado) no estuvo estancada entre 1990 y 2019, sino que creció un 26% en términos reales. Esto se condice con el crecimiento de los salarios. Según mis propios cálculos, sobre la base de datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos (BLS), el salario real promedio de los trabajadores sin funciones de supervisión aumentó cerca de un tercio en ese período.
Además, un indicador más completo de los recursos financieros disponibles para el consumo y el ahorro de los hogares es aquel que tiene en cuenta los ingresos no derivados del mercado y el pago de impuestos. Tras incluir en el cálculo las prestaciones sociales (por ejemplo, la seguridad social y el seguro de desempleo), programas de ayuda pública como la provisión de vales para comida y el pago de impuestos federales, la OPC encuentra que la mediana de ingresos de las familias estadounidenses aumentó un 55% entre 1990 y 2019, cifra muy superior al crecimiento de los salarios, e incompatible con la idea de estancamiento. La mejora fue incluso mayor para el 20% de familias menos pudientes: los ingresos derivados del mercado crecieron un 51%, y los ingresos tras incluir impuestos y transferencias crecieron un 74%.
¿Y la desigualdad? Aquí, para calcular la diferencia entre las familias de más y menos ingresos, la OPC utiliza un indicador estadístico usual que tiene en cuenta la distribución de ingresos en su totalidad (el «coeficiente Gini»). La desigualdad de ingresos tras incluir impuestos y transferencias creció un 7% entre 1990 y 2019, pero todo el aumento se dio entre 1990 y 2007, antes de la explosión de interés político y periodístico en la desigualdad. Desde 2007, la desigualdad se redujo un 5%.
¿Cómo se explica esta divergencia entre los datos y lo que suele darse por sentado? Para empezar, es común que los comentaristas confundan las cifras de crecimiento de los ingresos en los años setenta y ochenta con las décadas que siguieron. Es verdad que en ese período previo hubo un estancamiento del ingreso. La tasa anual de crecimiento de la mediana de ingresos reales de los hogares (tras incluir impuestos y transferencias) fue unas tres veces mayor entre 1990 y 2019 que entre 1979 (primer año del que tiene registro la OPC) y 1990.
El registro de datos salariales de la BLS empieza antes, y muestra que los precios al consumidor crecieron más rápido que los salarios entre 1973 y 1976 (sobre todo por la crisis petrolera de 1973) y entre 1979 y 1981. El salario real del trabajador típico siguió cayendo durante toda la década de los ochenta. A fines de 1990, estaba un 9% por debajo del máximo de 1973.
En segundo lugar, el súbito aumento de la preocupación por la desigualdad durante la Gran Recesión post‑2008 y los primeros años de la recuperación posterior tuvo que ver más con el estancamiento de salarios e ingresos para trabajadores y familias típicos que con la magnitud de la divergencia entre las familias de más y menos ingresos. Los datos de la OPC muestran que la mediana de ingresos reales de las familias, tras incluir impuestos y transferencias, se redujo después de la crisis financiera y no recuperó el nivel de 2008 hasta 2014. Los datos sobre salarios cuentan una historia similar.
Hay muchos modos de calcular estas tendencias, pero los datos de la OPC cuentan la historia más exacta. Como muestra el período que siguió a la crisis financiera, es evidente que no se puede hablar de crecimiento continuo de los salarios y del ingreso. Pero puestos a elegir entre contarlo como «crecimiento» o como «estancamiento», los datos sobre salarios e ingresos apuntan a lo primero.
No quiere decir esto que el crecimiento de salarios e ingresos haya sido suficiente, o que las autoridades deban darse por satisfechas. El Congreso debe fijarse como alta prioridad aumentar la participación en la fuerza laboral, mejorar la capacitación de los trabajadores para que puedan pedir salarios más altos y eliminar barreras contra el acceso a oportunidades y ascensos.
Pero el hecho de que durante las últimas décadas haya habido un crecimiento de salarios e ingresos debe dar a las autoridades la tranquilidad de saber que construirán sobre una base, no de fracaso, sino de éxito económico.
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