FREETOWN – A comienzos de este mes, mi hermana mayor se graduó de la facultad de leyes. Al completar su educación a los 44 años, es una inspiración no sólo para sus hijos pequeños, que la vieron recibir su diploma, sino también para mí, como ministro de Educación de Sierra Leona. Demasiadas mujeres y niñas han quedado marginadas del sistema educativo. Cada una de ellas –no importa ni su edad ni su contexto- merece la oportunidad de aprender.
Pero, como observa el Informe de GEM (por su sigla en inglés), debemos “profundizar el debate” reconociendo las disparidades y fallas importantes que los datos de primera línea ocultan. Por empezar, aunque las niñas se desempeñen tan bien como los varones en matemáticas en promedio, siguen estando subrepresentadas entre quienes tienen mejores resultados en casi todos los países.
Asimismo, aunque prácticamente se ha alcanzado una paridad de género en el acceso a la educación a nivel global, los varones tienen una ligera desventaja en muchos países de mayores ingresos, mientras que las niñas enfrentan una exclusión extrema en unos pocos países más pobres. En algunos países –por ejemplo, Costa de Marfil, Guinea y Togo-, la brecha de género en el acceso a la educación prácticamente se ha mantenido igual con el tiempo. En otros, como Burkina Faso, el progreso se vio interrumpido por el conflicto y el desplazamiento. Pero inclusive en países que han hecho progresos en general, los bolsones de exclusión persisten.
También existe un componente etario importante en las disparidades de género en la educación. En muchos casos, las niñas y los niños tienen acceso a la escuela primaria, pero muchos más varones que mujeres completan la escuela secundaria. En el África subsahariana, la diferencia es de siete puntos porcentuales, lo que refleja normas de género que obligan a muchas niñas a casarse a edad temprana y abandonar la escuela.
Más allá de las disparidades de género, existen cuestiones urgentes que tienen que ver con la calidad educativa. Me sorprendió enterarme de que ni un solo adolescente en mi región natal de Pujehun había cumplido con los requisitos para ingresar a la universidad después de completar cuatro años de escuela secundaria. De hecho, fue esta revelación lo que me llevó a comprometerme con la identificación de las áreas en las que debemos concentrar nuestros esfuerzos para desmantelar las barreras que siguen existiendo para acceder a la educación.
El Informe de GEM hace referencia a encuestas de adolescentes en edad de escuela secundaria y sus padres que iluminan las barreras que marcan la mayor diferencia. En Sierra Leona, los participantes culpaban mayoritariamente a las barreras situacionales, empezando por los recursos inadecuados. De hecho, la incapacidad de cubrir los costos impide que por lo menos el 40% de los adolescentes que no van a la escuela en mi país (así como en Nigeria) retomen su educación.
Actualmente estamos trabajando para reducir esta barrera expandiendo el acceso universal a la educación a través del programa de Educación Escolar Gratuita y de Calidad, por medio del cual el gobierno de Sierra Leona cubre no sólo la matrícula, sino también las tasas de examen, los libros de texto, los materiales de enseñanza y aprendizaje, los equipamientos deportivos y las comidas escolares. Si bien es un buen punto de partida, hay que seguir trabajando para garantizar que todos los que necesitan ayuda la reciban.
El matrimonio y el embarazo –otras barreras situacionales- son responsables de mantener al 10% de los adolescentes, principalmente niñas, alejados de la educación en Sierra Leona, y al 21% en Nigeria. Para abordar este problema, ya hemos revertido la prohibición de larga data a las niñas visiblemente embarazadas y madres adolescentes de asistir a la escuela, y creamos el Grupo de Trabajo para la Salud Sexual y Reproductiva.
Asimismo, hemos introducido la Política Nacional sobre Inclusión Radical en las Escuelas, que apunta a garantizar que los grupos históricamente marginados –entre ellos las niñas embarazadas y los alumnos que son padres, los niños con discapacidades, las niñas de zonas rurales y marginadas y los niños de familias de bajos ingresos- puedan inscribirse, y permanecer, en la escuela.
A pesar de estos pasos positivos, tenemos un largo camino por delante. Y la crisis del COVID-19 probablemente haya desplazado la línea de llegada, porque la pandemia, al igual que el brote de ébola en 2014, muy probablemente haya revertido el progreso en la educación de las niñas.
Para reparar este daño, y ofrecer un mayor progreso hacia la educación universal, debemos involucrar directamente a quienes más lo necesitan –es decir, a los niños marginados- en nuestros esfuerzos de formulación de políticas. En Sierra Leona, esto por lo general se refiere a niñas más pobres que viven en zonas rurales, especialmente aquellas que están embarazadas o son madres jóvenes. No basta con que estos jóvenes marginados estén en el aula; se los debe incluir en los procesos de establecimiento de agendas y toma de decisiones. Con este objetivo, he creado un grupo asesor juvenil para informarle sobre todos los aspectos de las actividades de mi ministerio.
La tesis de derecho de mi hermana examinó la Política Nacional sobre Inclusión Radical en las Escuelas –específicamente, el papel del poder judicial-. Sigo teniendo esperanzas de que podamos crecer a partir de nuestros esfuerzos recientes, incluida esa política, para garantizar que muchas más niñas algún día puedan obtener diplomas, como lo hizo ella.
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