BERLÍN – Ya no es impensable una guerra en la Europa del siglo veintiuno. Tras semanas de especulaciones acerca de si Rusia invadirá Ucrania, una clara mayoría de los encuestados en un reciente sondeo paneuropeo realizado por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (CERE) piensa que es probable un conflicto bélico y que Europa debería dar respuesta.
Diferentes temores están tras las actitudes de distintos países, dependiendo en parte de sus propias experiencias recientes. En Polonia, que ha estado enfrentando los intentos de Bielorrusia por canalizar a los migrantes de Oriente Medio a través de sus fronteras, existen más temores de que se produzcan nuevas olas de refugiados. En Francia y Suecia, la principal preocupación son los ciberataques, lo que refleja la reciente interferencia rusa en sus elecciones nacionales. Y para los alemanes, los italianos y los rumanos, el mayor temor es el déficit energético.
Pero hay más en juego que las distintas percepciones de los europeos de amenazas externas. Es bien conocida la descripción del gran estratega alemán Carl von Clausewitz de la guerra como una continuación de la política por otros medios, y en las primeras semanas de la crisis de Ucrania, el modo como los países respondieron a la amenaza de guerra dijo mucho sobre sus situaciones políticas internas.
Piénsese en el caso del Reino Unido. Muchos sospechan que el repentino interés del Primer Ministro Boris Johnson en Europa del Este tiene menos que ver con Ucrania que con sus deseos de desviar la atención de la revelación de que su oficina sostuvo celebraciones en Downing Street, mientras el resto del país estaba en confinamiento. Más allá de eso, la crisis también puede ofrecerle una oportunidad de demostrar a Estados Unidos que la Inglaterra post-Brexit sigue teniendo peso.
En cuanto al Presidente estadounidense Joe Biden, su principal objetivo es reducir al mínimo el tiempo y los recursos necesarios para encarar la crisis. Tras asumir el cargo, su misión era impulsar políticas que beneficiaran a la clase media y cambiar el foco de la política exterior de su país hacia la región indo-pacífica y el reto que significa China. Con la amenaza de Donald Trump de volver al poder, no es solo su política hacia Ucrania y Rusia lo que está en juego, sino el futuro mismo de la democracia estadounidense.
La posición que adopte Estados Unidos genera mucha inquietud en Europa central y del este, cuyos ciudadanos están cada vez más ansiosos ante el deterioro de la política estadounidense y su falta de resolución ante la agresión rusa. Su mayor temor es que si se permite que los tanques rusos invadan Ucrania, sus próximos destinos sean Tallin, Riga, o incluso Varsovia.
Mientras tanto, países como Alemania, Italia, Austria y Grecia temen que un conflicto en Ucrania les impida la posibilidad de establecer una relación más normal con Rusia. Alemania se encuentra dividida entre sus valores occidentales, su solidaridad con sus semejantes de Europa central y del este, y su tradición pacifista de posguerra. De allí que el Canciller Olaf Scholz haya tenido que tranquilizar a otros gobernantes occidentales diciéndoles que Alemania será un aliado de confianza en caso de un conflicto bélico, al tiempo que señalaba que evitará tomar un papel de liderazgo en cualquiera sea la respuesta en común que adopte Europa.
Su posición contrasta fuertemente con la del Presidente francés Emmanuel Macron, que ve la crisis como una oportunidad de demostrar la “autonomía estratégica” europea, objetivo que ha buscado desde el inicio de su mandato. Por supuesto, al adoptar un liderazgo visible en la solución de la crisis en Ucrania, Macron también puede pulir su imagen en vísperas de las elecciones presidenciales francesas que se celebrarán esta primavera.
Con sus países miembros divididos por la geografía y la historia, la Unión Europea a menudo ha tenido que esforzarse por hacerse un lugar en este entramado. El estereotipo es que, pareciendo en general pasiva, débil e inmóvil, no está dispuesta ni a defender ni a revisar el orden de seguridad actual. Sus críticos la ven paralizada por la perspectiva de dos escenarios de pesadilla: una guerra abierta o algún tipo de acuerdo de Yalta 2.0, en el cual Rusia y EE.UU. lleguen a un nuevo arreglo para Europa sin siquiera consultar a los europeos.
Pero subyacentes a las diferencias obvias están los intereses clave que todos los europeos comparten: es decir, el deseo de impedir otra guerra en Europa; la necesidad de preservar la credibilidad de la OTAN; y un sentido de responsabilidad para evitar que Ucrania vuelva al yugo de Rusia. La genialidad de la elaboración de políticas europeas es su habilidad de reconciliar imperativos políticos internos con la necesidad de una diplomacia internacional. La encuesta del CERE muestra que, en las últimas semanas, ha habido una convergencia entre las entidades políticas europeas sobre la necesidad de dar respuesta a esta situación.
Al mismo tiempo, los gobiernos europeos están hallando mejores maneras de manejar sus propias divisiones. Si bien muchos ciudadanos de Europa central y del este sienten incomodidad acerca de las conversaciones diplomáticas, no han intentado evitar que los estadounidenses o Macron exploren opciones de acercamiento a Rusia. Y Macron, por su parte, ha estado atento a consultar a otros países y atenerse a los principios acordados en torno a la seguridad europea y la soberanía ucraniana.
Más aún, tras vacilaciones iniciales y silencio, Alemania ha dado señales de que está dispuesta a poner todas las sanciones sobre la mesa. Y como hace poco me confesó un ministro de exteriores europeo, incluso el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán se atuvo en su mayor parte a la línea común de la UE cuando se reunió con el Presidente ruso Vladimir Putin a principios de este mes.
El hecho de que ya no es impensable una guerra en Europa podría obligar a los europeos a hacer difíciles compromisos para preservar su paz colectiva. Si bien ciertamente no era su objetivo cuando comenzó a juntar tropas en su frontera con Ucrania, Putin puede inadvertidamente haber ayudado a los estados miembros de la UE a transformarse desde un ensamblaje fragmentado de observadores aprehensivos en un bloque de decididos defensores de su propia seguridad.
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