BEIJING – En 2018, Steve Bannon, estratega jefe del entonces presidente norteamericano Donald Trump, sostuvo que Estados Unidos necesitaba “desacoplarse” de China. Desde entonces, el término ha pasado a ser una característica de las discusiones sobre las relaciones sino-norteamericanas –al punto de que algunos, como el ex primer ministro australiano Kevin Rudd, han advertido que podría convertirse en una profecía autocumplida-. ¿Cuán importante es ese riesgo hoy?
Es indudable que hay cierto desacople en marcha. En los últimos años, los dos países han estado atrapados en una guerra de aranceles. Asimismo, Estados Unidos ha implementado sanciones contra los gigantes tecnológicos chinos ZTE y Huawei, autorizó la exclusión de empresas chinas de bolsas estadounidenses a menos que cumplieran con los estándares de auditoría de Estados Unidos y agregó un número de empresas chinas a su “lista de entidades”, sometiéndolas así a restricciones comerciales adicionales.
Esta tendencia se extiende más allá del comercio y la tecnología. Por ejemplo, la cantidad de estudiantes chinos inscriptos en universidades norteamericanas se ha derrumbado. Y Estados Unidos ha anunciado planes para un boicot diplomático de los Juegos Olímpicos de Invierno 2022 en Beijing, generando una condena por parte de China.
Sin embargo, es poco probable que China o Estados Unidos tenga intención de desacoplarse tal como parecen sugerir estos acontecimientos. China ha adoptado una estrategia pasiva, reaccionando a las sanciones estadounidenses y ocupándose al mismo tiempo de no iniciar ninguna pelea. Y si bien los norteamericanos apoyan ampliamente una línea dura con China, son muchísimos menos los que respaldan un recorte de los lazos económicos.
Un desacople, por cierto, no redunda en beneficio de la comunidad de negocios de Estados Unidos. Como informó recientemente la Cámara de Comercio de Estados Unidos, “las empresas norteamericanas perderían cientos de miles de millones de dólares si recortaran la inversión en China o si los países aumentaran los aranceles”.
Esto tal vez explique en parte por qué hasta el vicepresidente de Trump, Mike Pence, en 2019, respondió con un “no rotundo” cuando le preguntaron si la administración quería desacoplarse de China. Más recientemente, la representante comercial de Estados Unidos, Katherine Tai, sostuvo que, lejos de desacoplarse –que “no es un desenlace realista”-, Estados Unidos está persiguiendo una política de “reacople”; las autoridades norteamericanas simplemente están identificando sus objetivos en este proceso.
Más allá de cuáles sean esos objetivos, ya está teniendo lugar cierto reacople. Como informa el Consejo Empresarial Estados Unidos-China, después que los dos países firmaron el acuerdo comercial Fase Uno en 2020, ambas partes interrumpieron la escalada de las sanciones. Es más, China instituyó un “sistema robusto de exclusiones arancelarias”, mientras que Estados Unidos también implementó algunas exclusiones.
Esto ha contribuido a un rebote del comercio bilateral. En 2020, las exportaciones de productos estadounidenses a China crecieron aproximadamente el 18%, lo que compensó con creces la caída impulsada por los aranceles de más del 11% en 2019. Con eso, China ha retenido su posición como el tercer mercado más importante para las exportaciones de productos de Estados Unidos.
China también ha venido manteniendo –o inclusive profundizando- sus vínculos con el resto de la economía global. Como observa Nicholas R. Lardy del Instituto Peterson de Economía Internacional, “a pesar de las tensiones económicas y financieras y una plétora de restricciones extranjeras a la transferencia de tecnología a China”, el país sigue atrayendo “cantidades récord” de inversión extranjera directa. De hecho, en 2020, la IED que ingresó a China creció más del 10%, a 212.000 millones de dólares, llevando su porcentaje de la IED global a un pico inédito de una cuarta parte, casi el doble que en 2019.
Los líderes de China parecen felices de transitar este camino. En septiembre, el banco central y los reguladores financieros de China prometieron optimizar los requerimientos de acceso al mercado para los bancos y las compañías de seguro extranjeros, mejorar las reglas sobre las transacciones transfronterizas entre casas matrices y subsidiarias y expandir los canales para que el capital extranjero participe en el mercado financiero doméstico.
China también está implementando reformas domésticas complementarias destinadas, por ejemplo, a alcanzar una neutralidad competitiva. Y está utilizando mecanismos de mercado (como la flexibilidad del tipo de cambio) para equilibrar su cuenta comercial.
Asimismo, China está trabajando para fortalecer su adhesión a las reglas y normas internacionales, como las protecciones de propiedad intelectual –una preocupación clave de las empresas extranjeras que operan en China-. Como observa el Consejo Empresarial Estados Unidos-China, China ha hecho “esfuerzos constantes” para mejorar la protección y la aplicación de los derechos de PI, y sus leyes y regulaciones de PI “reflejan cada vez más los estándares internacionales”.
Los líderes de China también están trabajando para fortalecer la cooperación regional y multilateral. Las llamadas del país para revitalizar la Organización Mundial de Comercio, su participación en la Asociación Económica Integral Regional y su postulación para sumarse al Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico ejemplifican este esfuerzo.
En general, parece evidente que China está decidida a preservar las cadenas de valor globales. Efectivamente, está ajustando su estructura económica para reducir la dependencia de la demanda externa, y está invirtiendo fuertemente en investigación y desarrollo, con el objetivo de mejorar su capacidad para la innovación autóctona.
Pero, contrariamente a lo que creen algunos observadores occidentales, China ha venido implementando su propia forma de desacople durante más de diez años, desde que lanzó una campaña para desarrollar tecnologías más avanzadas en el país. Esto es en respuesta a los esfuerzos occidentales por negarles a las empresas chinas acceso a tecnologías avanzadas –esfuerzos que, en muchos casos, han tomado a los chinos por sorpresa-. Si cualquier paso que China tome en este proceso resulta problemático, se lo puede negociar en el marco de la OMC.
Tal vez esto no sea exactamente lo que Estados Unidos imaginaba cuando respaldó el acceso de China a la OMC hace 20 años. Pero, a su manera, China está cumpliendo con la promesa de aquel paso, y muy probablemente siga haciéndolo, siempre que Estados Unidos se lo permita. De todos modos, no debería tomarse la advertencia de Rudd a la ligera. Si seguimos hablando de desacople, es muy probable que lo tengamos y sería un desenlace que lamentaríamos toda la vida.
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