CAMBRIDGE – Con la desastrosa salida de Estados Unidos de Afganistán, los paralelismos entre los años 2020 y los años 1970 no hacen más que aumentar. ¿Un período sostenido de alta inflación se ha vuelto mucho más factible? Hasta hace poco, habría dicho que las probabilidades estaban claramente en contra. Hoy, no estoy tan seguro, especialmente si miramos unos años hacia adelante.
Muchos economistas parecen considerar que la inflación es un problema puramente tecnocrático, y a la mayoría de los banqueros centrales les gustaría creerlo. De hecho, las raíces de una inflación sostenida parecen surgir de problemas vinculados a la economía política y, en este sentido, la larga lista de similitudes entre los años 1970 y hoy es inquietante.
Fronteras adentro, luego de un período en el que el presidente norteamericano desafía las normas institucionales (Richard Nixon fue la versión de los años 1970), asume la presidencia una persona verdaderamente decente (en aquel momento, Jimmy Carter). En el exterior, Estados Unidos sufre una derrota humillante a manos de un adversario mucho más débil, pero mucho más decidido (Vietnam del Norte en los años 1970, los talibanes hoy).
En el frente económico, la economía global sufre una desaceleración prolongada de la productividad. Según el informe magistral sobre innovación y crecimiento del economista Robert Gordon de la Universidad Northwestern, The Rise and Fall of American Growth, los años 1970 marcan un punto de inflexión en la historia económica de Estados Unidos, gracias a una marcada desaceleración en la innovación económica de relevancia. Hoy, aun si los pesimistas de la productividad subestiman sobremanera los logros fenomenales que aportará la próxima generación de biotecnología e inteligencia artificial, un amplio corpus de trabajo determina que el crecimiento de la productividad se ha venido desacelerando en el siglo XXI, y ahora la pandemia parece estar infligiendo un nuevo golpe fuerte.
La economía global sufrió un gigantesco shock de oferta en los años 1970, cuando los países de Oriente Medio aumentaron masivamente el precio del petróleo que le cobraban al resto del mundo. Hoy, el proteccionismo y un retroceso de las cadenas de suministro globales constituye un shock de oferta negativo de iguales consecuencias.
Finalmente, a fines de los años 1960 y en los años 1970, los grandes aumentos del gasto del gobierno no estuvieron acompañados por mayores impuestos a los ricos. Los aumentos del gasto surgieron en parte de los programas “Gran Sociedad” del presidente norteamericano Lyndon B. Johnson en los años 1960, y luego fueron amplificados por el creciente costo de la Guerra de Vietnam. Primero Johnson y después Nixon eran reacios a aumentar los impuestos para cubrir estos costos. Temían una pérdida de respaldo político. En los últimos años, primero los recortes impositivos de Trump, luego la asistencia relacionada con la pandemia y ahora los planes progresistas de expandir la red de seguridad social han afectado fuertemente el presupuesto federal. Los planes para financiar estos costos aumentando impuestos solamente a los ricos probablemente no alcancen.
Es verdad que, a pesar de todas estas similitudes, los bancos centrales independientes de hoy constituyen un baluarte contra la inflación, dispuestos como están a aumentar las tasas de interés si las presiones inflacionarias empiezan a descontrolarse. En los años 1970, sólo unos pocos países tenían bancos centrales independientes y, en el caso de Estados Unidos, no actuaba como un banco independiente, al alimentar la inflación con una enorme expansión monetaria. Hoy, los bancos centrales relativamente independientes son la norma en gran parte del mundo. También es cierto que las tasas de interés reales ultrabajas de hoy a nivel global ofrecen a los gobiernos de los países ricos mucho más espacio para tener déficits del que tenían en los años 1970.
Por otro lado, los desafíos que implica mantener a las poblaciones que envejecen se han vuelto mucho más difíciles en las últimas cinco décadas (al menos en las economías avanzadas y en China). Los planes de pensiones públicas infrafinanciados probablemente sean una amenaza mucho mayor cuantitativamente para la solvencia del presupuesto gubernamental que la deuda. Al mismo tiempo, las presiones sociales para aumentar el gasto y las transferencias del gobierno han estallado en todo el mundo, en tanto la desigualdad se vuelve más importante desde un punto de vista político en muchos países, cosa que no sucede con el mejoramiento del crecimiento. Y confrontar el cambio climático y otras amenazas ambientales, casi con certeza, ejercerá una presión adicional en los presupuestos y ralentizará el crecimiento.
El marcado incremento de las deudas gubernamentales inevitablemente hará que a los bancos centrales les resulte más doloroso desde un punto de vista político aumentar las tasas de interés nominales si las tasas reales globales empiezan a subir. Los altos niveles de deuda ya son razón suficiente para que algunos bancos centrales hoy duden de si aumentar o no las tasas de interés cuando se produzca una normalización post-pandemia, si es que ocurre. La deuda privada, que también se ha disparado durante la pandemia, quizá sea un problema aún mayor. Si hubiera incumplimientos de pago privados generalizados, tendrían un enorme impacto fiscal como consecuencia de una menor recaudación impositiva y costos más elevados de la red de seguridad social.
Antes de volvernos demasiado optimistas, recordemos que luego de los años 1970 vinieron los años 1980 y 1990, y un gran resurgimiento del crecimiento en las economías avanzadas, aun si no fue tan inclusivo como habrían querido los responsables de las políticas. Pero sucede que para los años 2030 falta mucho.
Los desafíos económicos de hoy son ciertamente solucionables y no existen motivos para que la inflación tenga que dispararse. Los principales banqueros centrales de hoy, como Jay Powell de la Reserva Federal de Estados Unidos y Christine Lagarde del Banco Central Europeo, son muy diferentes del maleable Arthur Burns, presidente de la Fed en los años 1970. Ambos tienen excelentes equipos de trabajo que los respaldan. Sin embargo, todos los bancos centrales siguen enfrentando presiones constantes y les resulta difícil ser autónomos indefinidamente, en especial si los políticos se vuelven débiles y desesperados.
La derrota humillante de Estados Unidos en Afganistán es un gran salto para recrear la tormenta perfecta que condujo al crecimiento lento y a la altísima inflación de los años 1970. Hace unas semanas, un poco de inflación parecía un problema manejable. Hoy, los riesgos y los desafíos son más altos.