NUEVA YORK – Si bien son los estadounidenses quienes tienen un bien conocido romance con sus automóviles, fueron los surcoreanos los pioneros en la introducción de las pruebas de COVID-19 a través de las ventanillas de los vehículos, una medida simple que minimiza drásticamente el riesgo de infección. Los estadounidenses también tienen una conocida preferencia por la conversación directa, la franqueza y la claridad de pensamiento. Y, sin embargo, son los surcoreanos quienes lidian con la pandemia por coronavirus de manera frontal.
Sin duda, Corea del Sur es uno de los países más avanzados del mundo (aunque muchos surcoreanos rechazarían con modestia tal elogio). Pero, Estados Unidos también lo es. Entonces, ¿por qué Estados Unidos se ha retrasado tanto en su respuesta frente a la pandemia?
La respuesta corta es que Estados Unidos tiene un presidente que fundamentalmente no se encuentra apto para el cargo, tanto intelectual como temperamentalmente. La mayoría de los estadounidenses ya llegaron a esta conclusión hace años. Si las actuales tendencias de opinión pública continúan, Donald Trump perderá las elecciones en noviembre, y será reemplazado por alguien que es diametralmente opuesto: el probable candidato presidencial demócrata, Joe Biden.
Si eso sucede, muchos estadounidenses celebrarán el retorno de su país a la dignidad y la decencia. Como Biden suele decir, “la idiosincrasia del país está en juego en la papeleta de votación”. Sin embargo, el alejamiento de Trump no curaría necesariamente el malestar político en Estados Unidos. El país está plagado de un tribalismo ideológico generalizado, y el propio Trump es simplemente un portador prominente de esta enfermedad. Como sabe cualquier observador casual de la política estadounidense, el país está profundamente dividido por el “partidismo negativo”, y ambas partes están más motivadas por su oposición entre ellas que por la defensa de sus propias ideas.
Pero uno de estos frentes, el Partido Republicano de Trump, ha combinado este enfoque de confrontación con una profunda suspicacia sobre la experiencia y la gobernanza en general. Y, si bien esas actitudes contra le corriente principal son anteriores a Trump, él las ha avivado con entusiasmo para su propio beneficio político. Su inquietante visita a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y sus conferencias de prensa del 13 y 14 de marzo demostraron que la mayor parte de su preocupación se centra en el mercado de valores y no así en la salud de las personas.
En cuanto a la respuesta real del gobierno ante la crisis, Trump ha impulsado principalmente el tema de la “asociación público-privada”, confiando en que las empresas estadounidenses comprometan su apoyo de manera voluntaria. Sin embargo, aparte de una oferta del CEO de Walmart, quien ofreció poner a disposición los estacionamientos medio vacíos de sus tiendas para que se realicen las pruebas de coronavirus a través de las ventanillas de los vehículos, los compromisos del sector privado han estado muy por debajo de lo que se necesita.
Como siempre ocurre con Trump, los compromisos corporativos se convirtieron en un teatro político. Durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, Trump presentó a cada ejecutivo brindando una breve reseña promocional sobre su empresa, y cada uno de ellos se acercó obedientemente al micrófono para ofrecer vagas promesas de apoyo. Este episodio en particular tenía todas las características de un evento de recaudación de fondos de campaña. Pero también fue claramente coreografiado para recordar a los estadounidenses que la columna vertebral de la economía son los negocios, no los funcionarios de salud pública empleados por el gobierno.
Trump quiere que el país, y también el resto del mundo, confíen en su capacidad para dirigir al sector privado. Sin embargo, a pesar de que ya se están agotando los suministros de equipos hospitalarios básicos, Trump se ha negado a ordenar a las compañías estadounidenses que los produzcan, tal como lo faculta a hacerlo la Ley de Producción de Defensa del año 1950.
Como si con anterioridad durante este gobierno no hubiese quedado establecido fehacientemente, la situación actual rebasa la capacidad de Trump. Él planifica una sola cosa: a quién asignar la culpa. Por ejemplo, continúa refiriéndose al contagio como el “virus chino”, a pesar de que “coronavirus” y “COVID-19” ya se han convertido en lenguaje universal en todo el planeta. Durante semanas, mientras gran parte del mundo se puso a trabajar en la lucha contra la pandemia, Trump vio la situación como una oportunidad de reforzar sus políticas anti-inmigración, incluso llegó a afirmar, de manera absurda, que su infame muro en la frontera con México mantendría alejado el virus.
Una de las disputas ideológicas más antiguas en Estados Unidos se refiere a cómo garantizar la atención médica universal. Aquellos que tienen temor al espectro del “socialismo” frecuentemente atacan, denigran y, en última instancia, hasta llegaron a desbaratar el intento del gobierno de Obama respecto a ordenar un seguro de salud para todos.
Del mismo modo, Trump y los republicanos del Congreso atacan rutinariamente por motivos ideológicos a la educación pública. La secretaria de Educación, Betsy DeVos, y otros miembros del gobierno han decidido llamar a las escuelas públicas “escuelas gubernamentales” y desean ampliar el alcance de las denominadas escuelas chárter. Si bien estos esfuerzos se justifican en nombre de la “elección de escuela”, la motivación final es ideológica: es decir, tienen el objetivo de debilitar y finalmente abolir la institución, establecida 250 años atrás, de la educación pública gratuita, y en último término, la educación universal y obligatoria.
Sin embargo, esto no significa que los compromisos ideológicos de Trump conduzcan a la coherencia. Por el contrario, la derecha ideológica presentó resistencia ante los esfuerzos de los demócratas para ir tras el logro de un estímulo fiscal masivo durante la Gran Recesión. Hoy en día, Trump y su asediado gobierno están regresando al mismo libreto de jugadas usado por los demócratas con el propósito de diseñar un programa de estímulo para hacer frente a la crisis actual.
De hecho, la idiosincrasia del país realmente se encuentra en juego en la papeleta de votación. Pero también lo está la posibilidad de restaurar enfoques más prácticos y no ideológicos para resolver problemas. En noviembre, los estadounidenses tendrán la oportunidad de adoptar un gobierno guiado por valores y conocimientos. Ambos, valores y los conocimientos, están entre las primeras cosas que se dejan de lado cuando la ideología toma el centro del escenario. Además de hacerle frente al coronavirus, Estados Unidos debe abordar esta condición preexistente.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.
Christopher R. Hill, ex subsecretario de Estado de Estados Unidos para Asia Oriental, es asesor jefe del canciller para el Compromiso Mundial y profesor de la Práctica en Diplomacia en la Universidad de Denver, y también es autor de Outpost: A Diplomat at Work.
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