Los avances de la tecnología, pronto podrían permitir detectar de manera más acertada cundo las personas mienten.
De acuerdo con un estudio realizado por Jerry Jellison, psicólogo de la Universidad del Sur de California, en promedio, una persona dice 200 mentiras por día. La mayoría son “blancas”, oraciones intranscendentes como – ¡me gusta tu vestido! -. Pero, la mayoría de las personas pronuncian una o dos “grandes”, comentó el psicólogo Richard Wiseman de la Universidad de Hertfordshire.
Los humanos, a través de los años, han estado trabajando en la búsqueda de un detector de mentiras “perfecto”, lo cual ha implicado torturas o juicios por ley. Hace tres mil años, en China, los acusados fueron obligados a masticar y escupir arroz; se pensaba que los granos se quedaban en la boca seca y nerviosa del culpable. En 1730, el escritor inglés Daniel Defoe sugirió tomar el pulso a los sospechosos; “la culpa siempre conlleva miedo”, escribió.
Recientemente, la detección de mentiras se ha resuelto bajo la máquina poligráfica, la cual registra las variaciones de presión, ritmo cardiaco, frecuencia respiratoria y los estímulos nerviosos provocados como consecuencia de determinadas preguntas que se le realizan al sujeto sometido a la prueba.
Pero ninguno de estos métodos ha dado una manera confiable de separar la verdad de la mentira. Sin embargo, eso pronto podría cambiar. En los últimos 20 años, los avances tecnológicos de la informática, el escaneo cerebral y la inteligencia cerebral han abierto la posibilidad de que una nueva y poderosa generación de herramientas de detección de mentiras.
Todd Mickelsen, CEO de Converus que fabrica un detector de mentiras basado en movimientos oculares y cambios sutiles en el tamaño de las pupilas, comentó que, esta invención ha estado en el aumento de interés tanto del sector privado y del gobierno.
La tecnología de Converus, EyeDetected, ha sido utilizado por FedEx en Panamá y Uber México para descartar conductores con antecedentes penales. Otros clientes que han utilizado esa herramienta han sido diversos departamentos de la policía de Estados Unidos y Reino Unido, el gobierno de Afganistán y McDonald´s.
Pero a medida que este tipo de herramientas se infiltra en más áreas, tanto de la vida pública como privada, hay preguntas que se realizan cómo su validez científica y su uso ético.
Una máquina que separe la verdad de la falsedad de manera confiable podría tener profundas implicaciones para la conducta humana. Sus creadores argumentan que eliminando el engaño se puede crear un mundo más justo y seguro. Pero las formas en que se han utilizado los detectores de mentiras en el pasado sugieren que dichas afirmaciones pueden ser demasiado optimistas.
Los detectores de mentiras tienden a examinar cinco tipos diferentes de evidencia. Los dos primeros son verbales: las cosas que decimos y la forma como las decimos.
La tercera fuente de evidencia, el lenguaje corporal, que también puede revelar sentimientos ocultos. Algunos mentirosos muestran el llamado “deleite de duper”, una expresión fugaz de alegría que cruza la cara cuando creen que se han salido con la suya. Además, las personas que mienten intentan “actuar de forma natural” pero muchas veces pueden terminar haciendo lo contrario.
El cuarto tipo de evidencia es fisiológica. El polígrafo mide la presión arterial, la frecuencia respiratoria y el sudor.
En la década de 1990, las nuevas tecnologías abrieron una quinta vía de investigación aparentemente más directa: el cerebro. El inventor de la prueba, el Dr. Larry Farwell, afirma que puede detectar el conocimiento de un crimen oculto en el cerebro de un sospechoso al captar una respuesta neuronal con frases o imágenes relacionadas con el crimen que sólo el culpable y los investigadores reconocerían.
No obstante, a pesar de estos puntos a considerar el polígrafo sigue siendo la prueba de engaño más conocido y más ampliamente utilizado en el mundo. Aunque tiene casi un siglo de antigüedad, la máquina aún domina la percepción pública de la detección de mentiras y el mercado de pruebas. Desde su creación, ha sido atacado por su precisión cuestionable y por la forma en que se ha utilizado como herramienta de coerción. Pero la ciencia defectuosa del polígrafo continúa arrojando una sombra sobre las tecnologías de detección de mentiras en la actualidad.
El resultado es que el polígrafo no es y nunca fue un detector de mentiras efectivo. No hay forma de que un examinador sepa si un aumento en la presión sanguínea se debe al temor de quedar atrapado en una mentira o a la ansiedad de ser acusado injustamente.
Sin embargo, éste siguió siendo popular, no por su efectividad, sino porque la gente pensaba que lo era, dijo el Dr. Andy Balmer, un sociólogo de la Universidad de Manchester.
Entonces, la búsqueda de un detector de mentiras efectivo ganó interés después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Varios de los secuestradores habían logrado ingresar a los Estados Unidos luego de engañar con éxito a los agentes fronterizos.
Algunas personas creen que una herramienta más precisa habría permitido que la patrulla fronteriza detuviera a los ejecutores de dicha tragedia.
La verdad tiene una sola cara, pero una mentira “tiene cien mil formas y no tiene límites definidos” escribió el filósofo francés del siglo XVI Michel de Montaigne.
El engaño no es un fenómeno singular y, hasta el momento, no conocemos ningún signo revelador que sea válido para todos, en todas las situaciones, dijo la Dra. Sophie van der Zee, psicóloga jurídica de la Universidad Erasmus de Rotterdam. “Hasta ahora nadie lo ha encontrado”.
Las tasas de precisión del 80-90% afirmadas por EyeDetect parece impresionante, pero aplicadas a la escala de un cruce fronterizo, llevarían a miles de personas inocentes a ser señaladas erróneamente y también podría significar que dos de cada 10 terroristas se pasarían fácilmente.
La historia sugiere que tales deficiencias no impedirán el uso de estas nuevas herramientas. Después de todo, el polígrafo ha sido ampliamente desacreditado, pero todavía se realizan exámenes de polígrafo de 2.5 millones en los Estados Unidos cada año.
Un día, las mejoras en la inteligencia artificial podrían encontrar un patrón confiable para el engaño al buscar múltiples fuentes de evidencia, o tecnologías de exploración más detalladas podrían descubrir un signo inequívoco en el cerebro. Sin embargo, en el mundo real, las falsedades que nos contamos sobre nosotros mismos, y que forman el núcleo de nuestra identidad complican las cosas. “Tenemos esta tremenda capacidad para creer nuestras propias mentiras”, dijo Dan Ariely, un reconocido psicólogo del comportamiento en la Universidad de Duke. “Y una vez que creemos en nuestras propias mentiras, por supuesto, no damos ninguna señal de irregularidades”.