Fue un 16 de septiembre cuando Jesús Hernández Hernández, nadador paralímpico de Cuautitlán Izcalli ganó la medalla de oro para México en los Juegos Paralímpicos de Brasil 2016. Desde entonces, puso la mira en Tokio para continuar trayendo medallas al país.
Su imagen quedó grabada como una leyenda para los mexicanos. Al finalizar los últimos metros de la competencia, Jesús comenzó a sentir el dolor de una lesión en el hombro. Sin embargo, agarró fuerza y continuó nadando.
“Sentí el dolor. Pero me acordé que era 16 de septiembre. Yo le había dado un beso a la bandera y le había dicho que iba por ella. Luego me pregunté ‘con qué cara voy a ver a mi mamá’. Yo le había prometido que iba a llegar con medallas “, pensó angustiado y no desistió.
“Miré preocupado el marcador y pensé que no había hecho un buen papel por la lesión del brazo. Pero un compañero me gritó que había ganado. Estaba en shock”, cuando el atleta recibió la medalla no pudo evitar llorar de felicidad, porque el camino para llegar hasta ahí no fue fácil.
Jesús nació el 27 de octubre de 1991, con una anomalía congénita en sus brazos y distrofia muscular, combinado con un problema neuronal que paralizaron sus piernas y le impidieron caminar.
“Las piernas no me funcionan. Y las manos sólo puedo subirlas hasta la mitad, porque las malformaciones no me permiten hacer la brazada completa cuando estoy nadando”, comentó el mexicano para canal once. “Debido a la discapacidad que presento, no puedo rotar la cintura. Sólo puedo girar la cabeza y sólo al lado izquierdo”.
Jesús comenzó a practicar natación desde los 4 años, pero cuenta que antes le daba miedo el agua. Lo hacía por recomendación médica, aunque en ese momento no le pasó por la cabeza que podría convertirse en un profesional del deporte.
Inició jugando basquetbol, hasta que un entrenador le recomendó volver a la natación. Jesús cuenta que desde el inicio, le pidió a sus padres que no le ayudaran a desenvolverse en el ámbito profesional deportivo. “En el deporte yo quería hacerlo solo. Si no lo hubiera hecho así, no hubiera llegado hasta acá”, cuenta.
Jesús cuenta que al inicio nadie creía en él. Sus amigos le decían que iba a tener que poner mucho dinero y que nadie lo apoyaría. El atleta cuenta que hubo veces donde ellos tenían razón. El primer año tenía que ir diario del Estado a la Ciudad de México a entrenar.
“Tenía que pagar taxis para llegar a la Ciudad de México. Pero cuando me quedé sin dinero, me venía rodando de 5 a 6 kilómetros en la silla de ruedas para tomar el suburbano, como si fuera un carro. Porque no quería pedirle dinero a mi mamá”.
Tras ganar la medalla de bronce en Brasil, el joven cuenta que ahora hay personas que incluso lo ayudan cuando lo ven empujando su silla de ruedas hasta el entrenamiento. “Al día entreno ocho horas y voy de lunes a lunes”.
Afortunadamente a Jesús le dieron una beca después del primer año de entrenar de forma constante, para que pudiera seguir con el deporte: “Pienso que sí se está dando los apoyos, pero a veces llega a cuenta a gotas. Pero el estar ahí y representar a tu país es otra cuestión. Lo mío es patriótico. No pongamos de pretexto que falta dinero o recursos”, finaliza el medallista.